El tesoro oculto del pueblo de bronce
El año pasado se encontró una de las piezas más singulares jamás hallada por los arqueólogos en Nafarroa. Se trata de una olla de barro llena de lingotes de cobre, de dos modelos diferentes, que fue enterrada hace 3.500 años en un poblado de la Edad del Bronce, en el paraje de La Celada, en el término municipal de Tafalla. El análisis de la industria metalúrgica de esta cultura perdida vincula a este pueblo con la costa aquitana. El hallazgo apunta a que la economía de la época era más compleja de lo que se esperaba.

Salió a la tercera pasada, casi a ras de tierra. Carlos manejaba la pala neumática y rascaba diez centímetros cada vez. Movía el cazo con cuidado, siguiendo las indicaciones de Álex Duró, el arqueólogo que supervisaba los trabajos en el yacimiento del que la constructora quería extraer gravas para la plataforma del Tren de Alta Velocidad. De repente, una decena de pequeñas láminas metálicas habían aflorado en la superficie de la tierra. «¡Para!, ¡Para!», gritó Duró. Carlos paró y saltó de la excavadora.
En arqueología se abusa del término «tesoro». La metáfora vale para todo. Un edificio antiguo es un tesoro arqueológico, un libro es un tesoro, una estatua es otro tesoro, hasta una lengua o un poema son tesoros. Esta vez no era así. Lo que Carlos y Duró tenían allá delante era literalmente un tesoro: una olla llena de lingotes de un metal precioso, como esas que reparten los duendes leprechauns en Irlanda o aquellas que, eso dicen, se encuentran junto al nacimiento del arcoíris.
Duró admite que no fue capaz de interpretar qué eran esas decenas de finas planchas de metal en ese primer momento. Había 183 de ellas, más otras seis más grandes con forma de suela de zapato. Lo que sí conocía era la antigüedad del lugar donde excavaban, dado que era el tercer año de campaña y, por tanto, lo extraordinario del hallazgo.
El yacimiento se encuentra en el término de Tafalla, en un cerro conocido como La Celada, cuidadosamente ubicado para dominar el entorno. Era un «campo de hoyos».
Los campos de hoyos son los poquísimos restos que dejaron las gentes de la Edad del Bronce. Aquellos grupos humanos habían superado la vida en las cavernas y construían sus poblados con maderas, cueros y elementos naturales, como pajas, cáñamos y manteados (placas hechas de una mezcla de arcilla y paja, antecesoras del adobe). En aquella etapa solo los asentamientos más grandes y permanentes, como los descubiertos en Pitillas o en Las Bardenas, usaban piedras.
Los materiales orgánicos que conformaban el poblado se desintegraron con el paso del tiempo. Por eso de la gran mayoría de los poblados y granjas de la Edad del Bronce no queda ni rastro. O más bien, lo único que tenemos de ellos es su rastro.
Si durante la construcción del asentamiento cavaron lo suficiente como para horadar en el estrato más duro -las gravas- para clavar un poste, ese agujero permanece en el tiempo, aunque luego el pilar de madera se pudra hasta desintegrarse. Cada poste deja un hoyo. Lo mismo si dentro de la cabaña se realizó un rebaje de suelo retirando grava.
En ocasiones, algún miembro del poblado excavaba con el fin de guardar algo y dejaba otro agujero aún más grande y profundo. Y, por fortuna, esos hoyos de almacenaje o despensa que luego tapaban con piedras planas o elementos análogos resultan relativamente habituales, puesto que se les daban múltiples usos. Incluso para enterramientos.
Pese a que, con el paso del tiempo, ese agujero se vaya rellenando de tierra de forma natural uniformizando el terreno, será tierra distinta, orgánica, más negra, y los arqueólogos sabrán interpretar esta sedimentación.

DOS CABAÑAS, 130 HOYOS
«Los campos de hoyos son la huella en negativo de lo que fueron esos poblados. De lo que hubo arriba no queda nada, pero gracias a las marcas podemos interpretar algo sobre cómo eran», comenta Jesús García Gazólaz, arqueólogo del Gobierno de Nafarroa.
En el campo de hoyos de La Celada se han encontrado más de 130 de esos hoyos-armarios-despensas de la Edad del Bronce, junto a las marcas de los postes de dos grandes cabañas para uso comunal, de unos seis por diez metros, y los de otros postes individuales. Con no pocas reservas, porque hay cuatro milenios de diferencia, los expertos consultados aceptan que se las compare a modo ilustrativo con esas cabañas de madera que albergan festines en series como “Vikingos”.
El tiempo en que La Celada estuvo habitada se ha fechado en el Bronce Medio, hace 3.500 años. Todos esos agujeros que hoy conforman la huella en negativo de La Celada se realizaron a lo largo de tres siglos.
Las pruebas apuntan a que las dos cabañas no se usaron simultáneamente. Existe un área más antigua alrededor de una de ellas. Y otro foco poblacional, algo más reciente, asociado a la otra gran cabaña.

El pueblo se habitó más de mil años antes de la llegada de Roma o del grabado de la Mano de Irulegi, antes incluso de que griegos o fenicios pusieran pie en la Península persiguiendo metales, dado que su llegada que se fechó el siglo VII antes de Cristo y se presume que ellos trajeron la escritura. Nunca sabremos, en consecuencia, quiénes eran aquellas personas, en qué creían, qué idioma hablaban o cómo se denominaban a sí mismos.
La mayoría de los agujeros están vacíos, pero no siempre. En los de La Celada se han documentado, además de las dos cabañas con rebajes, otros tres agujeros de poste aislados, cinco «cubetas» y 93 depósitos en hoyo, incluido el agujero donde, aquella mañana, se encontró el tesoro.
Habíamos dejado a Carlos con su pala detenida, saltando de la cabina y al arqueólogo dando voces. En este tiempo, Duró ha sacado el móvil y está haciendo las primeras fotogrametrías tridimensionales para documentar el lugar exacto de cada lámina de cobre, mientras contiene la tentación de tocar nada.
«Soy daltónico. Distingo las cosas clarísimamente, pero no aprecio bien los colores. Veo que son lingotes metálicos como en forma de hacha y que hay otros lingotes más grandes que recuerdan a la suela de un zapato en el interior de la olla», comenta el arqueólogo, que trabajaba para la empresa Olcairum, una de las referenciales en Nafarroa.

El aviso llega en minutos a la Sección de Arqueología y el propio Jesús Sesma, jefe de la misma, se persona allá en cuanto puede. El hallazgo tuvo lugar minutos antes de las diez de la mañana y de ahí no se movió nadie hasta las seis de la tarde, cuando un tercer equipo de expertos extrajo la olla de cerámica, protegida con vendas para no deformarla.
La hipótesis es que se trata de un tesoro escondido por algún poblador de la Edad del Bronce. Por la cantidad de metal encontrado (6,1 kilos) y la escasez material en la que vivía esa sociedad, aquello era una fortuna.
El hoyo en el que apareció la olla llena de lingotes, que resultaron ser de cobre prácticamente puro, se encontraba alejado del resto y parcialmente colmatado. La colmatación indica que ya era un hoyo en desuso cuando depositaron allí la cerámica. El agujero, además, se encontraba en la zona del poblado que se sabe más antigua.
Teniendo todo eso en cuenta, Duró formula la hipótesis siguiente: «Creo que se trató de una ocultación. Por lo que sea, la gente del poblado más reciente tuvo que escapar con prisa. La olla pesaba demasiado como para llevársela. Así que decidieron ocultarla en un escondite, un hoyo que hacía tiempo que nadie utilizaba, pensando que podrían volver después a por ella, pero luego no fueron capaces de hacerlo».
El contenido de aquella vasija constituye un hallazgo sin parangón a nivel europeo. Y lo que implica esto es que se trata de un hallazgo arqueológico que no solo va a ayudar a esclarecer cómo vivía la población de Nafarroa en el segundo milenio antes de Cristo, sino que aporta pistas para comprenderla en toda Europa Occidental.
BRONCE, COBRE Y ESTAÑO
Para entender la excepcionalidad, basta un detalle. Lo revela el profesor Manolo Rojo, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Valladolid y experto en metalurgia. Esas 183 planchas en forma de hacha de diez centímetros están agrupadas en hatillos atados con fibras vegetales de diez en diez. Hasta que no se ha dado con este tesoro, se desconocía cómo se contaba en esta parte del mundo, si era un sistema decimal, como el que usamos actualmente, o basado en el número doce, como el que emplean los sumerios y del que quedan restos aún en nuestro sistema horario.
Las edades del hombre se dividen en función de con qué materiales fabrican sus herramientas. En el Paleolítico y el Neolítico usaban piedras y luego entramos en la edad de los metales: Calcolítico (cobre), Bronce, Hierro y Acero. El bronce surge de la aleación de cobre y estaño, que juntos se vuelven un metal mucho más resistente.
En la olla había cobre, material más común que el estaño. Esto hace pensar que, aunque en ocasiones se usaba cobre puro para motivos ornamentales por ser demasiado blando, el destino final de esos lingotes de La Celada fuera el de convertirse en bronce.
«El bronce, en el segundo milenio antes de Cristo, se utilizaba básicamente para puntas de lanza o de flecha, pequeños puñales y espadas. Era un material demasiado preciado para usarlo con otros fines», explica Rojo.

Al catedrático de Valladolid le correspondió la siguiente etapa de la investigación: analizar a fondo los lingotes. Las pruebas a las que los ha sometido indican que se trata de cobre con un alto nivel de pureza, del 98%.
Las piezas más pequeñas, las de forma de hacha, son muy uniformes. Pesan hoy en torno a 20 gramos. «La identificada como 79 pesa 20,5 gramos; la número 80, 20,2 gramos… Algunas caen un poco. La de menor peso está en 17,8 gramos», enumera Rojo. Sin embargo, el experto sostiene que estas variaciones tienen que ver con el estado de conservación de la lámina tras tanto tiempo. En su día, debieron parecerse todavía más. Los lingotes en forma de suela de zapato, tras pasar más de 3.000 años bajo tierra, pesan entre 250 y 260 gramos.
«Primero machacaban el mineral de cobre y lo metían en unos hornos de reducción. En ellos, el cobre y el combustible estaban mezclados. Cuando el cobre fundía, extraían de ahí una especie de torta», detalla el profesor especializado en metalurgia. Esa torta pasaba después por un crisol para el refinado, consiguiendo ese nivel de pureza tan alto. El crisol (en otro de los hoyos de La Celada ha aparecido un fragmento de este instrumento) también podía servir para la aleación final con el estaño.
El paso siguiente al de encontrar un hallazgo tan inusual es revisar en la literatura científica si algún otro arqueólogo, en otra parte, ha dado con algo similar. Tuvieron suerte. En el Estado francés detectoristas de metales habían encontrado en la zona de la desembocadura del Garona láminas de cobre con esa característica forma de hacha. Pero, al provenir de extracciones sin control y descontextualizadas, la datación era mucho más compleja.
Tras realizar varias gestiones, el servicio de Patrimonio del Gobierno de Nafarroa consiguió que sus homólogos de Burdeos les permitieran analizar varias de sus piezas de cobre, que también acabaron en el laboratorio de Rojo. ¿Serían iguales?

LA ECONOMÍA EN LA EDAD DEL BRONCE
«La Edad del Bronce es la que ocupa el espacio que va entre la cultura megalítica, cuando se levantaron los dólmenes para enterramientos comunitarios, y la cultura de la Edad del Hierro, cuando los poblados pasan a ser estables, con casas rectangulares y uniformes, recintos amurallados, necrópolis en las afueras y ritos de incineración», explica Jesús Sesma, jefe de la sección de Arqueología del Gobierno de Nafarroa.
El Bronce es el momento en que en Euskal Herria empiezan los primeros caudillajes, las primeras jefaturas, que no se sabe en torno a qué giraban: un líder carismático, las posesiones, los parentescos...
«Sabemos de estos primeros liderazgos por los enterramientos. En la época megalítica, eran enterramientos comunes bajo los dólmenes. En la Edad del Bronce encontramos los primeros enterramientos individuales, pero son tan diferentes unos de otros que nos cuesta mucho establecer relaciones culturales», prosigue Sesma.
En el tiempo en que La Celada estuvo habitada, la cultura más desarrollada de la Península era la argárica, en Almería, Granada y Murcia. «Se cree que tenía una estructura matriarcal por lo que hemos deducido de las inhumaciones de mujeres», indica Sesma.
Hay que ir al Levante Mediterráneo, a Egipto o a Mesopotamia, para encontrar zonas civilizadas en el momento en que se escondió la olla en Tafalla. La época de La Celada sería algo posterior, apenas un siglo, a la construcción de las grandes pirámides.
Por otro lado, la Edad del Bronce tiene una gran singularidad y se la debe, precisamente, al metal que le da nombre. El bronce requería de la aleación de cobre y estaño, cuyos yacimientos se encuentran en lugares diferentes. De modo que había que hacer llegar el cobre hasta el estaño, o viceversa.
Fue esta necesidad la que empujó a los pueblos civilizados del Levante Mediterráneo a echarse a la mar en busca de las materias primas para forjar armas y productos de lujo. La forja del bronce los impulsó a comerciar a interconectarse y, de la mano del comercio, fueron expandiendo sus conocimientos.
Es justo en este punto donde el tesoro de La Celada pone en cuestión ciertas creencias que se tenían sobre cómo era la vida en aquel tiempo. ¿Es posible que esas piezas de cobre no tuvieran como único objetivo fundirse con estaño en un crisol? ¿Podrían tener una finalidad en sí mismas como artículos de intercambio?
Los arqueólogos navarros consideran que sí, que es perfectamente razonable que estas láminas de cobre se pudieran trocar por otros productos: comida, cueros, artesanía… lo que fuera que necesitaran. Que estas piezas funcionaran de forma análoga al dinero.
Tal hipótesis supondría que el sistema económico que existía en Nafarroa hace 3.500 años era mucho más avanzado de lo que se sospechaba. Hay que tener en cuenta que la moneda, de forma casi legendaria a través de los testimonios dejados por historiadores griegos, se atribuye a una invención del reino de Lidia, en Turquía, que acuñó las primeras en torno al 620 antes de Cristo.

LOS LINGOTES DEL GARONA
Nuevamente, habíamos detenido el relato en un punto crucial. Las hachas de Tafalla y las de Burdeos están en el laboratorio de Rojo listas para ser analizadas. Con la prudencia necesaria, dado que los ejemplares de la desembocadura del Garona presentaban un grado de conservación mucho peor que las otras, el profesor sostiene que la forma y el tamaño debieron de ser iguales en el momento en el que se manufacturaron.
Esto implica que el cobre fundido en el crisol debió de verterse en un molde estandarizado de arcilla para que adquiriera una forma y un tamaño determinado. Este molde, lamentablemente, lo hemos perdido.
Tampoco se sabe la extensión que pudo tener el uso de estas placas de medida uniformizada en cobre. Sí que se conoce de otros lingotes aparecidos en Centroeuropa, a los que se conoce como «de costilla», aludiendo a la forma que se les daba en su molde.
La siguiente duda a despejar es si, fruto de la más absoluta de las casualidades, las láminas de Tafalla y las de Burdeos se facturaron en el mismo lugar. Y sí que se puede dar una respuesta rotunda a esto: no. Esa mínima imperfección, el 2% de impureza que contenía el cobre de La Celada, es distinto en unas piezas que en otras. Y esto implica, aclara Rojo, que provienen de minas diferentes, aunque se vertieran en moldes idénticos.
En el momento de escribir este reportaje, las pruebas todavía no han terminado. Las piezas se enviaron a Alemania, donde se prevé que se completen análisis de los isótopos del metal que, con suerte, ayudarán a precisar de qué yacimiento se extrajo el cobre.
Lo que sí cabe concluir, a falta de que los estudios científicos apuntalen todos estos descubrimientos, es que los pobladores de la zona central de Nafarroa compartían una cultura metalúrgica con la zona de Aquitania y existía, por tanto, cierta conexión entre el Norte y el Sur del Pirineo.
Por otro lado, la aquitana no es la única conexión cultural que se ha encontrado en el yacimiento puesto que, además del fascinante tesoro, en otro de los hoyos se encontró la mayor colección y la mejor conservada en Nafarroa de cerámicas de la época. Se trata de 18 piezas cerámicas (cuencos, ollas, algunas tocadas con asas…) que fueron cuidadosamente colocadas, incluso llegando a encajar dentro de otras, y cubiertas con manteados. Sesma sospecha que hubo de realizarse así por algún tipo de ritual.
Una de las más singulares, y bellas, es una vasija geminada, dos cuencos unidos entre sí que no parecen demasiado prácticos, por lo que quizás se les daba un uso ceremonial. Piezas con la misma técnica se han encontrado en la zona del Mediterráneo, lo que apunta a que la cultura que habitó La Celada estaba, por una parte, influenciada por esa costa cantábrica y, por la otra, por las culturas implantadas en el Mediterráneo.
Por otro lado, investigaciones de los hoyos 7, 16 y 122, en los que ha aparecido una estructura funeraria vacía y dos enterramientos de personas jóvenes -un varón de entre 17 y 21 años y una mujer de entre 20 y 25- prometen aportar nuevas luces sobre esta cultura ignota.

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