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ARQUITECTURA

BIG en Nueva York


Rem Koolhaas, prolífico arquitecto y teórico de la arquitectura, escribió un libro llamado “Delirio en Nueva York” en el año 1978, compilando en él las impresiones que sacó de la gran urbe este europeo nacido un año antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. En el libro, el arquitecto holandés pretende realizar un manifiesto de atrás hacia delante, es decir, empezando por las pruebas antes que por la ideas. Y como pruebas de lo que vendría a contar en su libro, nada mejor que cada uno de los rascacielos de Manhattan.

El libro continúa con ese tono mesiánico, a la vez que cínico, que impregna los escritos de Koolhaas; habla de la arquitectura de la «congestión», al mismo tiempo que alaba las tecnologías que permiten crecer en altura (ascensores) y en extensión (aire acondicionado). El texto, básico para entender la arquitectura posmoderna, tuvo un remate a modo de mea culpa en otro influyente texto del arquitecto, “Espacio Basura”, donde reconocía la deshumanización de que esas tecnologías habían implementado en el mundo actual.

Esta introducción al edificio VIA West 57, obra del estudio BIG (Bjarke Ingels Group), es necesaria por dos motivos: primero, porque el arquitecto danés que da el superlativo nombre al estudio trabajó codo con codo con Rem Koolhaas hasta 2001, año en el que Ingels se estableció con otro compañero en su Copenhague natal, para más tarde fundar el estudio con su nombre en la puerta. En segundo lugar, porque el edificio VIA West 57 pretende modificar el ADN natural de la isla de Manhattan para mezclar la tradición urbana europea y la estadounidense.

Ingels realiza un diseño en un momento en el que el rumbo urbano de Nueva York está cambiando hacia una ciudad menos alejada del modelo americano y más cercana al europeo, cambiando la tendencia europea que ha dado la espalda a su tradición durante los últimos cuarenta años, para acercarse, paradójicamente, a la urbe estadounidense. El desarrollo del High Line, la remodelación del frente fluvial del Hudson y la peatonalización de Broadway son los ejemplos más vistosos de esa tendencia en la Gran Manzana, pero para los arquitectos existe un detalle muy significativo, y es la inclusión de grandes firmas globales –y no solo de los EUA– para firmar proyectos residenciales. Ya hablamos en estas mismas páginas del rascacielos de Gehry, pero también hemos tenido a Renzo Piano, Zaha Hadid, Norman Foster o al propio Koolhaas realizando edificios residenciales, hecho que sería insólito una década atrás.

Con ese acercamiento a otro tipo de ciudad más «verde» –perdónenme la etiqueta–, el encargo a BIG consistía en construir casi 80.000 metros cuadrados de viviendas frente al Hudson. La premisa del proyecto trataba de aunar la idea del rascacielos –necesaria para mantener la congestión sobre la ciudad y equilibrar el balance económico–, al tiempo que se procuraba un atisbo de humanidad. Para ello, se mezcla la tipología de patio cerrado y se «estira» uno de los vértices del rascacielos, procurando con ello que cada apartamento tenga un pequeño espacio exterior –un balcón, cosa inusitada en las tipologías en altura de Nueva York–.

El edificio contiene bastantes de las obsesiones que Ingels ha demostrado en el proyecto residencial a lo largo de los años, como por ejemplo la generación inicial de una geometría transformada como directriz del proyecto –en este caso, el cubo que se «estira»–, el giro del edificio para que cada casa obtenga el soleamiento suficiente, o la enorme variedad de tipologías resultantes de una geometría no convencional.

Hacíamos hincapié en la introducción en la idea de Manhattan como un artefacto urbanístico esquizofrénico, que daba al mismo tiempo que quitaba. En este caso, las casas resultarían totalmente inadecuadas para cualquier otra localización, por su reducido tamaño y alto alquiler. Pero estamos en Manhattan; no en vano la publicidad de la empresa promotora presume de tener todos los pisos con ventilación «natural» en un edificio donde el alquiler de una casa de tres habitaciones empieza en 12.000 euros mensuales.

Ingels se desembaraza de muchas de las losas de las generaciones anteriores de arquitectos, que realizaban auténticas acrobacias intelectuales para justificar la adaptación de sus proyectos al esquema capitalista del mercado global. En el caso de BIG, lo suyo es una celebración del optimismo, amparado por discutibles conceptos filosóficos de cuño propio, oximorones como el «Pragmatismo Utópico» o la «Sostenibilidad Hedonística».