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cine, política y mucha polémica

«El nacimiento de una nación», ¿un título maldito?

Hace justo un año, a Nate Parker lo veían como firme candidato a los Oscar 2017 después de la proyección en el Festival de Sundance de su primera película, su ópera prima como director y productor. Titulada “El nacimiento de una nación” y planteada como una respuesta, un siglo después y desde un punto de vista afroamericano, del clásico racista de D. W. Griffith, la cinta reivindicaba a su vez a un controvertido personaje histórico: el esclavo rebelde Nat Turner. Pero no hay rastro de Parker en las nominaciones de los premios de la Academia de Hollywood.


Se podría decir que los protagonistas de esta historia, aunque repleta de personajes secundarios, son básicamente tres: el director David Wark Griffith (La Grange, Kentucky, 1875-Hollywood, 1948), a quien nadie niega el calificativo de «padre del cine moderno», pese a que se lo pusiera él mismo y rodase una de las películas más racistas de todos los tiempos; el actor, director y productor Nate Parker (Norfolk, Virginia, 1979), a quien su pasado –una acusación de haber participado en una violación en la universidad– ha provocado un tsunami profesional de proporciones descomunales, y Nat Turner (1800-Jerusalem, Virginia, 1831), el esclavo que puso al EEUU segregacionista al revés al encabezar una revuelta sangrienta en Virginia. Su levantamiento solo duró 48 horas, pero dos siglos después sigue siendo un apestado para la historia oficial.

¿Y que une a tres nombres de épocas y visiones tan diferentes? Básicamente, un mismo título – “El nacimiento de una nación” (The Birth of a Nation)– y que su nombre esté relacionado, con mayor o menor fortuna, con la polémica. La llegada el próximo 17 de este mes a las salas comerciales, pocos días antes de la gala de entrega de los Oscar, de la película dirigida y protagonizada por Nate Parker sobre la vida de Nat Turner los pone de nuevo de actualidad. Por cierto, son unos Oscar a los que no tiene nominación alguna, algo que parecía impensable hace unos meses.

D.W. Griffith: Una obra maestra repugnante. ¿Era el autor de una de las películas más importantes de todos los tiempos un racista? La pregunta ha provocado artículos y ensayos de toda clase, algunos manteniendo que no lo era –por aquello de que «era hijo de su tiempo», no en vano su padre fue un coronel confederado– y otros, evidentemente, que dicen que, si no lo era él, sí lo era su obra. Para Ellen C. Scott, autora del ensayo “Cinema Civil Rights. Regulation, repression, and race in the classical Hollywood” (2015), no hay duda: «’El nacimiento de una nación’ es una de las películas más racistas jamás rodada. Tal vez la más racista. De hecho –agrega–, da una imagen del linchamiento como algo positivo: la película esencialmente mantiene que ciertos negros son dignos de ser linchados».

8 de febrero de 1915, Los Ángeles, estreno de “El nacimiento de una nación”, película protagonizada por una de las hermanas Gish, Lillian, la dulce y aventurera. A partir de esta película, Lillian Gish se convierte en una de las primeras divas de aquel cine mudo y en blanco y negro de los inicios del Hollywood dorado, y el director, en una especie de Spielberg de la época. Basada en una novela titulada “The Clansman”, de Thomas F. Dixon (1905), la historia relata las aventuras y desventuras de dos familias amigas durante y después de la Guerra de Secesión: los Cameron, «perdedores» alineados con el sur, y los Stoneman, leales al Gobierno de Washington. Básicamente, lo que mantiene la película de Griffith es que los afroamericanos son inferiores a los blancos y que, cuando se abolió la esclavitud, mostraron su «verdadera» cara. En suma, se retrata a los libertos como delincuentes, borrachos, tontos, ignorantes, tramposos, violadores en potencia... Es decir, se les señala como los «responsables» de que algunos blancos tuvieran que levantarse y «poner orden». ¿Y quiénes se supone que eran los «salvadores»? Los «muchachos» del Ku Klux Klan, con sus capirotes, sábanas blancas, su cruces ardiendo y sus sogas para colgar a las peligrosas «hordas» de negros que se les pusieran por delante. Evidentemente, no era una visión del gusto de los afroamericanos, por lo que Griffith tuvo que utilizar actores blancos maquillados con la técnica del blackface.

La cinta fue un éxito de taquilla y también la primera película en la historia en proyectarse en la Casa Blanca. A su vez, provocó una oleada de protestas y disturbios por todo el país, cuyo sur todavía era tan segregacionista como Sudáfrica. Se canceló su estreno en muchas ciudades, entre ellas Chicago o Denver, para evitar lo que sí sucedió en puntos como Boston o Filadelfia: bandas de blancos atacaron a afroamericanos, con el saldo de un adolescente muerto a tiros en Lafayette (Indiana). Lo mató un espectador –blanco, por supuesto– que acababa de salir de ver la película. Para el KKK, “El nacimiento de una nación” se convirtió en su principal arma propagandística.

Este canto al racismo y a la supremacía blanca, tan maniqueo como magistral, es a su vez una obra clave en la historia del cine, porque sentó las bases del lenguaje cinematográfico moderno. Con Griffith, el cine dejó de ser teatro. Gracias a la combinación de diferentes técnicas como la fotografía nocturna, las panorámicas, el montaje y la edición en paralelo, la película mostró al mundo el potencial del llamado séptimo arte. De hecho, en muchas de las batallas clásicas de la gran pantalla, desde “Braveheart” a “El Señor de los Anillos”, se pueden encontrar referencias a las secuencias de guerra de “El nacimiento de una nación”.

Nadie duda de que Griffith fuera uno de los cineastas más grandes de la historia del cine, que su obra es parte del legado cultural de Estados Unidos, pero se plantea una pregunta: ¿Qué hacer cuando el argumento de una película magistral exalta una práctica repugnante como el racismo?

Nate Parker: De la gloria al ostracismo. El mismo título, pero con una visión y unos protagonistas radicalmente diferentes y así, un siglo después, por fin se haría justicia. Eso es lo que se debió de plantear el actor Nate Parker cuando se decidió a rodar su propio “El nacimiento de una nación”, una película en la que relata la otra cara de la esclavitud en el sur de EEUU: la lucha de los esclavos por su libertad, a través de la revuelta encabezada en 1831 en las plantaciones de Virginia por un personaje real, convertido casi en un proscrito por la historia: Nat Turner. Dirigida y protagonizada por él mismo, con un guión escrito al alimón con su compañero de universidad Jean Celestin, Nate Parker puso su propio dinero para rodar un contundente, efectivo y violento largometraje, de altísimo voltaje político, que se estrenó en febrero del año pasado en el Festival de Sundace, el certamen fundado por Robert Redford que, con los años, se ha convertido en un encuentro de «ese» otro cine. El público lo recibió de pie, con una cerrada ovación. En su presentación ante la prensa, Nate Parker declaró que, en la cultura popular, «el esclavismo se ha plasmado generalmente por medio de historias de sufrimiento y de perseverancia, pero la historia de Nat Turner va más allá: era un esclavo pero también un rebelde que se levantó contra la injusticia. Su historia debía de ser contada con sinceridad. Es increíblemente pertinente y es también un testimonio de la aspiración a una paz racial en este país».

El actor y director había llegado a Sundance con los parabienes de importantes figuras como la presentadora Ophra Winfrey o el cineasta Spike Lee. De aquel festival salió con los premios del público y del jurado en el bolsillo, la distribución atada con una major como Fox Searchlight con una cifra nunca vista –17,5 millones de dólares, marca histórica en Sundance por encima de los 10 millones pagados en 2006 por “Pequeña Miss Sunshine”– y la impresión generalizada de que iba a «romper» en los Oscar de 2017, más incluso que “12 años de esclavitud”, el drama dirigido por Steve McQueen que se llevó la estatuilla a la mejor película en 2014. Pongámonos en situación: el estreno se produce en plena tensión racial, con el surgimiento del movimiento Black Lives Matter en respuesta a la violencia policial. En los Oscar de 2015, además, el que todas las nominaciones fuesen para personas blancas había levantado ampollas en la comunidad afroamericana, que respondió con la campaña «OscarsSoWhite» en las redes sociales. Como titulaba la revista “Variety”, aquella era «la película más a propósito nunca vista en la carrera de los Oscar».

Un mes más tarde la misma publicación pinchó el sueño de Nate Parker al desvelar que el actor y director fue acusado en 1999 de haber violado a una estudiante en una noche de borrachera, cuando estudiaba en la universidad. Él fue absuelto por falta de pruebas, pero su compañero, el coguionista Jean Celestin, sí reconoció los hechos y fue condenado a seis meses de prisión, aunque después apeló y ganó, debido a que la víctima no se presentó al juicio. A partir de ahí Turner tuvo que contestar a las preguntas de los periodistas. Se defendió alegando que anteriormente había tenido una relación sentimental con la víctima y que la de ese día había sido una relación sexual consentida. Este mismo argumento le sirvió para salir absuelto en la época. La víctima, quien siempre dijo que estaba inconsciente a causa de una intoxicación etílica, se suicidó en 2012 a los 30 años. Todas las esperanzas que la comunidad afroamericana tenía puestas en aquel “El nacimiento de una nación” se fueron al traste. «Ser declarado inocente por el sistema judicial de este país no significa nada», se podía leer en el site Madamenoire.com, dedicado a las mujeres afroamericanas. A Nate Parker le quedan ya pocos apoyos y cero nominaciones a los Oscar. Y aquí la pregunta sería: ¿Se puede separar al arte del artista?

Nat Turner: Dios le dijo que liberase a los suyos. Turner era el apellido del próspero agricultor en cuyas tierras nació el 2 de octubre de 1800 Nathaniel, porque los esclavos de las plantaciones recibían generalmente el apellido de su dueño. Nat, que era como se le conocía, era, por tanto, un esclavo, descendiente también de esclavos, a quien el hijo de su propietario enseñó a leer. Con los años, se convertiría en un predicador que interpretaba que la Biblia condenaba claramente la práctica de la esclavitud. Más aún, «El profeta», como era conocido entre sus compañeros, creía que Dios le había elegido para liberar a su pueblo.

Cuando tenía 30 años, fue vendido a Joseph Travis y, menos de un año después, el 12 de febrero de 1831, recibió lo que creyó era una señal divina: un eclipse de sol. El 13 de agosto, y tras meses de preparativos, llegó una nueva señal, cuando el cielo tomó un color extraño. Se cree que coincidió con una erupción del monte Santa Helena. Junto a otros siete esclavos, Turner comenzó su rebelión a sangre y fuego en el condado de Southampton (Virginia): mataron a la familia Travis y luego a unos cincuenta blancos –incluidos niños– que encontraron en su camino, con la esperanza de que este acto incitase a un levantamiento general. Pero solo 75, entre esclavos y libertos, se les unieron. Perseguidos por más de 3.000 miembros de la milicia estatal, su rebelión terminó en apenas 48 horas. Aunque Turner escapó, dos meses después fue capturado. El 5 de noviembre de 1831 fue ejecutado. Su cuerpo fue desollado y, según relataba un artículo publicado en 1920 en “The Journal of Negro History”, sus restos se repartieron entre varias familias blancas como recuerdo. Con su piel, algunos se fabricaron carteras.

Aunque Nat Turner no acabó con la esclavitud, su acción sí que sacudió a la institución en su mismo núcleo. Su levantamiento provocó, por un lado, fuertes represalias y un endurecimiento de las condiciones de vida de los afroamericanos, pero, a su vez, agitó también a los abolicionistas del norte, quienes intensificaron sus esfuerzos para poner fin a esta práctica.