IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Ahora que todo empezaba a ir bien…

Pocas cosas nos llenan tanto, en la teoría, como conseguir lo que hemos deseado largamente, como sanar por fin las heridas del pasado y asomarse a un horizonte nuevo, y profundamente ilusionante. Cuando los sueños se cumplen nos hacen despegar los pies del suelo hacia el escenario más emocionante que hubiéramos podido imaginar. Y de repente, ahí arriba, miramos hacia abajo y efectivamente, vemos que los pies no tocan un terreno por el que hemos transitado durante mucho tiempo hasta entonces, que conocemos casi a la perfección, y a cuyas irregularidades nos hemos acostumbrado y adaptado.

A pesar de haber estado deseando otra realidad que cubriera completamente algunas de nuestras necesidades, a pesar incluso de haber estado penando por la precariedad, la falta, o simplemente el anhelo de algo diferente, hemos construido una rutina en torno a ese mundo incompleto, lo hemos podido predecir, e incluso hemos exprimido de él todo lo que hemos sido capaces, llegando a dominar la precariedad. Las personas somos capaces de adaptarnos a cualquier entorno, no sin esfuerzo, o sufrimiento, pero la vida está llena de historias de gente que ha tenido que atravesar los desiertos más áridos para sobrevivir. De alguna manera, en nuestra esencia está la supervivencia, sean cuales sean las circunstancias, hasta las últimas consecuencias.

Por ello no es de extrañar que incluso la insatisfacción, cierto estrés, se convierta en un escenario no tan indeseable y en cierto modo “cómodo” en lo que a la adaptación se refiere, «Más vale malo conocido…». No llegaré a decir que esta eventualidad se convierta en un sabotaje potencial para poder abrazar completamente los sueños, pero sin duda suele ser un obstáculo que atravesar.

La tendencia a defendernos cuando ya no hay ataques a la vista, a buscar activamente pegas ante algo bueno, a sentir la tensión cuando la tranquilidad reina, es habitualmente un signo de esta precaución que nos ha acompañado hasta ese momento, y que nos mantiene alerta ante amenazas potenciales. Y este tipo de potencialidad imaginada es pura subjetividad, pura anticipación basada en la experiencia previa. Incluso podemos llegar a aumentar las aristas de pequeñas molestias o desajustes, y convertirlos en auténticos problemas, solo por no desprendernos de una actitud que nos ha ayudado a sobrevivir hasta el momento.

Quizá sea demasiado peligroso hacerlo, no tanto física, como psicológica, emocionalmente. Tampoco es de extrañar que crecer en una situación de precariedad en algún aspecto importante nos haya hecho llegar a la conclusión privada, secreta, de que esto de «estar completamente bien» no es para nosotros, que «la vida siempre es un esfuerzo, o incluso un sufrimiento» y que «siempre va a haber algo [malo]», que nos impida disfrutar.

Terminamos incluso por sentirnos mal por estar bien, algo que nos resulta incomprensible en términos absolutos, pero que igual tiene sentido si lo que estamos haciendo es anticipar que la vida volverá a llevarse lo bueno que acaba de traer. Y para algunas personas, esto ha sido una realidad. Aunque nos espere la felicidad, ¿cómo dejar de estar atrincherados para arrojarnos sin defensa a un todavía joven bienestar? Nuestra mente nos enviará señales, nos proyectará películas en la cabeza sobre todo lo que puede no funcionar, nos cuidará como ha hecho tantas veces antes, y habrá que darle nuevos estímulos, nuevas pruebas de que el mundo puede ser diferente ahora.

No es fácil, ni rápido a veces, pero nuestro cerebro es flexible y si le damos oportunidad de vivir plenamente las nuevas sensaciones, construirá un nuevo patrón. Y por cierto, vivir plenamente es dejarse impactar por la felicidad. Como dicen por ahí, a andar se aprende andando.