7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Y luego tan amigos


Dicen que el roce hace el cariño, pero ¿hasta qué punto? Podríamos decir que existen necesidades humanas que son comunes a la mayoría de las personas, algunas de ellas de índole física, inmediata, como comer, descansar, protegerse, y otras más propias de las relaciones, como sentirse valorado, poder depender de otros cuando nosotros no podemos con todo, o hacer impacto en otros de forma que nos tengan en cuenta con nuestra forma única de hacer las cosas, vivirlas o sentirlas. Y si algo tienen las necesidades es que son irrenunciables; a diferencia de los deseos o caprichos, no podemos renunciar a satisfacerlas, a pesar de que sí podamos sobrevivir con un grado escaso de satisfacción.

Todos necesitamos cosas de otras personas y en ocasiones, no pocas, lo que necesitamos de forma irrenunciable topa con lo que otros necesitan de forma irrenunciable, lo cual es maravilloso si ambas necesidades se complementan; nos sentimos crecer conjuntamente, y es mutuamente enriquecedor y disfrutable. Pero en otras ocasiones, tampoco pocas, la satisfacción de ambas necesidades en ambas personas al mismo tiempo parece imposible. Son esas ocasiones en las que ambas partes parecen enfrentarse en un conflicto de necesidades irresoluble, ya que el hecho de que uno u otro renuncie a las suyas supone dejarle un vacío que genera la sensación de pérdida, de derrota, que hay que subsanar más adelante o en otra relación.

Ante el dilema, si les preguntáramos, ambos podrían dar argumentos sólidos que dejan la pelota en el tejado del otro y viceversa, y una natural defensa vehemente por las dos partes termina por insuflar irreversibilidad al planteamiento de los dos interlocutores. En estas circunstancias, una solución que priorice una u otra se revela injusta, mientras que una solución salomónica deja a ambas partes con sensación de ser incompleta y parcial, insatisfechas al fin y al cabo. ¿Qué pueden hacer entonces? ¿Qué queda si ambos tienen sus razones, en ambos casos hay algo importante irrenunciable que ambos necesitan y cuya insatisfacción parece dejar una herida? Pues para empezar, hablar de ello.

Parece un cliché pero ponerlo encima de la mesa desde uno mismo tiene varios efectos relevantes a la hora de llegar a un entente. Por un lado, la tensión se ventila, es decir, cuando hablamos de forma vehemente, totalitaria y centrada exclusivamente en uno mismo, hay una cantidad de emoción que ya no se queda dentro, presionando para su resolución. Es algo así como que la tensión que necesitamos para movernos a conseguir aquello que nos va a cubrir dicha necesidad, funciona como el hambre o la sed que nos mueve a comer y beber, pero a nivel emocional.

Conectar para transmitir una necesidad emocional, aunque sea de forma tangencial, alimenta algo esa necesidad. Por otro lado, hablar de ello ayuda a matizar, pensar en alto y regular la totalidad de planteamiento inicial, también midiendo en la conversación las puertas abiertas al contacto en el otro y que no están abiertas a primera vista. Por esta razón, en este tipo de conversaciones o de discusiones se suele reiterar en los planteamientos una y otra vez, de modo que en cada vuelta vamos como desbrozando, quitándole capas de vehemencia, de individualismo, incluso de orgullo, hasta llegar al meollo, a lo que realmente importa. Si hay suficiente contacto, suficiente relación, al final de este proceso farragoso e incluso desagradable somos capaces de decantar la esencia de lo que realmente es importante para cada uno y esa revelación mutua se convierte en un acto de intimidad en el que la vulnerabilidad del otro es mutuamente reconocible, y entonces, el encuentro es mucho más factible.