DAVID BROOKS
IRITZIA

Regreso al futuro

Unas 24 horas después de que Trump comentase que está contemplando una opción militar para Venezuela, ya que en ese país «la gente está sufriendo y se están muriendo», en Charlottesville (Virginia) ultraderechistas armados golpearon a manifestantes pacíficos y, en un acto terrorista equivalente a los atentados recientes en Europa usando vehículos como armas, un blanco asociado con los neonazis atropelló a veinte personas, matando a una mujer. El gobernador declaró el estado de emergencia y la Guardia Nacional se preparó para entrar en acción. Todo esto en un país donde circulan más de 300 millones de armas en manos privadas y donde, de promedio, mueren a balazos 93 personas todos los días, siete de éstas menores de edad.

Lo ocurrido en Charlottesville no fue nada nuevo, pero sí tiene algo de diferente porque los participantes reconocieron que forman parte de las filas de Trump. David Duke, ex líder de un sector del Ku Klux Klan, declaró: «Vamos a cumplir con las promesas de Donald Trump». Las imágenes de los cientos de asistentes al acto denominado “Unir a la derecha” no ocultaron quiénes eran: esvásticas, águilas fascistas, consignas de «sangre y tierra» (de la frase nazi blut und boden), algunos coreando «los judíos no nos reemplazarán», junto con banderas de la Confederación y pancartas con la consigna de campaña del presidente de “Haremos grande de nuevo a EEUU”.

La respuesta ambigua y tardía de Trump fue tan aguada que líderes de su propio partido lo criticaron. No es la primera vez que Trump rehusa condenar expresamente este tipo de actos de violencia de gente que forma parte de su base. Son agrupaciones que marchan al estilo nazi –una de las cuales, Vanguard America, tiene un manifiesto titulado “Fascismo Americano”–, combinadas con agrupaciones «supremacistas blancas» con largas y sangrientas historias de linchamientos y asesinatos de afroamericanos, activistas de izquierda y actos violentos antisemitas, y, por supuesto, violencia contra migrantes de países no europeos.

Esto no es nada nuevo. En este país ha habido más de treinta atentados cometidos por estadounidenses blancos desde el 11 de setiembre de 2001 cuyas víctimas son la mayoría sus conciudadanos. En 1995, el peor atentado en terreno estadounidense antes del 11-S fue cometido por ultraderechistas del país, quienes detonaron una bomba en un edificio federal en Oklahoma City que mató a 168 personas (incluyendo 19 niños) e hirió a 500.

La historia del fascismo en Estados Unidos ha estado presente desde los años 30 del siglo pasado, incluida la fundación de un Partido Nazi Americano. Pero ahora ellos, junto con las agrupaciones de supremacía blanca que tienen siglos de antecedentes en un país cuya Casa Blanca –y gran parte de su economía– fue construida por esclavos negros, gozan de un nuevo auge gracias a Trump. Ahora el Klan puede marchar en público sin cubrir su rostro con una capucha.

Pero los actos recientes han tenido también otros puntos de «nostalgia»: Trump amenazó a Corea del Norte con «fuego y furia» nuclear. A pesar de que los generales y jefes diplomáticos, incluyendo el propio secretario de Estado, Rex Tillerson, de inmediato buscaron tranquilizar a sus ciudadanos y aliados en otras partes del mundo al pedir que, en esencia, no le hicieran caso al comandante en jefe, el ahora resucitado Dr. Strangelove (Peter Sellers en la genial “¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú” de Kubrick) de la Casa Blanca siguió amenazado. Peor aún, algunos empezaron –en serio– a calcular las dimensiones mortíferas de un hipotético conflicto nuclear, y analistas financieros trataron de saber qué efecto tendría un guerra entre dos poderes nucleares sobre los mercados, según el “Wall Street Journal”. Algunos medios explicaron que, con los protocolos existentes, si el comandante en jefe ordena un ataque nuclear no necesita la autorización del Pentágono ni del Congreso y no existe un mecanismo que pueda frenarlo más que la renuncia de los altos mandos militares o, aunque no hay precedentes, si su gabinete considera que lo puede declarar mentalmente incapacitado.

Y, también había nostalgia por otros tiempos, aquellos en los que Estados Unidos era «grande». El «presidente más presidencial», según él mismo, declaró que si el Gobierno de Venezuela no hace lo que él dicta, no descarta una «operación militar». A Trump no le han informado que, a estas alturas, es de mala educación amenazar a América Latina con otra intervención militar gringa (eso se hace ahora de otra manera, suavecito, con lo que llaman diplomacia y dólares para apoyar las fuerzas de la «democratización»). Las cosas están tan alarmantes que muchos apuestan, para dormir un poco más tranquilos, por la posibilidad de que los generales controlen al civil demente que vive en la Casa Blanca.