7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Lugares de pertenencia


Cuando era niño pasaba los veranos en el pueblo, conocía cada rincón, los olores, las personas, los ritmos de la tierra y todos los animales que poblaban los escondrijos que solo los niños conocen». «De adolescente, íbamos todos los fines de semana a aquella zona de fiesta, donde conocí a tu padre». «Los últimos años de su vida quiso volver a su tierra, al lugar donde vio crecer a sus hijos y donde ella misma había prometido tener una casa cuando empezó a trabajar»…

Cada uno, cada una, solemos contar cosas así a las nuevas amistades o parejas cuando queremos que nos conozcan más allá del momento presente, porque nuestros lugares nos han formado e influido profundamente. Sé que siempre apelo a nuestros diversos orígenes en estas líneas, y también nuestros lugares están íntimamente ligados a ellos. En la vida ajetreada y constantemente cambiante que hoy muchos de nosotros tenemos a menudo la añoranza de cierta estabilidad nos viene de tanto en tanto, y no es extraño que para agarrarla en nuestra mente evoquemos una estancia más o menos estable en un lugar de nuestro pasado, que nos traiga consigo esa sensación.

Habitualmente cuando hacemos este tipo de recuento, lo primero en lo que pensamos es en esa sensación de control, de conocérselo de cabo a rabo, de forma que nada nos puede sobresaltar ahí, ni pillarnos por sorpresa de forma negativa. Con cierta probabilidad, también somos capaces de predecir lo que va a suceder sin equivocarnos demasiado: cómo reaccionará la gente, cómo cambia el tiempo climático, cómo llegar de tal a cuál lugar y cómo será ese camino, y cosas así. Esto nos abre también la puerta a la sensación de libertad. No tenemos que emplear nuestras energías en estar alerta, lo que nos da la oportunidad de explorar libremente, explorar el entorno y a nosotros mismos. En estos lugares podemos recordar muchas primeras veces precisamente por esto; la primera vez que monté en bici, que pasé una noche fuera de casa, que besé a una chica o a un chico… Nos sentimos no solo libres y con cierto control, sino también protegidos en cierto modo por esos entornos, por las gentes, e incluso por la orografía o la propia naturaleza en general.

De ahí que nuestras sensaciones estén más a flor de piel, estamos más abiertos porque necesitamos menos precaución, y de ahí también que estos lugares sean particularmente estimulantes. Algo así como si por alguna parte hubiera un tesoro escondido que apetece buscar todo el tiempo.

Quizá alguien que llegue por primera vez a uno de nuestros lugares de pertenencia no pueda entender nuestro entusiasmo o nuestra emoción al oler, por ejemplo, el olor de las boñigas de vaca, pero esa sensación ha estado tan íntimamente a ese lugar –por ejemplo, en una zona rural–, que el olor se convierte en otra cosa en nuestra cabeza, en un estímulo que evoca toda suerte de aventuras, o desventuras. Así, el recuerdo se fija a las formas, los colores, los olores o sabores, catapultándonos no solo al recuerdo de más detalles o de imágenes, sino también a estas poderosas sensaciones.

Se acercan unas fechas particularmente proclives a este tipo de encuentros. Quizá no sea mala idea reconectar con aquellos sitios que llevamos dentro y en los que hemos podido ser libres, estar estimulados, sentirnos seguros, y que sin duda ya han adquirido cierto halo mítico en nuestra mente. Podamos regresar o no, del mismo modo que una vez habitamos en ellos, también estos lugares han seguido habitando en nosotros. O dicho de otro modo, quizá el tesoro que creíamos que escondían estaba ahí mismo, en la piel, en los ojos y en las plantas de los pies, y se estaba grabando en nuestra memoria. Quizá aquel tesoro siga enterrado en nosotros y quizá solo por el mero hecho de haberlo conocido en la piel, de forma tan íntima, podamos volver a habitar hoy la serenidad de pertenecer.