La imaginación fue la fuerza de la que nació la leyenda
Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana, los productores desconfiaban de un joven cineasta llamado George Lucas. Tanto que la 20th Century Fox, el único estudio dispuesto a darle una oportunidad a su disparatado proyecto, dedicó apenas cuatro millones a «Star Wars». Ante la escasez, primó la imaginación y de ella germinó la fuerza. El resto es historia. De hecho, es leyenda.
Hace un mes se estrenó el Episodio VIII de “Star Wars”, “Los últimos Jedi”, y lo hizo con toda la pompa y boato que rodea a cada entrega de esta saga de dimensiones siderales. Todo lo que incumbe a la guerra más conocida de las galaxias es colosal; también el presupuesto, por supuesto.
Pero no siempre fue así. Cuando a mediados de los 70 un joven George Lucas llamó a la puerta de los estudios para financiar su proyecto, la mayoría la mantuvieron cerrada. Y eso que el cineasta californiano ya había ganado un Globo de Oro y contaba con cinco nominaciones a los Oscar gracias a “American Graffiti”. Pero la fantasía espacial que llevaba bajo el brazo parecía demasiado atrevida, y arriesgada. Al final, llegó a un acuerdo con la 20th Century Fox para ceder su salario como director de la película a cambio de recibir el 40% de las ganancias de taquilla y los derechos del merchandising. Ese trato cambió la historia del cine.
Pero los directivos del estudio aún no lo sabían, y lo cierto es que apenas dedicaron cuatro millones de dólares para hacer la película, poco dinero incluso para lo que se estilaba hace cuatro décadas.
Algo épico. Cuatro millones para narrar nada más y nada menos que una guerra intergaláctica. Una empresa imposible para cualquiera, pero no para George Lucas y su equipo. En él se hallaba Roger Christian, quien trabajó en el departamento de arte –liderado por John Barry y Les Dilley– como escenógrafo. Christian narró en un documental de la BBC cómo encararon este asunto. «Era algo épico… un filme de ciencia ficción por cuatro millones». En el guión había armas, robots, sets, vehículos… «Pensaba: ‘No puedo hacer esto’». Sí pudieron, aunque para ello tuvieron que echar mano de todo su ingenio, que les sobraba.
Lo que no les sobraba era el material. Pero John Barry llegó con una ingeniosa y efectiva manera de resolver el problema: usar materiales almacenados como basura. De esta forma, compraron aviones destrozados, separaron sus piezas y empezaron a construir toda una galaxia. Así, por ejemplo, la parte trasera de la cantina de Mos Eisley, uno de los escenarios más reconocibles de la película, está completamente hecho con motores de viejos aviones laqueados de dorado.
Detrás de algunos de los personajes también hay objetos más cotidianos de lo que a primera vista aparentan. Sin ir más lejos, R2D2 guarda varias sorpresas. Según recordó Christian a la cadena británica, fue la primera tarea de creación que recibieron. Un carpintero con el que trabajaba le trajo madera contrachapada con la que crearon la estructura curva. La parte superior es simplemente una lámpara antigua y el “ojo” es, en realidad, la pieza de aire acondicionado de una furgoneta. Quién lo iba a decir de uno de los personajes más aclamados de la historia del cine. ¿Y Darth Vader? El antagonista y a su vez padre (perdón por el spoiler) de Luke Skywalker vestía de negro de pies a cabeza, con un casco ya mítico y una armadura que... que realmente no era más que una vieja radio.
Pero no hay elemento más característico de “Star Wars” que la espada láser. ¿Habrá alguien que no haya soñado con blandir una de ellas? «Sabía que la espada láser sería la imagen icónica de ‘La guerra de las galaxias’. Era tan importante como Excalibur en la leyenda del rey Arturo», señala Christian al hablar de cómo fue creada. Explica que acudió a una pequeña tienda de fotografía donde solían alquilar equipos y le dijo al dueño: «¿Tienes algo aquí que sea inusual, cosas que puedan ser interesantes?». El dueño señaló al final de la sala, donde había varias cajas apiladas que, según él, «no había abierto en años». El escenógrafo abrió una de aquellas cajas, cubierta de polvo, y, de repente, «ahí estaba». Lo que Christian sacó de la caja era el mango del flash de una cámara fotográfica Graflex de los años 40. O eso había sido hasta entonces. Pronto sería el objeto de deseo de millones de niños y niñas.
«Esto es el Santo Grial», pensó en aquel momento. Compró los cinco o seis mangos que había y regresó a los estudios. «Lo que tenía en mis manos era exactamente como imaginé que sería una espada láser: un cuerpo pesado y cromado con un botón rojo y un clip de forma extraña al final que sujetaba el reflector que asemejaba un dispositivo para generar un haz de luz láser». De vuelta en su oficina empezó a fabricar el arma reciclando partes de otros objetos como, por ejemplo, una calculadora de bolsillo. «Creo que he encontrado el sable de luz, George», le dijo Christian al director. El escenógrafo recuerda que Lucas lo vio, lo sostuvo y sonrió. Y ya nada fue igual en la galaxia.