Javier Arcenillas
la gran feria de armas de kentucky

Weapon Social Club

«Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas». Así reza el texto de la Segunda Enmienda recogida por la Constitución estadounidense y así lo reclaman muchos ciudadanos de EEUU. Pero es un derecho en entredicho y más después del reciente tiroteo escolar en Florida, perpetrado por un joven de 19 años que, a su edad, tenía prohibido comprar alcohol, pero sí podía poseer armas.

En Estados Unidos, la compra de armas ligeras aumenta espectacularmente en previsión de la aprobación de futuras leyes más restrictivas en lo referente a las ventas de material bélico. El derecho de los ciudadanos a poseer y portar armas no puede ser negado por los gobiernos locales y estatales, alegan todos los seguidores de la enmienda.

La desconfianza generalizada respecto a las regulaciones de la antigua administración Obama sobre las leyes que establecen la compra de armas se aprecia después de más de un año del fin de su mandato, sobre todo en lugares como Knob Creek. En esta población de Kentucky se celebra semestralmente (abril y octubre) la mayor feria de armas del mundo.

Creada hace ya 45 años por la familia Summer al calor de la guerra de Vietnam, entrar a este sanctasanctórum de las armas es sencillo: basta tener doce dólares a mano, o seis si eres menor de 12 años, para pagar la entrada. Una vez en el recinto llama la atención la ausencia de policías o miembros del Ejército norteamericano en un lugar en el que hay un arsenal con el que empezar la III Guerra Mundial. Los encargados de que no se produzca ningún incidente son los miembros de la seguridad privada del Knob Creek Gun Range, y hacen bien su trabajo porque en el fin de semana no se produjeron incidentes. «No hay ningún incidente porque los que amamos las armas no discutimos… entre nosotros», nos comenta Kenny Summer, el director de este evento armamentístico. La feria se encuentra a escasos kilómetros de Fort Knox, lugar de entrenamiento de las tropas de combate Rangers y muy conocido por albergar el tesoro americano: su oro nacional. En este estado y más concretamente en el condado de Bullit, se puede comprar, vender o admirar una amplia selección de armas, municiones y parafernalia militar.

Antes de llegar a los cuatro campos de tiro existentes en la feria el ruido se hace ensordecedor (es casi obligatorio el uso de tapones) y el olor a pólvora inunda el entorno. Un ruido y un olor que llega hasta las dos grandes carpas metálicas donde se ubican un centenar de tiendas variopintas. Son establecimientos como el de Nikki, viuda que perdió a su marido hace años en Somalia y que lleva junto a sus tres hijos un negocio de piezas de repuesto para armamento de artillería donde poder recargar vainas para las ametralladoras de gran calibre. La banderas sudistas son una constante en las tiendas, donde se puede encontrar y reparar todo tipo de armas y comprar de segunda mano juguetes, munición de toda clase, manuales para fabricar explosivos, libros, insignias, imaginería de la Segunda Guerra Mundial, simbología nazi, bombas, ropa, material exclusivo de la guerra de Vietnam, algún misil e incluso algún que otro tanque.

Una oferta variada que es un cruce de caminos donde confluyen desde coleccionistas de armas hasta miembros del Ku Klux Klan, desde fabricantes a miembros de milicias y grupos racistas estadounidenses, desde veteranos de guerra hasta simples curiosos. Incluso, «algún que otro personaje interesado en comprar manuales de fabricación de explosivos», como nos comenta Michael M. Frost, encargado de una de las librerías. Eso sí, entre el sinfín de ideologías no hay demócratas, al menos confesos, porque con 283 millones de armas en manos privadas es complicado que no haya ninguno, y tampoco son muy visibles personas de raza negra.

¿Por qué no vemos a afroamericanos? «Simplemente no vienen. Aquí no se prohíbe entrar a nadie», señala con media sonrisa Brian F., un miembro de las ultraderechistas Milicias de Michigan. Quizá se deba a que se podrían topar de frente con, por ejemplo, el grupo de cabezas rapadas arremolinado alrededor de una tienda donde se pueden adquirir desde cuchillos con la inscripción “Mein Kampf” en la hoja hasta sudaderas con el anagrama de las SS, por poco más de 20 dólares, o todo tipo de parafernalia nazi. Un grupo en el que se podrían encontrar sin desentonar Paul Schlesselman y Daniel Cowart, los dos neonazis detenidos a finales de octubre de 2008 en Tennesse por planear una matanza de afroamericanos que culminaría con un atentado contra el entonces candidato Obama.

Campos de tiro. El olor a pólvora se mezcla con el de las barbacoas. El menú es básico: hamburguesa con queso o perritos calientes, no hay más opciones. Para beber, agua. «¿Nunca invitarías a tu amante a cenar en casa con tu mujer, ¿no? Pues es lo mismo: armas y alcohol…», dice John Denney, uno de los responsables de seguridad. En el comedor es habitual que armas de gran calibre presidan las comidas. «En Knob Creek todo es muy seguro, las armas han de tener bridas para el cerrojo; si no lo llevas, te invitamos a salir», manifiesta Denney. Tras la comida, llega la hora de soltar un poco de adrenalina. Mark L. aparece en una de las galerías de tiro, en la que se dispara con armas alquiladas, con una UZI (45 dólares) en su mano derecha.

Compra unos cuantos cargadores de cuarenta proyectiles 9 mm parabelum y se dirige con paso firme hasta su puesto. Al fondo, a unos doscientos metros, sus enemigos: las dianas. Mark se coloca los cascos protectores, se ajusta las gafas, apunta y de su arma sale una ráfaga que, durante dos o tres segundos, repiquetea a su alrededor, confundiéndose con el ruido del M-16, la MAC10, la MG 42, toda una reliquia alemana, y de la AK-47, vecinas en la línea de tiro. Para, observa el horizonte, coloca un nuevo cargador y repite la operación una y otra vez hasta que, quince minutos más tarde, suena una sirena y todo el armamento calla. «Cuando tienes un arma como esta en la mano te sientes el rey del mundo. ¡600 balas por minuto!», afirma mientras se aleja hasta las dianas para ver si sus disparos han hecho blanco.

En Knob Creek se disparan desde revólveres hasta armas de asalto, pasando por ametralladoras de la Segunda Guerra Mundial o rifles de precisión. Se dispara con armas propias o alquiladas, a una media de 50 dólares la sesión. Y, ¿quiénes son los tiradores? Los hay de todo tipo. Miembros del Ejército, veteranos de guerra, simples amantes de las armas, integrantes de milicias contempladas también por la Segunda Enmienda (las paramilitares y ultraderechistas de Michigan, las derechistas y cristianas de Hutaree…), ejecutivos con ganas de liberar tensiones, jóvenes en busca de sus primeros disparos “en serio”… Y niños, a los que sus padres echan una mano para que el retroceso no les destroce el hombro. Y un denominador prácticamente común en todos ellos: ser miembros de la Nacional Rifle Association (NRA).

Barras, estrellas y fuego. Poco más allá se encuentra otra galería. En esta hay un circuito para pistolas y armas cortas. Kent tiene en sus manos una S&W que saca y mete mecánicamente en una funda colocada en su cadera derecha. Carga, descarga contra blancos fijos y móviles. Carga y vuelve a descargar. Una y otra vez, moviéndose de un lado para otro. «Solo en América se puede hacer esto. Esto es la libertad y ahora viene gente que quiere quitárnoslo. Nunca podrán, porque esto es América», dice al tiempo de que los estallidos cesan. Son las 16.00 horas, el momento en el que todos los asistentes a la feria se ponen en pie, se colocan la mano derecha en el corazón y empiezan a entonar el “Barras y estrellas”. Un rito que se cumple los tres días que dura el encuentro. Barras, estrellas y armas.

Un momento de silencio para volver de nuevo a la carga. Y con todo, porque en otra de las galerías de Know Creek se dispara a mansalva. Y todo quiere decir todo. Desde una ametralladora antitanque a un flamethrowers (lanzallamas), pasando por el napalm, ametralladoras Browning M2 de calibre 50, M134, Barret, baterías anticarro, cargas pirotécnicas… David P. Michael es el encargado de alquilar los equipos y de vigilar que todo funcione correctamente y no haya ningún percance. «Esto es seguro y damos a los clientes lo que piden: fuego», comenta. Y eso es lo que reciben los tres vehículos que se encuentran en el campo de tiro. Y como no podía ser de otra forma, tras achicharrar los coches, por 195 dólares, siempre se escucha la expresión del coronel Bill Kilgore en “Apocalipsis Now”: «Me encanta el olor a napalm por la mañana».

El olor llega hasta la denominada Jungle Walk, un campo de tiro que simula una selva vietnamita en la que, entre la maleza, se encuentran los temidos charlies del Viet Cong. Bob Hurley, un ultraderechista de referencia en la feria, es el encargado de guiar a los tiradores en su particular Vietnam a golpe de consigna: «Cuidado a tu derecha, hay un jodido amarillo. Reviéntale la jodida cabeza a ese viet». Una selva sobre la que también sobrevuelan los cinematográficos helicópteros UH-1 Huey que su Ejército utilizó en Vietnam. «Eso sí que fue una pasada», comenta Johnny Walter, uno de los veteranos pilotos que sobrevuelan a diario Knob Creek con nostálgicos montados en su Huey. «¿Qué país puede preservar sus libertades si sus gobernantes no son advertidos de vez en cuando de que su pueblo conserva el espíritu de resistencia? ¡Dejadles tener armas!», escribía Thomas Jefferson en 1787. Una afirmación que avalan los entusiastas de las armas. «Esto es América», afirman.