7K - zazpika astekaria
IRITZIA

Los mil y un números de Zazpika


Todo empezó en una antigua sucursal bancaria, cubriendo más de 160 kilómetros diarios en coche y con jornadas de trabajo que oscilaban entre las diez y las doce horas. El objetivo consistía en poner en marcha una revista semanal hecha en Euskal Herria y la tarea no era precisamente sencilla, ya que había que comenzar prácticamente de cero.

Nos teníamos que adaptar a nuevos equipos informáticos, crear una red de colaboradores, definir temas y hacerlos, y un largo etcétera de labores que parecía interminable.

Estos eran los mimbres de un enero que resultó frenético y en el que el cansancio era compensado por el frenesí del entusiasmo y de saber que estás haciendo algo nuevo. Tanto, que había que solucionar sobre la marcha los mil problemas que iban surgiendo. «¿Cómo vamos a llevar a la rotativa un archivo tan grande?», descubrimos con horror. Un número entero de la revista, con sus correspondientes fotos, pesaba una tonelada, así que hubo que comprar una grabadora de CDs, algo que ahora resulta casi prehistórico, pero que no era tan habitual en 1999, cuando arrancaba esta historia.

Con los nervios a flor de piel llegó el momento de ver el primer número de una publicación que, a sugerencia de los diseñadores, se terminaría llamando Zazpika y que lucía en la portada un 7K que se convertiría en su principal seña de identidad.

Kepa Junkera aparecía en la portada de un número en el que se mezclaba historia, montaña con los hermanos Iñurrategi y reportajes de otras temáticas variadas, en lo que sería una constante en sus contenidos hasta la actualidad. Lo contemplábamos emocionados, como a una criatura recién nacida que había exigido lo mejor del equipo. Pero tampoco nos podíamos embobar demasiado, porque debíamos empezar a preparar el siguiente número.

«¿Siempre será así?», me preguntaba exhausto después de haber dado todo en el lanzamiento del primer número. Afortunadamente, no. El equipo se asentó en Iruñea y empezó a trabajar como una máquina bien engrasada. Los tiempos se fueron reduciendo gracias al empeño de redactores, fotógrafos y diseñadores, que formábamos un todo para conseguir un producto agradable a la vista y al intelecto.

Eso sí, los imprevistos nunca dejaron de visitarnos, sobre todo, a causa de algunos colaboradores, los menos y a los que terminamos apodando como los “cansos”, que nos ponían el corazón en un puño porque no terminaban de enviar su artículo semanal y el mensajero esperaba impaciente a que le entregáramos el DVD en el que estaba grabado el número para que lo llevara hasta la rotativa (gracias, Igor, por tu paciencia infinita).

Entre todos esos colaboradores que ponen sal y pimienta a cada Zazpika, destacaba el difunto y siempre añorado Xabier Rekalde, que con sus entregas más allá de la bocina nos provocaba “pinzamientos”, alguna que otra úlcera sangrante y al que sigo haciendo responsable de buena parte de mi alopecia, aunque solo de una parte.

Y de esta guisa, entre risas, nervios y trabajo a conciencia, fueron pasando los años, en los que la preparación semanal de Zazpika nos convertía en rivales a temer en el Trivial, ya que elaborando sus páginas nos informábamos de costumbres exóticas, lugares insospechados, usos y costumbres de las más variadas especies naturales, acontecimientos históricos de casa y del resto del mundo, los entresijos de gente conocida en los más variados ámbitos… Y en sus secciones nos poníamos al día en los más diversos terrenos, como la cocina, la fotografía, el motor, el mundo de las plantas, el consumo y un sinfín más de disciplinas.

También descubrimos que simplemente por sacar la fotografía de la tumba de un rey navarro muerto hace casi un milenio teníamos que pagar al monje de turno 50 eurazos o que reproducir un cuadro del siglo XVI de un museo francés puede resultar casi tan caro como comprar una imagen actual de una estrella rutilante del mundo del celuloide. O la cantidad de colores que se pueden aplicar a un titular o a la mancheta de la revista para que combine bien con la correspondiente foto y entre los que no podía faltar el mítico gris perla.

Han pasado ya 19 años desde que arrancó esta aventura y muchas manos expertas se han encargado de que Zazpika llegue puntual a su cita dominical, incluso adelantándose al sábado si coincide un domingo sin periódico.

Ese semanal que mirábamos como a un tierno retoño hace casi dos décadas ha alcanzado la madurez con este número ya milenario y ahora que lo veo desde el mundo digital de Naiz, no puedo evitar una punzada de nostalgia. Una morriña que combato con el ritual de los domingos, con el placer de sentarme en el sofá y abrir su páginas para disfrutar una vez más con las mil y una historias con las que siempre nos encandila Zazpika.