JUL. 22 2018 frontera caliente entre italia y austria Tirol del Sur: «Checkpoint Europa» La avalancha inmigratoria y la oferta de pasaportes austriacos a ciudadanos italianos de habla alemana en el Alto Adigio enrarecen las relaciones entre dos países clave en la Unión Europea. Last update: JUL. 22 2018 - 09:11h Juanma Costoya La pequeña ciudad italiana de Bolzano, en la frontera alpina, capital de la región del Trentino Alto Adigio/Südtirol, vive desde 1919 con un ojo puesto en Roma y otro en Viena. En las pasadas elecciones legislativas al Parlamento austriaco, el joven líder conservador Sebastián Kurz escogió al partido ultraderechista, FPÖ, como socio de Gobierno. Una de las primeras iniciativas del ejecutivo de Viena fue la de ofrecer pasaportes austriacos a los ciudadanos italianos de habla alemana que viven al otro lado de la frontera. Y en la región del Alto Adigio suman una mayoría del 75%. En Bolzano, con sus 105.000 habitantes, el debate identitario es un tema de conversación recurrente que dura ya más de un siglo. En la capital se escucha más el italiano que el alemán, al revés que en la región, pero la cuestión es más poliédrica que la mera elección entre Austria e Italia. Muchos habitantes del Südtirol (denominación germánica para los habitantes del italianizado Trentino Alto Adigio) no se sienten cómodos siendo italianos, pero tampoco parecen perseguir como objetivo final su integración en Austria. Con matices podría afirmarse que su actual estatus, construido a base de exenciones fiscales y un amplísimo acuerdo autonómico con el Estado italiano, todo ello bajo el paraguas de la Unión Europea, se adecúa a buena parte de sus reivindicaciones. Esta corriente de opinión tiene en el mítico alpinista Reinhold Messner, primer hombre en conquistar los catorce ocho miles sin oxígeno y sin ayuda tecnológica, uno de sus representantes. Messner, que en los últimos años ha rehabilitado media docena de castillos en la región convirtiéndolos en museos, es todo un símbolo cultural y político en la región. Su apuesta por una integración europea ajena a los estados nacionales goza de un amplio eco. Al menos sobre el papel, el statu quo actual parece favorable ya que la región ha conservado la estabilidad fronteriza en los últimos decenios y se ha convertido en la más rica de Italia. La renta media sube en el Trentino hasta los 41.000 euros, más alta que en Alemania y tres veces superior a la de regiones del sur de Italia como Calabria. El pleno empleo y el éxito administrativo no han logrado ocultar que en el Tirol del sur anida un contencioso antiguo ligado a una de tantas fracturas de la Mitteleuropa que llenó de fronteras y conflictos la historia de centroeuropa en los dos últimos siglos. La oferta de la ultraderecha austriaca ha provocado un escalofrío que ha electrizado otras regiones del norte de Italia con especial estatus administrativo, Friuli Venezia Giulia y Valle de Aosta, hasta llegar a Roma. Los políticos italianos en respuesta no han tardado en agitar el fantasma de las recientes guerras balcánicas. El ministro de Asuntos Exteriores, Benedetto Della Vedora, alerta sobre el «puño de hierro étnico nacionalista». Otras voces desde Roma denuncian la concesión de ciudadanía sobre bases étnicas. La Unión Europea caracterizada por la presencia de ciudadanos de múltiples culturas, se subrayaba, no puede amparar iniciativas unilaterales. Elevando el tono, la ex ministra de Berlusconi Georgia Meloni, líder del neofascista Hermanos de Italia con presencia en Bolzano, ha declarado que la autonomía y los derechos de los habitantes del Tirol del sur salen del bolsillo del resto de los italianos. Pierre Moscovici, comisario europeo para Asuntos Económicos y Finanzas, afirmó que «la presencia de la extrema derecha en el poder», en alusión a la entrada del FPÖ en el ejecutivo austriaco, «nunca es indolora». El partido ultraderechista austriaco tiene prisa. De prosperar su iniciativa, la petición de la nacionalidad austriaca podrá hacerse ya este año o, a lo más tardar, en el 2019. Tendrían derecho aquellos sudtiroleses de nacionalidad italiana que se hayan declarado germano parlantes, así como sus hijos. El trámite, dicen, será rápido y gratuito. Los deportistas sudtiroleses podrán participar en la selección austriaca aunque no parece claro si los jóvenes que se acogieran a la hipotética medida tendrían que cumplir con el servicio militar, obligatorio en Austria. Raíces del conflicto. La rivalidad entre Italia y Austria hunde sus raíces en el Congreso de Viena de 1815 que repensó Europa tras las guerras napoleónicas; se acrecentó con el imperio austrohúngaro y tuvo su eclosión final en 1919, con el fin de la primera Guerra Mundial. Italia se incorporó tarde a este conflicto, cambiando de aliados y maniobrando para poder satisfacer sus aspiraciones territoriales. Antes de disparar un solo tiro, la diplomacia italiana ya tenía firmado bajo cuerda el Tratado de Londres por el que, tanto el Estado francés como Gran Bretaña (siempre dispuestas a ceder terreno ajeno), reconocían los intereses italianos en Trieste, Fiume (actual Rijeka, en Eslovenia), la costa Dálmata (Croacia) y los valles alpinos del norte, entre otros territorios. Efectivamente, al final de la guerra el Imperio austrohúngaro se desmoronó pero los italianos estuvieron lejos de recoger sus trozos. El tratado secreto de un par de años antes era ya papel mojado y en la escena internacional había surgido un nuevo hombre fuerte, Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos. El Tratado de París (1919) que volvió a ordenar las fronteras europeas tras la primera Guerra Mundial se firmó bajo el auspicio norteamericano y los italianos fueron obligados a renunciar a casi todas sus demandas. Dentro de ese casi se quedaron los valles alpinos del Südtirol, pertenecientes al antiguo imperio austrohúngaro y bautizados por los italianos como Alto Adigio. La toma militar de esos valles había supuesto una verdadera carnicería para el ejército italiano. Los austríacos habían fortificado los pasos elevados y las tropas italianas hubieron de atacar cuesta arriba. Tras la guerra se extendió un sentimiento nacional de agravio basado en la creencia de que el ejército había ganado la contienda y que los políticos la habían perdido en los despachos. Tampoco ayudaba a mitigar la amargura la pobreza de esos valles obtenidos a tan alto coste, dedicados a la ganadería de montaña, y dispersamente habitados por familias de habla alemana que, con pocas excepciones, en ningún momento se habían sentido italianas. Tras la subida al poder del fascismo en 1922, se implantó un programa de italianización forzosa por el que se rebautizaron pueblos y aldeas e incluso se tradujeron los nombres familiares. A partir de 1930, se trasladó a miles de trabajadores del sur de la península con la idea de convertir a la población de habla alemana en minoría. Entre 1928 y 1939 se formaron grupos de resistencia contra la política de Roma. Los chicos fueron educados en alemán en escuelas clandestinas, las “escuelas catacumba”. Peter Hofer, un miembro del partido nazi, fundó el Völkischer Kampfring Südtirols, un movimiento clandestino armado. Asimilación o exilio. Ironías del destino, Hitler, quien en 1939 mantenía una estrecha relación con Mussolini, accedió a un acuerdo que contemplaba la asimilación de la minoría étnica germana en Italia. A sus habitantes se les dio plazo hasta el 31 de diciembre para permanecer en Italia e integrarse, o bien emigrar a la Alemania nazi (Austria había sido anexionada al Reich en el Anchluss de 1938). Los que se fueron, casi el 90% del censo, se agruparon bajo el nombre de Optanten (Option für Deutchsland) y, falsamente, se los asimiló a los nazis. Los que se quedaron, Dableider, agrupados en torno al clero católico, fueron difamados como traidores. La partición destrozó familias y sumió a la economía local en la ruina. De los 75.000 emigrados forzosos, unos 50.000 volvieron a sus valles de origen una vez finalizada la segunda Guerra Mundial. La integración en Italia de los refugiados comenzó a ser un hecho el 5 de setiembre de 1946, cuando el primer ministro Alcide de Gasperi y su homólogo austríaco Kart Gruber acordaron la autonomía de la región. El estatuto otorgado reconocía la lengua alemana y la cultura austríaca y dio inicio a un proceso de segregación en la escuela por el que los alumnos estudiaban en colegios de habla alemana o italiana. Las plazas de funcionario se ocuparon con cuotas equitativas que atendían a los dos bloques lingüísticos. En el haber del acuerdo figura la estabilidad institucional que permitió el espectacular crecimiento económico de la región. Los antiguos agravios, sin embargo, siguieron pesando y de su mano regresó la violencia. Entre 1956 y 1988 se cometieron más de trescientos atentados con una veintena de muertos. La noche del 11 al 12 de junio de 1961 se atacaron con explosivos treinta y siete torres de alta tensión, en lo que se conocería como la noche de los fuegos, Feuernacht. Nuevos retos. La crisis de refugiados en la UE ha retumbado con fuerza en los estrechos valles alpinos que separan Austria de Italia. El cierre de las fronteras en los Balcanes y el acuerdo de la UE con Turquía han frenado el flujo de llegadas a través de Grecia. La consecuencia ha sido que buena parte de los inmigrantes alcanzan ahora Europa desde Libia desembarcando en las costas italianas. En 2015, un millón de refugiados atravesaron Austria, una nación con poco más de ocho millones de habitantes. La gran mayoría llegaron desde Italia buscando refugio en Suecia y Alemania. Unos cien mil pidieron asilo en Austria y, desde entonces, la sociedad austríaca afronta el reto de la integración mientras la ultraderecha marca el discurso político con medidas que hablan del control de fronteras, del cierre de las rutas transitadas por los refugiados y de limitar el acceso al mercado laboral y a las prestaciones sociales. En 2016, Austria amenazó con clausurar temporalmente el paso alpino de Brenner entre los dos países. El Parlamento de Viena aprobó una ley que permitía declarar el estado de emergencia por la emigración. En el punto álgido de la crisis migratoria, Austria comenzó a instalar una valla de cuatrocientos metros de largo e instauró controles policiales respaldados por el ejército en trenes y vehículos particulares. La medida suponía, de facto, la vuelta a las antiguas fronteras y la ruptura del espacio Schengen de libre circulación, uno de los pilares que sostienen a la UE. El ultraderechista FPÖ, Partido de la Libertad de Heinz-Christian Strache, pescó en río revuelto haciéndose con el 26% de los votos y entrando en el Gobierno. De momento se manejan con una cierta prudencia y parecen obviar el comentado referéndum de salida de la UE. El escritor afincado en Viena Doron Rabinovici subraya la incongruencia que supone negar pasaporte a los turcos que viven y trabajan en Austria, y ofrecérselos a ciudadanos del otro lado de la frontera que tributan en Italia. El hombre de los hielos. No parece que haya mucho que hacer en Bolzano un fin de semana cualquiera, al margen de entretener la visita en los mercados hortofrutícolas de primera hora de la mañana. Frutas y verduras, perfectamente envasadas y dispuestas, son identificadas indistintamente en alemán e italiano. Algunos compradores alternan con naturalidad los dos idiomas en su trato con otros clientes o el frutero. Más difícil se hace escuchar el ladino, una lengua del grupo retorrománico hablada por el 4,53% del censo, que cuenta con numerosas variantes y que nada tiene que ver con el judeoespañol a veces identificado con ese mismo nombre. A hora temprana las impolutas calles quedan vacías y la gente se refugia en cervecerías o pizzerías a pasar la tarde. El Duomo del siglo XII es una alternativa de visita pero aún más interesante es el Museo de Arqueología de Tirol del Sur y su estrella: Ötzi, el hombre de los hielos. La momia, datada en el 3255 a.c., fue encontrada por una pareja de montañeros alemanes en setiembre de 1991. Las autoridades austríacas trasladaron los restos a la Universidad de Innsbruck y los sometieron durante años a toda clase de estudios científicos. Desde el primer momento surgió la polémica sobre en qué parte de la frontera se había encontrado a Ötzi. Las mediciones encargadas certificaron que, por metros, su anónima tumba sepultada por el hielo estaba del lado italiano. La Universidad de Innsbruck entregó los despojos de Ötzi siete años más tarde, una vez concluidos los estudios. En ellos se afirmaba que Ötzi había muerto asesinado y que la causa última había sido un traumatismo craneal. Había muerto matando, ya que la capa que lo cubría y el cuchillo que portaba tenían rastros de sangre pertenecientes a dos personas distintas. Una punta de flecha que guardaba estaba también marcada con sangre y él mismo había sido asaeteado y alcanzado en un pulmón. A petición de los científicos del Instituto Nacional de Medicina Legal de Innsbruck, 3.700 austriacos donaron sangre para comparar su ADN con el del hombre del hielo. El estudio identificó a diecinueve personas relacionadas genéticamente con la momia y concluyó que había posibilidades reales de encontrar más “familiares” de Ötzi en los valles cercanos, tanto en Suiza como en Italia. La existencia de Ötzi, vivir agazapado y en un clima de violencia soterrada o explícita, se extendió con variaciones a lo largo de los siguientes cinco mil años. Ya hay quien la añora.