MIKEL INSAUSTI
CINE

«Rifkin’s Festival»

Ya se ha convertido en una costumbre fija comentar el rodaje veraniego de Woody Allen, pero el de este año tiene unas connotaciones muy especiales que nos tocan más de cerca. El idilio cinéfilo con el maestro neoyorquino va para cinco décadas, en las que este cronista ha podido seguir su carrera película a película. Tenía catorce años de edad cuando en el Pequeño Casino donostiarra asistí al estreno de “Toma el dinero y corre” (1969), que aquí llegaba con tres años de retraso. Desde entonces han sido otras cincuenta realizaciones más, siguiendo la rutina fiel de a película por año, pero la número 51 va a ser, sin duda, la más querida de todas por cuanto culmina esa relación mágica director-espectador, y es que esta vez el señor Allen rueda en el marco de nuestro a la vez histórico y renovado Zinemaldia.

En sus más recientes declaraciones el maestro ha dejado bien claro que morirá rodando, porque el cine es lo único que le ocupa y le preocupa, así que no pierde el tiempo desfaenando en las redes sociales para ponerse al día con respecto a las polémicas estériles que le rodean. A sus 83 años, y con su estatus de genio cinematográfico ganado a pulso, se puede permitir el lujo de disfrutar con lo que hace, rodeado de gente tan o más creativa que él. Porque por ahí se le ha podido ver con sombrero de paja a Vittorio Storaro, un mago de la luz con el que no puede ni la climatología local, siempre variable y cambiante.

Hace tiempo que Allen tiene asumida su condición de exiliado europeo, como fruto de una nueva caza de brujas que en los EEUU viene de lejos, y que con Trump se ha recrudecido gracias a la multinacional Amazon, interesada en limpiar su mala imagen a costa del movimiento Me Too. Menos mal que nos queda el viejo continente cultural, dónde se estrenará por fin la película secuestrada “A Rainny Day in New York” (2019), la cual podremos ver en las salas comerciales a partir del día 4 de octubre, distribuida por A Contracorriente Films.

Por suerte, no faltan distribuidores y productores progresistas y de mentalidad abierta, que es el caso del catalán Jaume Roures que, además de introducir en el reparto internacional de “Rifkin’s Festival” a Sergi López, ha extendido la colaboración que empezara con “Vicky Cristina Barcelona” (2008), y que, en su versión donostiarra, estoy convencido va a dar unos resultados mejorados habida cuenta del contenido cinéfilo de su nuevo proyecto todavía con el mencionado título provisional. Se anuncian sendos homenajes a sus clásicos favoritos, entre los que se encuentran sí o sí “El séptimo sello” (1957) de Ingmar Bergman, “Jules et Jim” de François Truffaut o, cómo no, “Fellini ocho y medio” (1963) de Federico Fellini.

Referencias fílmicas que han sido una constante a lo largo de su obra, al igual que las literarias a Shakespeare o a los autores rusos con Tolstoi, Chejov y Dostoievski al frente. Hasta la fecha su título más felliniano era “Stardust Memories” (1980), lo mismo que el más bergmaniano me parece “Interiores” (1978), sin olvidar otros guiños a Fritz Lang en “Sombras y niebla” (1991), a Jacques Demy en “Todos dicen I Love You” (1996) o a Cassavetes en “Maridos y mujeres” (1992). Por no mencionar creaciones directamente multireferenciales como “La rosa púrpura de El Cairo” (1985) o “Un final made in Hollywood” (2002).

“Rifkin’s Festival” pertenece a esa gran liga y coloca a Donostia en el mapa de los máximos eventos mundiales de la historia del cine, con un argumento que potencia la expectación que genera ya de por sí el SSIFF de Rebordinos. Por la alfombra roja ficcional se pasean orgullosos y orgullosas Christoph Waltz, Gina Gershon, Louis Garrel, Wallace Shawn, Elena Anaya, Sergi López, Douglas McGrath, Luz Cipriota...