Aromatizar aceites
Tener aceites aromatizados en casa es un placer que ayuda a alegrar muchos platos o aliños que a veces nos quedan un poco soseras, particularmente si estamos de régimen o nos hemos despistado con las compras. La idea es tener un condimento que realce el gusto del plato o aporte matices que lo enriquezcan y no que tape o entre en conflicto con sus sabores, por lo que voy a tratar de daros algunas ideas simples y prácticas.
La técnica es sumamente fácil, así que podéis lanzaros a experimentar hasta donde deseéis, pero mi recomendación es que hagáis un aceite que vayáis a usar. Es decir, un aceite de cilantro, jengibre, naranja y canela suena súper exótico y muy quedón pero, ya que me lo acabo de inventar, habría que probar a qué sabe y qué utilidades tiene. Recuerdo un aceite de hongo beltza que estuvo años haciéndome compañía y que utilicé pocas veces y juraría que mal. Como aficionado a la cocina tengo ya asumido que algunas de las especias que me regalan o de las salsas y cachivaches que compro van a ir en algún momento a la basura y no precisamente tras una larga y gozosa relación, sino más bien como un polvo extraño que no recuerdas claramente cómo empezó y no sabes por qué echaste.
El sistema es muy simple: comprad un aceite de oliva virgen de buena calidad pero suave, de baja acidez, para que no se coma los sabores y, os voy a dar las medidas para medio litro; mejor no hacer grandes dosis que vayan perdiendo sus propiedades. A ese aceite incorporadle los diferentes ingredientes que queréis que lo saboricen, guardad la mezcla en un lugar fresco y oscuro durante tres o cuatro semanas y, pasado ese tiempo, coladlo con un colador fino, etiquetadlo y listo. Cuidado con no quitar los ingredientes, el sabor se reconcentra peligrosamente. Con algunos ingredientes, como la trufa, hay que calentar un poco el aceite previamente –no más de 60 grados– y con las hierbas frescas se suelen escaldar las hojas antes de incorporarlas al aceite pero, básicamente, esta es toda la técnica necesaria. Recordad que una botella de aceite aromatizado es un hermoso regalo.
Aceite picante al ajo.. Es el que en Italia te ponen en la mesa de saque y tiene múltiples usos. Yo utilizo más el picante sin el ajo, al estilo del piri-piri portugués, en muchos platos de pasta o guisos con el tomate como base de la salsa. Para hacerlo, poned en el aceite una docena de pimientas de cayena, media docena de dientes de ajo pelados, unos granos de pimienta negra y un par de hojas de laurel.
Aceite de albahaca.. Si os animáis –si no, no pasa nada–, escaldad tres o cuatro segundos las hojas de albahaca en agua hirviendo y luego cortad la cocción metiéndolas en agua con hielo. Veréis que el verde de las hojas se vuelve casi fluorescente, así que, bien secas, introducidlas en el aceite con una cucharilla de pimienta negra en grano. Si os animáis, podéis introducirle un ajo para darle un toque más picante e intenso. Va bien con la pasta, platos con quesos frescos o carpaccios.
Aceite de trufa.. Si tenéis la suerte que tengo yo de tener una amiga que os quiera tanto como para aparecer de vez en cuando con un pedrusco de tuber melanosporum de regalo en casa, es una gran cosa tener aceite de trufa, máxime cuando algunos de los comerciales tienen ese olor químico que, desgraciadamente, suele venir del sulfuro de dimetilo. Calentad a unos 60º el aceite, introducid unas lascas de trufa (los compañeros de Gastronomía&Cía hablan de 20 gramos por litro), esperad unas horas y coladlo sin olvidaros de comer esas suculentas lascas sobre un huevo o una tostada. Usad el aceite en arroces, caza o, simplemente rociando una tortilla de patata. Una delicia.