NOV. 17 2019 PSICOLOGÍA Aliados del cambio IGOR FERNÁNDEZ Cambiar hábitos establecidos sabemos que es difícil. No solo levantarse para ir al gimnasio, mirar menos el móvil, o irse a la cama temprano. También cambiar nuestra reacción a ciertos estímulos, cambiar en las relaciones o en la manera de sentirnos no es un reto sencillo. En contra tenemos a nuestro propio cuerpo, incluido nuestro cerebro. No por ser este un ente autónomo de nuestro deseo de cambio o nuestra voluntad, sino porque nosotros, en el todo que somos, estamos hechos para adaptarnos, y hacerlo de la manera menos costosa posible. Muchas de las críticas que a menudo nos hacemos hacen referencia a actitudes y conductas fijadas como resultado de la repetición de miles de veces, hasta convertirse en algo automático. En ese sentido a veces sí operamos al margen de nuestra mente consciente. Al fin y al cabo, en la vida moderna, pararse a hacernos conscientes de lo inconsciente parece contravenir las inercias a las que nos lanzamos junto con el entorno. Pero es precisamente esta consciencia la que nos pone en alerta las veces que los automatismos aprendidos nos obstaculizan en vez de liberar energía. Y en este sentido, probablemente la fuerza de voluntad no sea suficiente; hace falta crear un nuevo sistema. Precisamente por lo limitado de nuestra capacidad de atención y comprensión, tendemos a interpretar nuestros malos hábitos como comportamientos aislados, como un momento de abstracción en el cual, sin darnos cuenta, por ejemplo, comemos como limas, nos enfadamos sin motivo o preferimos dejar para más tarde esto o aquello importante. Si queremos ponerle realmente remedio, una de las cosas que hacer es conocer en detalle cómo y cuándo nos sucede eso que no nos gusta de nosotros mismos. ¿Sucede en una hora concreta? ¿Tiene alguna circunstancia asociada, como estar acompañada o sola, estar cansada, aburrida, estresada…? ¿Tiene algún sentimiento asociado que nos lleva en esa dirección, cuando estoy triste, tengo miedo…? Entonces, quizá podamos detectar la “válvula”, ese pequeño cambio interno que notamos, y con el que el flujo de nuestra energía física y pensamiento divergen hacia ese comportamiento o actitud que no nos gusta. Por ejemplo, si sé que entro en una espiral depresiva cuando me levanto y no hay nadie en casa, y que me dura media mañana, lo cual hace que deje todo para luego, quizá aprenda que esas mañanas tengo que prepararme un plan que me saque de la cama y me distraiga (del automatismo). Esa pequeña ayuda nos hará evitar el giro de la válvula, y podremos mantener los recursos personales para seguir con el siguiente paso. Elegir qué cambiar es importante para empezar, y así evitar la frustración: quizá en lugar de pensar en erradicar las chocolatinas a media tarde, se puede sustituir por algo que se le parezca, como chocolate negro. Sin embargo, esta sustitución, que puede ser útil en determinadas circunstancias, puede no servir en otras: si, por ejemplo, lo que queremos es no enfadarnos de forma desproporcionada siempre que alguien llega tarde, poder sustituirlo por decírselo, o por quedar media hora antes (de nuevo, conocer nuestra “válvula” nos da la clave). Y repetirlo una y otra vez hasta que se haga un hábito, a pesar de que un día, o una temporada no seamos capaces –no podemos exigirnos la perfección y tenemos que saber que podemos empezar de nuevo mañana a pesar de todo, pero también debemos saber que no debemos perder de vista el objetivo–. Por último, es útil recordar que, a un nivel primitivo, nos movemos entorno a las recompensas y castigos, por lo que es fundamental reconocernos los pequeños cambios; ningún logro es pequeño si está alineado con lo que queremos cambiar. Y es que, aunque nuestra maquinaria nos lo ponga difícil, nuestras ganas de crecer no son poca cosa.