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ARQUITECTURA

Llevar la contraria


Cuando un arquitecto se enfrenta a la realización de una propuesta de concurso suele, por regla general, estudiar las bases establecidas con máxima concentración. Al fin y al cabo, en esas líneas se concentran las aspiraciones, objetivos y anhelos de aquellos que juzgarán la idoneidad del proyecto ganador. Pero también hay situaciones en las que aquel que mira desde la distancia un problema, sin la preocupación del que lleva tal vez años enfrascado en el asunto, puede aportar soluciones fuera del marco original del concurso. Es en esa situación cuando la arquitectura debe medir si es necesario o no llevar la contraria.

Las directrices originales para el concurso del Museo del Clima de Lleida, convocado en 2008, solicitaban un espacio cerrado que debía ser además mantenido a una temperatura constante y controlada durante todo el año. Un espacio que partía de la idea de un museo estructurado de forma tradicional. En lugar de cumplir con esas pautas, el diseño propuesto por el arquitecto catalán Toni Gironès hizo que gran parte del museo se convirtiese en una experiencia al aire libre y, de ese modo, mediante la aplicación de medios tradicionales para el control climático, lograr que el costo final del proyecto fuera un tercio de lo estipulado inicialmente.

De esta manera, se consigue una estructura ligera, liviana, que permite que el objeto real del museo, el clima, aparezca en primer plano y asuma el papel principal, al dejar al visitante expuesto a la meteorología natural del lugar. El programa inicial del concurso planteaba que dentro de una parcela de 12.000 m² se levantase un edificio de 3.000 m², entendido como un contenedor cerrado, para lograr una temperatura estable en todo momento. En definitiva, un edificio compacto que pretende hablarnos sobre el clima pero que funciona mediante un clima generado de forma artificial por el poder de las máquinas de ventilación. Un espacio estandarizado que, con una temperatura controlada artificialmente entre los 18 y 25 grados, transmita en espacios genéricos, en salas de exposiciones como las de cualquier museo, lecciones sobre el clima y el medio ambiente. Una situación, por lo tanto, que plantea una fuerte contradicción.

A modo de alternativa, Gironès propuso comprender el clima natural de Lleida y sus procesos como un verdadero reflejo de la propuesta, diluyendo los límites del edificio y proyectando las diferentes transiciones entre el interior y el exterior, generando gran cantidad de espacios intermedios e indeterminados.

Triplicando el área del solar, hasta alcanzar aproximadamente los 36.000 m² y aprovechando las áreas circundantes que se clasificaron como área verde, se proyectó un gran espacio público a modo de parque, en el que se optimizan los materiales obtenidos con el movimiento de la tierra, activando la vegetación adecuada autóctona y por lo tanto ligada al lugar.

Como el clima es el objeto del museo, el continente se convierte en el contenido y, al proponer no usar ningún aire acondicionado artificial, es posible reducir el presupuesto. Al plantear un edificio inseparable de la naturaleza que lo rodea, el recurso de la tierra como material para generar nuevas topografías se materializa en el paseo entre la meseta de llegada al recinto, un área soleada y la sombra borrosa que aparece en el nivel inferior bajo un toldo liviano que cubre el patio de acceso. Asimismo, la vegetación nativa que rodea buena parte del edificio se propone como un elemento en armonía con el sitio. Un elemento vivo que, gracias a la sombra que genera y al control que las plantas hacen de la humedad, provoca una especie de microclima que envuelve el edificio.

Agua, viento y sol. Por último, el proyecto presenta una especial atención al ciclo del agua, a la exposición de los diferentes recintos a los vientos dominantes o al soleamiento directo y, por tanto, al calor de la radiación solar. En definitiva, a todos aquellos factores naturales que devienen de forma articulada en construir lo que de modo genérico llamamos clima.

En este sentido, el agua y su ciclo natural se gestionan mediante el uso de diferentes grados de humedad en cada uno de los espacios propuestos, optimizando su uso gracias a la gravedad generada por la sección escalonada tanto del edificio como del parque, entendiendo ambos elementos como un único espacio público en continuidad. El viento aparece como una brisa cálida del oeste en la plaza de acceso al parque, y como una ventilación cruzada fresca en el bosque preexistente y en la nueva pérgola de plantas del espacio de recepción. Y la radiación solar, en un clima de contrastes como el continental, que aporta un calor excesivo en verano, pero que es necesaria en invierno, se administra con la alternancia de toldos y de plantas de hoja caduca, que organizan ámbitos de sombra en verano que el sol puede inundar en invierno.

En resumen, la arquitectura se plantea como tradicionalmente se ha hecho como un elemento mediador entre el lugar y su clima, y las necesidades de un confort que facilite una habitabilidad cómoda. Aunque en este caso el arquitecto haya tenido que arriesgarse a llevar la contraria a aquellos que necesitaban de su edificio.