MAR. 29 2020 PANORAMIKA Estar sin estar IKER FIDALGO ALDAY El concepto de museo, así como su función social, ha ido evolucionando a lo largo de la historia. Si siempre han sido entendidos como espacios de almacenaje y exposición de colecciones de arte, las vanguardias y, sobre todo la segunda mitad del pasado siglo XX, exigieron al espacio museístico una serie de roles imprescindibles para entender las maneras del arte contemporáneo. Desde su concepción como el templo de sabiduría de la Modernidad al cubo blanco neutral variante y adaptable, son muchos los cambios que ha ido asumiendo. De pinacoteca a edificio diseñado por arquitecto de renombre, la siempre activa esfera del arte ha ido encontrando su propia manera de estar y de ser mostrada. La proliferación del internet accesible y la era de la conectividad total han propiciado alteraciones en la manera de entender las identidades que nos conforman como usuarios y usuarias de la red. Si antes se dividía entre el espacio real y el virtual, ahora la realidad está tan atravesada por lo intangible que podemos revisar los conceptos y hablar de espacio físico y virtual. De esta manera aceptamos que nuestra propia identidad no se divide entre lo que somos y lo que simulamos en la red, sino que simplemente se desarrolla entre ambos mundos formando parte de la misma realidad. Conscientes de esto, muchos museos han adaptado los modos de mostrar el contenido. Las colecciones virtuales o los paseos, a través de sus galerías, están a la orden del día en cualquiera de los centros más famosos del mundo. Sin embargo, sigue existiendo un anhelo de lo presencial por mucho que la pantalla nos proporcione detalles de las obras que una sala plagada de turistas jamás nos dejaría contemplar. Aún y todo, la red es un lugar plagado de referencias que nos acercan a algunas de las colecciones más representativas de nuestro tiempo. Sabedores de esto, la empresa Google, en el año 2011, lanzó el proyecto Google Arts & Culture. Un sitio web en el que poder recorrer más de 1.200 museos pertenecientes a 70 países con imágenes en alta resolución de sus obras más características. A golpe de click navegamos por la galería central del Musée d'Orsay de París, por las escaleras del patio de la Casa Azul de Frida Khalo en México D.F o el Moma de Nueva York. Todos y cada uno de ellos se encuentran vacíos, dispuestos a ser visitados por un ente que se mueve en silencio entre los recovecos de los pasillos. No hay nadie con quien chocarse, nadie nos dirá que estamos demasiado cerca de una obra, ni nadie molesta para ver “El origen del mundo” de Courbet. Esta soledad virtual parece una metáfora de una sociedad dividida entre el dispositivo y la experiencia. La pantalla y la vivencia. El artista burgalés Mario Santamaría (Burgos, 1985) realizó hace algunos años un proyecto bautizado “The Camera in the Mirror”. Una colección de fotografías en las que, a través de las visitas virtuales a diferentes museos, encontraba momentos en los que la cámara aparecía reflejada en cristaleras o espejos, creando un selfie fortuito del propio dispositivo. La máquina, que asume la labor de ser nuestra mirada en un espacio en el que no estamos, se encuentra de repente interpelada por sí misma. Un parón en este pacto que asumimos cuando navegamos por los pasillos de los museos aceptando que es nuestro cuerpo el que lo hace, para de repente encontrarnos con la lente inerte que mira desde el negro vacío del registro mecánico.