APR. 05 2020 Interview Maiana Bidegain «Es difícil hacer entender a la gente que la persona que te ha agredido sea capaz de ayudarte a repararte» - Maiana Bidegain Idoia Eraso, argazkiak: Conny Beyreuther Maiana Bidegain se reunió con su violador 33 años después de la agresión y decidió realizar el documental “Encuentro con mi agresor”, en el que la cámara la acompaña en todo el camino que recorrió hasta reunirse con el hombre que la violó cuando era una niña. La baionarra fue la primera persona en el Estado francés en hacer una petición para acceder al dispositivo de justicia restaurativa. Se trata de una visión de la justicia que va más allá del derecho penal, y tiene como objetivo facilitar el encuentro entre una víctima y su agresor. Para ello es necesaria una larga preparación, tanto por parte de la persona agredida como de la condenada, un proceso que conlleva un arduo procedimiento con una gran carga psicológica y emocional. En “Encuentro con mi agresor”, el espectador realiza un viaje con la víctima a través de su historia y de las historias que ayudan a entender el reconocimiento científico y social de la justicia restaurativa. La realizadora subraya que la reconstitución personal de la víctima y el agresor no está lo suficientemente recogida en la justicia penal actual y añade que, a través de este tipo de proceso, se permite «liberar la palabra por ambas partes, pero también permite responsabilizarse y superar lo que ocurrió». Esta responsabilización de los acusados, que tiene lugar durante este proceso, muestra un mayor impacto sobre la bajada en reincidencia de crímenes que la encarcelación: «Estudios que se han hecho en Canadá y Estados Unidos demuestran que la reincidencia es mucho más baja, un 82%, según he visto. Además, conlleva resultados positivos para las víctimas y los agresores». Aunque los efectos sean evidentes, no siempre es fácil entender los objetivos: «No se trata de explicar por qué sucedieron lo hechos, ni de ver el impacto, ni cómo se puede compensar a nivel económico o penal; sino cómo uno a nivel humano puede asegurarse de que no vuelva a suceder, y que tanto la víctima como el agresor sean capaces de reconstruirse». La justicia restaurativa fue aceptada en el Estado francés en 2014. Un año antes la baionarra leyó un artículo en la prensa en el que se decía que su agresor había sido condenado de nuevo por agresiones contra menores. «Se trata de una agresión que viví durante mi niñez y, al ver que estaba otra vez en juicio por algo como lo que me había hecho a mí, me conmocionó. Durante toda mi vida me había dicho que mi caso había sido tratado por la justicia normal, había contado a mis padres lo que había pasado, el hombre había sido detenido y encerrado durante varios años». Pero en el momento en el que vio el artículo, su perspectiva cambió: «Pensé: quiero hablar con él, quiero entender lo que pasó, por qué pasó, si él se dio cuenta de las consecuencias que tuvo en mi vida; y ver si ese diálogo podía ayudarlo a entender, y tal vez a cambiar, o por lo menos que me diese a mí elementos de respuesta para entender lo que había pasado». Esta forma de intentar comprender lo ocurrido y esta manera de afrontar la situación son para Bidegain una manera diferente de entender la sociedad. «Es algo esencial y que va en contra de la reacción de venganza, ‘ojo por ojo, diente por diente’. Se suele olvidar que se pueden encarar las cosas de otra manera». Su decisión fue mostrar su caso. «Soy directora de documentales y me parecía la mejor forma de llegar a un público más amplio. Básicamente, me gustaría contribuir a que la gente se plantee cómo construimos la sociedad». Aunque no se trate de un proceso fácil, «es algo que puede contribuir al bienestar de la sociedad. Me parecía que valía la pena compartir lo que iba a vivir. Quizás no es para todo el mundo pero, por lo menos, que la gente sepa que existe». En cuanto la ley se lo permitió se puso en contacto con el Instituto de Justicia Restaurativa y allí le remitieron a Noèmi, la que sería su mediadora. La película comienza con el viaje en coche que Maiana Bidegain emprende para reunirse con su agresor. «Estoy de camino para encontrarme con O., el hombre que me violó hace 33 años», dice en sus primeras palabras. Su marido, Joël, la acompaña y la aconseja: «Eres una mujer fuerte, ya no eres esa víctima de siete años, por lo que delante de él, aunque sea difícil, no olvides quién eres hoy en día». Le recuerda también que no tiene que tratar de cambiarlo, ni de salvarlo; «tienes que estar ahí para ver lo que pasa». La importancia del entorno. El documental nos acerca a Baiona en la primavera de 2018, cuando la directora comparte con su familia el proceso que está llevando a cabo. «Decidí incluir a mi familia porque, en general, la sociedad no se da bastante cuenta de que un hecho así no solo afecta a una persona, afecta a la familia, a la comunidad… como una piedra que se tira al agua y que en círculos concéntricos va tocando todo el río». En la decisión de comenzar el proceso, los familiares también fueron importantes. «Tanto la agresión, como mi decisión de hacer este encuentro, tienen consecuencias. Decidí hacer mi proceso porque esas consecuencias iban a ser positivas para mi familia. No es fácil, porque temen por la persona que emprende el camino, pero también por ellos», señala. «Muchas veces, su reconstrucción como miembros de una familia que ha sido víctima pasa por fases de apoyo, pero también de silencio y de miedo, de sus propios miedos. La imaginación puede tener incluso más impacto que lo que la víctima pudo vivir. El hecho de volver a ese pasado doloroso y de enfrentar ese planteamiento cara a cara, puede ser sumamente desestabilizador para los demás», explica. La condición mínima para que se aplique este tipo de justicia es que haya habido una denuncia y reconocimiento de culpabilidad por parte del agresor. A partir de ahí, el proceso es totalmente voluntario. Una vez que Bidegain hizo el requerimiento, fue Noèmi quien contactó con O., y la que lo acompañó cuando decidió participar. «Es un proceso muy largo, puede durar varios meses o años. El mediador trabaja al ritmo de las personas». Tras el primer encuentro, que duró todo un día, la baionarra le contó a su mediadora que él le había explicado quién era él en aquella época, de dónde procedía esa violencia, el sentimiento de potencia y de impunidad, que posteriormente se convirtió en remordimiento y que, finalmente, terminó agradeciendo a Bidegain que le hubiese dado la oportunidad de poder mostrarlo. «Luego decidí pedir un segundo encuentro –añade Bidegain–, tanto para recibir el testimonio para el documental, como para hacer las preguntas que me quedaban pendientes». Noèmi le repitió que se preparase, porque quizás no iba a encontrar las respuestas que estaba buscando. «Me decía que tal vez él no me lo iba a poder decir, y no porque no quisiese, sino porque no lo sabe». La realizadora decidió ir a Canadá, donde la allí denominada “justicia reparativa” se utiliza desde hace más de 30 años. «En Francia es difícil hacer entender a la gente que la persona que te ha hecho daño sea capaz de ayudarte a repararte». En cambio, al otro lado del Atlántico, «la gente habla más libremente. Me reuní con víctimas y agresores que habían participado en los encuentros directos e indirectos». En los encuentros indirectos, las víctimas se reúnen con una persona que ha sido encarcelada por hechos parecidos. «Los caminos son muy diferentes. En el caso de las agresiones sexuales a menores, algunos olvidaron lo que les había pasado, y a los 30 o 40 años se desestabilizaron, sin saber si se podía todavía ir a juicio. Eso les pasó a dos personas que encontré». Una de ellas fue Gilles que, tras un proceso indirecto, decidió poner una denuncia a su agresor: «Al darse cuenta de que la persona que tenía enfrente estaba en la cárcel por lo mismo que le habían hecho a él, le hizo pensar que había que castigarlo. No fue un sentimiento de venganza, pero era lo legitimo como víctima. El agresor se declaró culpable y fue castigado. Le alivió la condena, pero también lo hizo el sentirse escuchado por su familia, por la justicia y por la comunidad». A través del sonido, la realizadora une el viaje físico con el emocional. Se oye una conversación en la que O. –su agresor– le explica la violencia que sufrió en casa y la violación de la que fue víctima, a lo que la realizadora responde que eso no explica lo que le hizo a ella. «¿Cómo salir del círculo de violencia que se ha sufrido tantas veces? A veces un simple encuentro puede convertirse en un catalizador de cambio», explica la baionarra, en referencia a René, un agresor que conoció en Quebec. René participó en los encuentros de justicia restaurativa, y relata una infancia llena de violencia y alcoholismo. A los 18 años ya estaba en prisión. La historia de René es una de las más impactantes de la película, cuando cuenta cómo tras cinco días sin dormir, con «drogas y rock n'roll» mató a dos hombres, aunque dice no poder recordarlo. «Fue responsable de un crimen muy grave, pagó la deuda penal con la sociedad, pero lo que más me impresionó fue que en un momento, después de haber dialogado con víctimas y de muchos años de detención, entendió el impacto que tuvo lo que hizo, y no solo sobre sus víctimas, sino a nivel social en general». Esta comprensión le afectó en su manera de ver el mundo y, desde que salió de la cárcel, decidió ponerse al servicio de la comunidad y dedicarse a la asistencia social en las calles de Montreal. «Me emocionó mucho, porque siento que es totalmente sincero; pienso que es importante dar una oportunidad para aportar algo a las personas que han avanzado. Él dice que se trató de un crimen relacionado con las drogas y que, si alguien le hubiese echado una mano, quizás eso no hubiese sucedido. Eso no se sabrá nunca, pero en el caso de que pudiese ser así para alguien, se presenta como la persona que podría ayudar a cambiar el futuro de un posible agresor». El documental finaliza con las imágenes de ese segundo encuentro entre Bidegain y su agresor que se ha vislumbrado durante el trayecto de la protagonista. En esta segunda entrevista la cámara está presente y, aunque O. aparece desenfocado, se puede leer su lenguaje corporal y observar su fisionomía. Primero hablan sobre el primer encuentro. Él le cuenta que el que ella pudiese verlo como una persona normalizada y no tuviese miedo de él, le dejó respirar más libremente. «Le ofrecí la mirada de una persona que no lo iba a juzgar, que lo iba a ver como un ser humano. Aunque al principio no sabía si de verdad lo iba a lograr». Algunos fragmentos de esta conversación dejan entender la complejidad de los sentimientos y lo imprevisible que pueden llegar a ser, como cuando O. le dice: «En el primer encuentro no tenía nada que ocultarte, porque eres importante para mí». La búsqueda del detonante fue la razón que llevó a Maiana a pedir este segundo encuentro, pero se queda sin respuesta, tal y como le había advertido Noèmi. Ante el miedo de que eso podría provocar su reincidencia, su agresor le solicita que no se inquiete por ello, y añade: «Tú tienes que vivir con eso, pero yo también. Siempre has sido parte de mi vida». El encuentro finaliza con un paso hacia adelante por parte de la víctima: «Nos hemos presentado como personas, espero que te quedes con ello, pero a partir de ahora yo voy a formar parte de tu pasado, no tienes que preocuparte por mí. Tienes que soltarme, entiendo que quieras formar parte de mi vida más allá de la justicia restaurativa, porque me has incluido en tu vida, pero yo no, y si algún día nos cruzamos por la calle, tal vez compartamos una mirada, pero nada más». Afirmación que acepta el agresor: «Es un nuevo horizonte para mí, estoy de acuerdo Maiana. Me has desestabilizado». Tras un apretón de manos, él le da las gracias y ella se despide con una sonrisa. En la conversación se evidencia algo que el espectador no esperaría al principio de la obra, lo que ella como víctima aportó al agresor: «Le di la posibilidad de expresar lo que tuviera que expresar. Decidió expresar sus disculpas, su arrepentimiento, y le escuché. Le ofrecí mi mirada como una persona que lo iba a ver como un ser humano». Y añade: «Le di humanidad diciéndole, ‘eres lo que eres, tienes la posibilidad de hacer muchas cosas. Puedes hacer algo positivo, eres capaz, y hazlo’. Que yo le dijera eso, lo tomó como un milagro, mejor así. Espero que lo que expresó, su deseo de seguir en un camino más constructivo, se haga realidad». Bidegain define así lo que le aportaron estos encuentros: «Primero, dejar de ver a esa persona solo con miedo, darme cuenta de su profundidad como ser, que no está limitada a un solo hecho de su vida. También me dio elementos de respuesta, sobre por qué había pasado eso, qué tipo de persona era y sobre la persona que es hoy. Me da esperanza de que eso no volverá a ocurrir». Y afirma que le ayudó en su crecimiento personal. «Me sirvió para superar mis miedos de la infancia y aceptarme como una persona que fue víctima, porque es algo que yo básicamente había negado. El hecho de haberlo encarado así, me permite decirme que esa parte ya la pasé, que debía de profundizar, y que puedo pasar a otra cosa, puedo poner mi energía en otros proyectos, y la vida continúa». También dirige unas palabras a las víctimas que podrían plantearse recurrir a la justicia restaurativa. «Lo primero es tomarse un tiempo para ver si uno se siente preparado a nivel personal». Después de que el pasado año la película se emitiera en la televisión pública francesa, recibió cartas de víctimas que se situaban en puntos opuestos. «Algunas me decían que les había impactado lo que habían visto, pero que no podrían hacer mi proceso, porque no querían poner en riesgo lo que habían construido. En cambio, otras me decían que les daba una oportunidad de pensar de manera diferente y que quizás iban a tener por primera vez la oportunidad de hablar y de ser escuchadas». Bidegain le da mucha importancia a hablar sobre la agresión. «Es importante porque esa expresión es una manera de liberar un poco el sufrimiento, que en muchos casos se adentró durante años y años de silencio, y en algunas situaciones, incluso, de haber querido hablar, y de no haber sido creído o creída, de un silencio acompañado de vergüenza». Explica que el proceso de justicia restaurativa permite «expresarse y sacar ese sufrimiento» y que, aunque tan solo se trate de la preparación, a veces ya es suficiente. Deja clara su postura sobre lo que recomendaría a las mujeres u hombres que se encuentren en su lugar. «Hay que tratar de ser sincera con una misma, y ver si se siente la necesidad. Si el malestar es demasiado grande, hay que tratarlo. En ningún caso hay que darse por vencida, no tiene por qué ser en un proceso de justicia restaurativa, a veces se trata simplemente de decidir hablar con una persona, una hermana, una amiga... eso puede ayudar a sacarse el veneno, de años de silencio y sufrimiento. Aunque sea solo eso, quizás vale la pena». Tras una guerra o una dictadura. En su primer documental, Maiana Bidegain viajó al Uruguay de la dictadura, acompañó a su padre en un viaje a través de su historia personal y la de su país de origen. En “Secretos de lucha”, la realizadora contó la historia de su padre y de su familia, lo que habían vivido en su juventud en Uruguay. En este caso, fue ella quien dio los pasos necesarios para aplicar la justicia restaurativa a su padre. «Logré ubicar a un militar que había sido responsable de torturas, que mi padre como militante sindical, había vivido. Llamé a ese hombre por teléfono y grabé el diálogo que tuve con él. Luego se lo hice escuchar a mi padre para hacerle ver cómo pensaba aquel señor, cómo se sentía ahora y cómo se podía imaginar el futuro basándose en lo que había vivido». Esta película interesó mucho al que en 2008 era profesor de Criminología en la Universidad de Pau y de los Países del Aturri, y que estaba organizando un coloquio acerca de justicia restaurativa, así que propuso a Bidegain presentar la cinta. «Me invitó a venir con mi padre para hablar de cómo se puede, o no, iniciar un diálogo. En este caso, había empezado con países como Uruguay, Argentina, Chile o Ruanda, que vivieron situaciones de crisis internas, guerra civil o genocidio, y que se encuentran muchos años después con la necesidad de revivirlo, sabiendo que no hubo juicio, y cómo se puede uno reconstruir en esa situación de impunidad y de injusticia».