Cuando los nazis hicieron arder Madrid
Se cumple un nuevo aniversario de la caída madrileña ante el fascismo, ocurrida ya hace 81 años. Los golpistas, en la búsqueda de su objetivo, no dudaron en utilizar para el asedio a la Fuerza Aérea alemana, convirtiendo a la capital del Estado español en la primera metrópoli bombardeada del mundo. Dos arquitectos confeccionaron un plano detallado que recuerda ese horror y destrucción y la necesidad de memoria.
Estos días, las calles de Madrid están vacías y el confinamiento es forzoso ante un enemigo que no se ve ni se sabe por dónde puede llegar. La pandemia del coronavirus ha traído angustia y dolor a los habitantes de la capital española ante la peor crisis humanitaria en décadas. Pero esta ciudad tiene experiencia en martirio.
La comparación obvia lleva a 1918 y al sufrimiento de la epidemia conocida como “gripe española”. Pero el calendario evoca la ofensiva sufrida sobre el final de la Segunda República. El 1 de abril, el golpista Francisco Franco declaraba finalizada y ganada la Guerra del 36. Cuatro días antes, caía la resistencia madrileña tras dos años y medio de sitio y bombardeos –que hoy constituirían delitos de lesa humanidad– y en los que el bando fascista pidió la cooperación de la Wehrmacht hitleriana.
Pero 81 años después, todavía la memoria histórica en el Estado tiene muchos baches pendientes de cubrir. Son mayoría los habitantes de la metrópoli que desconocen que en muchas de las calles que caminan cayeron bombas día y noche. Menos aún saben que muchas de ellas eran obuses alemanes lanzados desde el aire por aviones de la Fuerza Aérea nazi.
Ese déficit de memoria –consolidado durante las cuatro décadas de la dictadura franquista, perpetuado durante la Transición y aceptado sin grietas en los grandes partidos hasta la llegada de Rodríguez Zapatero–, fue la motivación para que los arquitectos Enrique Bordes y Luis de Sobrón emprendieran un estudio pormenorizado durante varios años que acabó en el desarrollo de un plano de los bombardeos en Madrid, en el que llevan ya documentados casi dos mil siniestros de los más de seis mil denunciados. Y siguen trabajando en él.
«Madrid era Gernika». En entrevista con 7K, Bordes, doctor en Arquitectura y profesor de la Universidad Politécnica de Madrid, relata que el estudio que desembocó en el mapa comenzó por las ganas de conocer más sobre lo ocurrido. Incluso desde lo familiar: «Mi abuelo fue uno de los que bombardeó Madrid, su batería era española y la batería de al lado era alemana».
«La idea nace desde mi sorpresa al ver la magnitud de los bombardeos y las historias que aparecían. Pensar en cómo puede ser que esto haya sido el primer bombardeo aéreo de una gran ciudad y no se conozca tanto. Suelo decir que Madrid fue Gernika y que las crónicas que utilizó Picasso para inspirarse en pintar el ‘Gernika’ provenían de Madrid, porque en Gernika no hubo periodistas y fue devastador, pero duró un solo día. No tuvo la continuidad del bombardeo a Madrid», relata.
Bordes cuestiona a quienes piden pasar página y cree que la historia «primero hay que escribirla, luego leerla y ya después pasar página. No se puede seguir viviendo ignorando muchas cosas de las que han ocurrido, aunque haga parecer a la Transición no todo lo ideal que quisieron hacer parecer». Como un ejemplo icónico de cómo el pasado irrumpe en el presente, aunque no se quiera, cita un hecho estremecedor: «En marzo del año pasado apareció un obús de la Guerra Civil mientras arreglaban un aparcamiento en la universidad y toda la escuela (de diseño) tuvo que ser desalojada».
De Sobrón (también profesor de la Politécnica de Madrid) coincide en que, lamentablemente, en la Transición «las prioridades eran otras» y resalta que desde hace unos años «está surgiendo la necesidad de retomar esa memoria, ya han pasado suficientes años y no se puede seguir pensando que conocer la historia es enfrentar a los españoles. Es la hora de poner esa historia sobre el papel y asumirla y dejar la falsa disyuntiva entre mirar al futuro y conocer el pasado, porque se pueden hacer ambas».
El año pasado, los dos presentaron públicamente este mapa –cuyo diseño es en blanco y negro con marcas rojas en todos los sitios de la ciudad donde pudieron documentar los ataques–, con motivo de los 80 años de la caída de la Segunda República. Aunque el plano aún no acaba de confeccionarse, porque siguen investigando para sumar siniestros y en junio presentarán los avances en el Congreso de Arquitectura.
El objetivo final es tener todo el trabajo en una web y publicar un libro. Ambos investigadores recurrieron fundamentalmente a cuatro fuentes para recabar información: fotoreportajes de la época, documentación del Comité de Reforma, Reconstrucción y Saneamiento (CRRS) de Madrid, los registros de salida del cuerpo de bomberos y memorias de arquitectos que estaban entre la población.
El CRRS tiene una historia peculiar. Fue constituido en 1937 por las autoridades del Ayuntamiento para recabar datos sobre la destrucción y, al año siguiente, publicó una memoria. Incluso miembros de ese comité fueron hasta Barcelona para denunciar lo que estaba sucediendo en Madrid. «El CRRS tenía una actitud muy naíf porque en sus registros finales dejaron asentado lo que había que hacer con la ciudad cuando acabara la guerra, todo lo que habría que demoler y cambiar. No preveían un escenario de derrota», recuerda Bordes.
«Madrid fue el conejillo de indias de este experimento. La destrucción era de tal magnitud que la gente no podía aprehender lo que ocurría, había edificios que se caían de golpe en medio de la noche, bombas de 200 kilos en mitad de la calle que llegaban hasta el metro. Cosas nunca vistas, como bombas incendiarias que prendían los tejados de madera haciendo muy difícil a los bomberos controlar el fuego. Todo fue un ensayo que luego se practicó en la Segunda Guerra Mundial».
El experimento del que habla Bordes se refiere a esa teoría bélica que surgió en los años 30, en la que se consideraba que un ataque sobre una gran ciudad acortaría los tiempos de guerra por el número de bajas y daño ocasionado a corto plazo, obligando a la rendición del enemigo. «Pero esa teoría de destrucción urbana con el objetivo de desmoralizar a la población civil se demostró errónea, porque el pueblo de Madrid se enardeció y esa muerte tan terrible y aleatoria que llegaba del cielo consiguió que esa resistencia se reforzara. La táctica cruel demostró no tener éxito», recalca.
Nazis en el aire. De Sobrón explica que los primeros siniestros en el patrimonio urbanístico madrileño «fueron causados fundamentalmente por fuerzas alemanas, siendo el primer bombardeo la noche del 27 de agosto de 1936». Aclara que, a diferencia de lo que algunos creen, la aviación fascista italiana no bombardeó Madrid, sino especialmente el Levante y Barcelona, aprovechando que su base estaba en Mallorca.
«Los golpistas avanzaron desde el sur hacia Madrid y los bombardeos de agosto hasta finales de octubre fueron esporádicos, con pocos aviones y bombas de poca potencia. A finales de octubre es cuando empieza a haber bombardeos más serios. Para el 7 de noviembre, los sublevados toman la Casa de Campo (al oeste del centro) y el Cerro Los Ángeles (sureste) y, desde ese momento, ya pueden atacar con cañones. Luego comenzó el asalto a la ciudad, con bombardeos de aviación y artillería intermitentemente», rememora De Sobrón.
Desde entonces hasta la primera semana de diciembre, se produjeron los bombardeos aéreos más masivos y sistemáticos, día y noche, con madrileños acuartelándose y utilizando el metro como refugio improvisado: «Las bombas durante el día tenían una lógica más militar, iban a objetivos. Durante la noche eran bombardeos indiscriminados principalmente de aviones nazis. Similar al blitz que sufrió Londres. En diciembre los franquistas desistieron de tomar la ciudad porque no fueron capaces de hacerlo y la aviación se va a otras zonas de España. También ayudó a Madrid la flota de cazas que prestó la Unión Soviética en noviembre, que ayudó a repeler los ataques».
Bordes hace un inciso que eriza la piel. «Hemos incluso sabido de fotos de madrileños fotografiándose con obuses que tenían escrito en alemán ‘mi obús no explota’, fabricados por trabajadores alemanes que lo escribían en la bomba, que construían fallida a propósito, como un acto de resistencia. Lo hemos leído en memorias y hay gente que nos lo ha comentado».
Según De Sobrón, la ciudad ya no sufrirá más ataques aéreos, aunque los bombardeos serán a diario pero desde los cerros a oeste y sur. «Lo normal eran unos cuantos disparos durante el día, como para que la población no se olvide. Hubo días en que llegaron hasta 800 los disparos. Hay una diferencia: el bombardeo aéreo avisaba, se oían los aviones y daba tiempo de ir al refugio. Pero el artillero no avisaba y podías estar en tu casa y entrarte un obús por la ventana sin tiempo a nada. Ningún edificio estaba a salvo y ese aspecto psicológico mantuvo una presión constante, todos los días podía tocarte la lotería de la muerte».
Cicatrices del horror. «Los sublevados quisieron tomar Madrid desde la Ciudad Universitaria, que acababa de estrenarse poco antes (ubicada al norte de Argüelles). Por eso ese barrio estaba fortificado, con parapetos y defensas del bando republicano. Argüelles fue un barrio evacuado y zona militarizada. De ahí que casi todas sus construcciones son más modernas, de posguerra».
Las zonas del Puente de Toledo (un puente del siglo XVIII que cruza el río Manzanares) y del barrio de Puerta del Ángel (al sur de la Casa de Campo) «fueron escenario de guerra, con los dos bandos enfrentados cuerpo a cuerpo» y asegura que aún hoy en muchos zócalos de granito –que suelen tener muchos edificios de estilo castizo madrileño– es posible ver huellas de las metrallas de esos combates.
«Hemos visto que hay muchas señales que son visibles pero hay que saber identificarlas, como los vacíos urbanos, es decir, que donde hay ahora una calle o una plaza, antes había edificios. Es corriente encontrarse con edificios del siglo XIX y de repente al lado uno de los años 40. Muchos corresponden a edificios derribados por los bombardeos», afirma De Sobrón.
Algunos casos son emblemáticos y están en el Distrito Centro, como el Pasaje de las Cajas de Ahorro, una calle de unos 50 metros que nace en la Avenida Alcalá, la más larga de Madrid. Ubicada a pocos metros de la Puerta del Sol, ese pasaje fue un vacío urbano provocado por una destrucción de alta magnitud. A pesar de estar en el corazón de Madrid, no hubo piedad: la razón fue que allí funcionaba el Ministerio de Hacienda y sus sótanos eran utilizados por el Ejército republicano.
También otro caso fue el de la calle de la Ruda, en el famoso y hoy gentrificado barrio de La Latina. Bordes recuerda que esa calle fue sitio de uno de los bombardeos más emblemáticos, no solo por ser uno de los primeros, sino porque la foto de esa salvaje destrucción luego dio la vuelta al mundo y las Juventudes Comunistas europeas la difundieron para que se conociera lo que estaba ocurriendo en Madrid.
Y el vacío urbanístico más grande tal vez sea el de la hoy plaza Agustín Lara, en el bohemio barrio de Lavapiés. «Ese gran solar al lado del Mercado de San Fernando era antes todo edificios, por eso todas las construcciones que la rodean son más modernas. Allí republicanos atacaron la iglesia de al lado (hoy una de las sedes de la UNED). Lo peculiar es que el franquismo luego convierte en plaza la zona destruida por ellos pero deja en pie por mucho tiempo la iglesia dañada, como un símbolo de lo que había hecho el bando republicano, y borrando lo propio» .
De Sobrón desmitifica la leyenda que algunos quisieron instalar sobre los intentos de «humanizar los bombardeos argumentando que Franco respetó una zona neutral sin atacarla, cuando en realidad lo que había decidido era no atacar el barrio Salamanca porque era donde estaban los embajadores –que habían pedido por esa zona neutral– y porque allí residía la clase alta madrileña que apoyaba directamente su golpe». Pero el respeto fue escaso, especialmente para el patrimonio arquitectónico: los falangistas bombardearon el Palacio Real, la Academia de Bellas Artes y hasta el Museo del Prado, con un nulo respeto por la vida civil.
La posguerra también trajo consecuencias en el mapa madrileño. «La ciudad tuvo la ventaja de que, como era la capital del régimen, la dictadura quiso dotarla de una imagen monumental y, si se reconstruyó más rápido que otras ciudades, fue por eso. Madrid era, para ellos, la ciudad de la victoria, no querían que nada se recordara. El último interés de Franco era reivindicar la identidad heroica de Madrid, por eso hubo 40 años de borrado activo y de amnesia», opina De Sobrón.
«El régimen no quiso transmitir la idea de que Madrid era una ciudad mártir, sino al revés, victoriosa. Quiso instalar que la ciudad apoyaba al fascismo cuando era lo contrario, resistió hasta el final. De hecho, fue todo lo contrario a la capital del fascismo. El franquismo logró ocultar esa memoria de ciudad castigada y la cambió a ciudad fascista». Pero para suerte de la memoria y la justicia, la historia puede ser reescrita, pero nunca borrada.
PP, Cs y Vox, contra la memoria
El proyecto de investigación de Bordes y De Sobrón no tuvo apoyo de ninguna administración y tampoco fue financiado por la Universidad Politécnica de Madrid. Sin embargo, durante el último año de la gestión de Manuela Carmena en el Ayuntamiento, la Oficina de Memoria Histórica y Derechos Humanos municipal financió la publicación de la primera parte del trabajo, realizada en marzo del año pasado.
«Con el cambio de partidos en el Ayuntamiento tuvimos que cambiar de estrategia porque PP, Cs y Vox no tienen interés en trabajar la memoria histórica. Había interés de la Oficina de DDHH de impulsar una web y un libro y hasta de convertir el contenido de la investigación en un museo. Pero todo eso quedó en la nada porque el nuevo alcalde desmanteló esta oficina a las dos semanas de asumir el cargo», explica Enrique Bordes.
De hecho, rememora que el PP, cuando estaba en la oposición, criticaba las iniciativas de memoria urbana que impulsaba Carmena, como la instalación de las baldosas donde quedan marcados los sitios desde donde se deportaron a republicanos a campos de concentración.
También asevera que desde el cambio de Gobierno Municipal han desaparecido varias placas del cementerio de la Almudena que recordaban a los exiliados y también se discontinuó el proyecto de hacer un monumento en homenaje a ellos. Tampoco se concretó la colocación de una placa en la calle de la Ruda, sitio de uno de los bombardeos nazis más emblemáticos a la ciudad.