«Slow food» como nueva normalidad
A pesar del malestar que producen ciertas situaciones, como esta pandemia mundial que estamos pasando, la clave es poder sacar la parte buena o el aprendizaje que nos pueda proporcionar. En mi caso, confieso que si hay algo que he aprendido y que tengo claro que va a incluirse en mi nueva normalidad, es la compra de alimentos en el pequeño comercio que he descubierto durante este confinamiento.
Está claro que no deberíamos quedarnos con cambios alimentarios tales como el incremento en el consumo de bebidas alcohólicas –uno de los primeros productos agotados en los supermercados durante las primeras semanas de confinamiento–, tampoco deberíamos convertir en hábito la elaboración semanal o diaria de bizcochos o repostería, otro aspecto que ha destacado.
Por el contrario, seguro que esta situación nos ha ayudado a muchos a pararnos a pensar en lo que necesitamos, hacer listas de la compra, disfrutar de elegir y elaborar esas recetas para las que nunca tenemos tiempo o esos platos habituales, pero, con más dedicación, maña y cariño. Y es que vivimos en una sociedad donde, incluso, en lo relativo a la vida cotidiana, se nos incentiva a hacer las cosas rápidas y sin prestarle la suficiente atención, aunque eso suponga una pérdida de calidad y disfrute.
Desde 1986 existe un movimiento que pretende luchar contra esta tendencia social y que, en este punto en el que nos encontramos, puede ser interesante que lo tengamos en cuenta. Se trata del concepto de slow food (comida lenta) que más bien se basa en comer con atención, valorando en especial la calidad y, por lo tanto, teniendo en cuenta la procedencia de las materias primas, los ingredientes y la forma y el tiempo de cocinarlos.
Este movimiento surge a raíz de la inauguración en Roma de una filial de la cadena de comida rápida McDonald’s. Este hecho generó una protesta espontánea que hizo que un grupo de periodistas de diarios locales organizaran una manifestación a través de la organización de un banquete, en el que se pretendía protestar contra la comida rápida e industrial y exaltar el disfrute de una comida fresca, casera y tranquila. Así crearon una asociación que promovía el placer de comer despacio, los productos naturales, las recetas locales y el deleite en los sentidos del gusto y el olfato sin prisa ninguna. Y en 2004, incluso la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), reconoció oficialmente al slow food como una organización sin ánimo de lucro e inició una relación de colaboración con ella.
Sin embargo, a día de hoy, no solo mantienen su objetivo de salvaguardar el patrimonio alimentario de la humanidad y la cultura gastronómica de cada país, si no que siguen promoviendo esta forma de compra local y sostenible, de elección de alimentos de calidad, y de disfrutar del proceso de elaboración y consumo como elemento crucial en nuestra salud.
Los científicos, haciéndose eco de este movimiento, han investigado los beneficios que tiene para la salud el slow food. La revista “Nature Reviews”, especializada en la investigación endocrinológica, publicó en 2010 el artículo de revisión llamado “Slow Food, Fast Food and the Control of Food Intake”. En dicho artículo, exploraron la relación existente entre la elevada disponibilidad de alimentos precocinados (fast food) y nuestra forma de vida y cómo esto facilita una elevada ingesta de energía (calorías, con pocos o ningún nutriente de calidad), así como la falta de atención sobre los alimentos y la ingesta. Todos estos factores, dicen en el artículo, socavan la capacidad de nuestro cuerpo para regular su ingesta de energía a niveles saludables porque afectan la asociación congruente entre las señales sensoriales (gusto, olfato etc.) y las consecuencias metabólicas. Los resultados de varios estudios muestran que los alimentos que se pueden comer rápidamente conducen a una alta ingesta de alimentos y a bajos efectos de saciedad, puesto que estos solo proporcionan breves períodos de exposición a los sentidos, lo que da a nuestro organismo señales insuficientes de saciedad.
Por todo esto, saquemos lo mejor de este “parón” obligatorio que ha puesto sobre la mesa la necesidad de volver a los básicos: disfrutar de la elección de los ingredientes, del proceso culinario y de la experiencia que es comer. Nuestra salud nos lo agradecerá.