JUL. 26 2020 ARQUITECTURA Convivir con amigos IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ Desde que la crisis inmobiliaria de 2008 irrumpió, hay un cierto tema de conversación que va apareciendo en los círculos de amistades de los arquitectos: “¿Por qué no construimos una casa y nos vamos a vivir todos juntos?”. La pregunta parte de la mezcla de muchos motivos: por un lado, tenemos el deseo de vivir en comunidad y recuperar una relación de cercanía, de barrio, que la dinámica urbana ha destruido; por otro lado, queremos empoderarnos y elegir un producto adaptado a nuestras necesidades y, en muchas ocasiones, darle un plus de sostenibilidad y diseño ecoeficiente; y, por último, queremos que la operación nos salga más económica. Sin llegar a entrar en detalles, cualquiera que se haya embarcado en una obra de una cierta entidad (desde una rehabilitación integral hasta hacerse la nueva casa) sabrá que es un proceso no exento de trabajo para los propietarios y que en ocasiones puede acarrear una tensión personal nada desdeñable. Es por eso que el hecho de compartir el viaje con otras familias puede ser una idea genial, o el inicio de un conflicto en ciernes. Todo eso hace que nos vuele la imaginación. ¿Cómo lo haríamos? ¿Compartiríamos con nuestros amigos un cuarto de la colada? ¿Una cocina? ¿Una caldera? De la lista de finalistas a los premios FAD de este 2020 hemos visto la materialización de ese deseo de vivienda compartida, con la firma de la arquitecta catalana Lola Domènech. La firma del edificio es compartida con Thomas Lussi, suizo con esposa aragonesa, quien convenció a otras tres parejas suizas para construir una casa para un futuro retiro. El propio Lussi se reservó el estudio de la planta baja como oficina de temporada. El nombre de la arquitecta Lola Domènech comenzó a sonar en los círculos profesionales tras ganar, junto con otras profesionales como Itziar González, el concurso que el Ayuntamiento de Barcelona planteó para repensar las Ramblas de la ciudad. Su aproximación a la propuesta tomaba poderosamente en cuenta la ocupación del espacio público y demostraba una preocupación, no solo por los parámetros normales que rigen la arquitectura –la función, la construcción, la estética–, sino que planteaba estrategias de dinamización social, cultural y económica. Domènech se ha destacado por su trabajo en espacio público, pero participó, hace siete años, en el proyecto de 44 viviendas colectivas que abanderaba el Plan especial de rehabilitación del casco viejo de Manresa. En ese proyecto, que dirigía el arquitecto Antonio Torres, se distinguía por hacer frente a un solar muy complicado, y por conseguir un espacio urbano atractivo con la limitación de un Ayuntamiento que no quería gastar dinero en mantenimiento. Haciendo un salto hacia adelante de siete años, vemos cómo el proyecto de Poblenou destaca por unas fachadas que usan postigos o contraventanas correderas como un elemento formal que, abriendo y cerrando, dan gran movimiento a la fachada y al tiempo llaman la memoria de las antiguas fábricas del barrio barcelonés. El edificio, de cinco plantas –cinco pisos de 80 metros cuadrados–, cuenta con sótano con trasteros, pequeña piscina y cocina al aire libre, zona comunitaria de lavadoras y secadoras… Las viviendas se organizan en una estrecha pastilla en la que el pasillo se coloca junto a la medianería, localizando la zona de almacenaje en ese mismo pasillo, y dotando al pasillo de dignidad frente a otras estancias. Al ser una comunidad de conocidos, plantean diseños novedosos como, por ejemplo, recibir el ascensor en el interior de la propia vivienda (al tiempo que ahorran espacio en la caja de escalera), o poner el salón hacia el patio interior comunitario que sirve de zona de acceso a la parcela, y la habitación principal, hacia la calle. En este patio, entendiéndose como un lugar de encuentro de conocidos, se instala una larga mesa de comedor con un banco, para sentarse y conversar con el vecino. Las estrategias de eficiencia energética utilizadas arrojan la calificación de demanda y consumo más eficaz, la letra “A”. Para tal efecto, mezclan estrategias modernas –10 centímetros de aislamiento en fachada– con tradicionales, provenientes de la arquitectura vernácula catalana como, por ejemplo, la celosía cerámica rectangular que cierra la escalera comunitaria, que permite una correcta ventilación y refresco del edificio, generando un tiro térmico en toda la escalera.