Mikel Chamizo
LA GRAN CITA DE LA MÚSICA CLÁSICA

Quincena Musical, un festival frente al covid-19

Aunque en los últimos años el modelo de gestión del turismo haya sido un tema candente, la construcción de Donostia como ciudad turística es un proceso que viene de antiguo. Desde finales del siglo XIX el turismo fue fuente de ingresos y de prestigio para los donostiarras, que dieron pasos para fortalecerlo en momentos en que lo vieron peligrar. Un ejemplo paradigmático es el de la creación de la Quincena Musical, el festival de música clásica más antiguo del Estado español, que surgió como una estrategia de promoción turística en 1939, cuando un grupo de comerciantes y hosteleros de la ciudad decidieron organizar unas jornadas de ópera con la esperanza de atraer al turista veraniego, cuyo número había decrecido durante los años de la Guerra del 36. La apuesta salió bien y la Quincena se afianzó rápidamente en el calendario estival, dando pie a 30 años de esplendor ligado a la ópera, ya que sus organizadores se las arreglaron para traer hasta la ciudad a figuras mundiales como Beniamino Gigli, Jessye Norman, Alfredo Kraus, Mirella Freni, Luciano Pavarotti, Montserrat Caballé, Teresa Berganza o Plácido Domingo, además de otros muchos cantantes notables de la época.

El festival, sin embargo, no ha transitado siempre un camino de rosas. La edición de 1944 se suspendió por la Segunda Guerra Mundial y la de 1960, por la retirada del apoyo de la embajada de Italia. Durante la década de los setenta, coincidiendo con la incertidumbre política del final de la dictadura y la transformación de los usos turísticos, que desplazaron el centro del turismo español hacia el Mediterráneo, la Quincena Musical entró en una crisis económica e identitaria y a punto estuvo de desaparecer en 1979. Aquel año el festival no se celebró en verano, y ya parecía todo perdido cuando el Ayuntamiento donostiarra decidió asir las riendas y poner al frente de la Quincena a José Antonio Echenique, un magnífico gestor que, tras salvar aquella edición trasladándola a diciembre, logró elevar el festival a nuevas cotas de éxito durante los años 80 y 90. Echenique implantó un nuevo modelo en el que se restaba protagonismo a la ópera (un espectáculo muy caro) pero que a cambio diversificaba y multiplicaba el número de espectáculos, trayendo a grandes orquestas extranjeras a la ciudad y, sobre todo, haciendo de los donostiarras el público central del festival. Ese modelo, con ligeras modificaciones, es el que se ha mantenido hasta la actualidad bajo las órdenes del actual director, el madrileño Patrick Alfaya, y suele atenerse a una fórmula siempre similar: una jornada inaugural potente, conciertos de música antigua y órgano durante la primera quincena de agosto, dos funciones de ópera en la Semana Grande, y un tramo final con una maratón de orquestas y solistas internacionales.

 

 

La Quincena celebró su 80ª edición en 2019 y todo apuntaba a que alcanzaría al centenario sin faltar más a su cita anual con la música. Pero llegó marzo de 2020 y con él la incertidumbre, generalizada en todos los ámbitos de la sociedad, se apoderó por completo del sector musical, paralizado y con perspectivas muy poco halagüeñas debido a la naturaleza social de la música en vivo. Para los grandes festivales de música clásica, que reúnen a orquestas y artistas procedentes de todos los puntos del globo, parecía incluso más difícil que pudieran celebrarse con normalidad en el verano. De hecho, así ha sido: el Festival de Aix-en-Provence canceló su edición de julio, el de Lucerna se celebrará en agosto, pero solo durante 10 días, y los Proms de Londres apuestan por el streaming con tan solo unos conciertos presenciales entre finales de agosto y septiembre.

Ante ese panorama, parecía lógico que la Quincena Musical siguiera la misma senda que sus hermanos europeos, pero en mayo Patrick Alfaya anunció que el festival se celebraría pese a todo y adaptándose a las nuevas circunstancias, y el personal de la Quincena se embarcó en una carrera frenética para rediseñar, en apenas dos meses, una programación que normalmente se planifica con dos o tres años de antelación.

 

 

El talento local salta a escena. Ya que no podían contar con artistas extranjeros por las restricciones en la circulación de personas, la Quincena anunció que apostaría por el talento local. Y la reacción de los músicos vascos fue inmediata: «Nos llegaron ciento cuarenta propuestas en cinco días, algo que yo no había visto en toda mi carrera como gestor», asegura Alfaya. «Incluso hubo personas que se saltaron el protocolo habitual y me escribieron por Whatsapp para pedirme una reunión. Fue ahí donde me di cuenta de lo mal que lo estaban pasando los músicos que, en contra de lo que piensa mucha gente, viven al día y no ganan mucho dinero a no ser que sean grandes estrellas».

A partir de esas propuestas dieron forma a un nuevo paquete de cuarenta y cinco conciertos, aunque con cuidado para no bajar el listón de calidad que caracteriza al festival. «Algunos artistas ya estaban programados antes del covid, como La Ritirata –un grupo de música antigua de Bilbo– o el recital de Carlos Mena con La Ritirata», explica Alfaya. «Otros conciertos surgieron de forma natural, como el contar con la Euskadiko Orkestra y la Bilbao Orkestra, que son las orquestas de casa. En algunos casos, esas incorporaciones incluso han mejorado los planes originales. El tenor Xabier Anduaga, por ejemplo, iba a ofrecer un recital de arias de ópera acompañado de piano, pero en esta nueva versión del festival lo hará junto a una orquesta, lo que resulta mucho más adecuado e interesante».

La nueva programación de la Quincena 2020 es, en cierto modo, un escaparate del talento musical vasco: ahí están el Euskal Barrokensemble, la Euskadiko Gazte Orkestra, el director Juanjo Mena, los experimentales Laboratorio KLEM, el violonchelista Asier Polo, la soprano Elena Sancho, la pianista Marta Zabaleta, el txistulari Garikoitz Mendizabal, el organista Óscar Candendo, los Coros Easo, el bailarín Iker Murillo, las compañías de danza Aukeran y Lasala, el acordeonista Ander Telleria, y tantos otros. «Hay algo que me llena de satisfacción y que, lo reconozco, no era del todo consciente de ello», confiesa Alfaya, «y es la cantidad de artistas de gran nivel que hay en Euskal Herria. Porque poder hacer justicia a un festival del perfil de la Quincena acudiendo principalmente a artistas locales, es algo de lo que podemos estar orgullosos si tenemos en cuenta que se trata de un país pequeño».

Pese a todo, los músicos extranjeros no estarán del todo ausentes de la programación, aunque la presencia de cada uno de ellos tiene una historia particular que la justifica. Robert Treviño, por ejemplo, ha pasado parte del confinamiento en Donostia para dirigir a la Euskadiko Orkestra, que ya en mayo fue pionera en reanudar la actividad sinfónica bajo estrictas medidas de seguridad para un ciclo de conciertos retransmitidos por ETB. Al gran pianista ruso Grigory Sokolov, protagonista de una de las citas más esperadas de esta edición, la pandemia le pilló en Sevilla, y ha sido gracias a esa contingencia que ha podido mantener su compromiso con la Quincena. En cuanto al director Semyon Bychkov, que iba a actuar junto a la Orquesta Filarmónica Checa, podrá venir igualmente a Donostia porque está casado con la pianista vasca Marielle Labèque y han pasado el encierro juntos en su casa de Ipar Euskal Herria. Bychkov no se pondrá al frente de su orquesta checa sino de la Euskadiko Orkestra, que se beneficiará de trabajar con una batuta de prestigio internacional. Y no será solo en Donostia, ya que llevarán su monográfico Beethoven también al festival hermano de la Quincena, el Festival Internacional de Santander.

 

 

Música entre medidas de seguridad. Una vez diseñada una programación adaptada a las circunstancias, con orquestas pequeñas y mucha música de cámara y solista, el siguiente paso para la Quincena fue elaborar los protocolos de actuación para hacer posible la celebración de esos espectáculos en el marco de la “nueva normalidad”. Para Andoni Alonso, jefe de gestión de la Quincena, «nuestro gran reto es hacer que todos nuestros conciertos sean espacios seguros y respetuosos al 100%, y eso implica poner en práctica un gran número de medidas preventivas tanto sobre el escenario como en el patio de butacas. La seguridad del público es lo más fundamental, porque sin ella un concierto podría convertirse en un foco de contagio y no queremos que eso ocurra bajo ningún concepto». Algunas de esas medidas preventivas siguen sencillamente las recomendaciones generales, como apostar en la medida de lo posible por los espacios al aire libre, concretamente el claustro del Museo San Telmo, que será la sede principal de esta edición de Quincena.

En las salas cerradas, como el Kursaal, el aforo se verá reducido al 60%, y los conciertos serán más cortos y sin descanso, para evitar la temida pausa para ir al baño. Por supuesto, será obligatorio el uso de gel desinfectante al acceder al recinto y de mascarilla durante toda la velada. Pero otras medidas sí son más específicas y, quizá, polémicas. «En los conciertos de la Quincena es bastante habitual que se formen largas colas de acceso, pero este año tenemos que evitar como sea que se produzcan apelotonamientos», afirma Alonso. «La solución es que el público tendrá que acceder a la sala escalonadamente, incluso desde una hora antes del inicio del espectáculo. Va a ser algo difícil de poner en práctica y en lo que vamos a tener que insistir mucho, porque a la gente no le gusta ir a los conciertos con tanta antelación».

Los espectáculos gratuitos, que siempre son numerosos en Quincena, también se complican mucho, en opinión del jefe de gestión del festival. «En el Ciclo de Órgano, por ejemplo, la persona interesada sencillamente entraba a la iglesia y se sentaba donde quería. Pero ahora, aunque el concierto siga siendo gratuito, tendrán que solicitar previamente una invitación y cuando vayan a recogerla les pediremos su nombre, apellidos y un teléfono de contacto, por si hay incidencias previas o posteriores al concierto. Todo ese trabajo adicional hace que la parafernalia que acompaña a estos conciertos, que antes se desarrollaban de forma sencilla y fluida, ahora sea muy costosa en organización previa».

 

 

Esa compleja parafernalia también afecta al personal de sala, que tendrá que multiplicarse exponencialmente. «Para algunos conciertos, que podríamos solucionar con dos trabajadores, ahora necesitaremos seis o siete. Teniendo en cuenta, además, que estarán ahí para dar servicio a la mitad de las personas de lo que suele ser habitual, la ratio de personal/público aumenta muchísimo», explica Alonso. Los acomodadores tampoco entregarán programas de mano para evitar cualquier contacto físico, toda información pertinente para el concierto se comunicará por megafonía o se presentará a través de pantallas o proyecciones.

A pesar de todas estas complicaciones, Alonso tiene claro cuál es el objetivo que deben perseguir: «El público tiene que poder disfrutar del evento. No podemos permitir que aquellos que se animen a venir al concierto se sientan avasallados por las medidas de seguridad hasta el punto de que les impida disfrutar de la música. Nosotros nos ocuparemos de todo y les transmitiremos un entorno de máxima seguridad para su salud, pero la experiencia de ir a un concierto tiene que seguir siendo, ante todo, gratificante».

Esto también es aplicable a los artistas, que tienen que poder dar lo mejor de sí mismos sin sentirse demasiado incomodados por las medidas preventivas. Aun así, se producirán escenas curiosas, como coros cantando con mascarillas. La colocación sobre el escenario también es esencial, y el personal de producción de la Quincena está dibujando ya complejos diagramas para distribuir a cada músico de forma que no pierdan la amplificación o la iluminación, y que puedan acceder y salir manteniendo las distancias reglamentarias. Cada concierto se convierte así en un caso único y en un puzle que hay que solucionar.

 

 

Disfrutar, a pesar de todo. Muchas personas sentirán respeto ante la idea de volver a las salas de conciertos pero, una vez adaptado al nuevo protocolo, los melómanos vascos podrán disfrutar de una Quincena Musical más o menos estándar. La inauguración estaba previsto que se celebrara ayer mismo en San Telmo, protagonizada por la Euskadiko Gazte Orkestra, con una selección de piezas espectaculares de Wagner, Grieg, Dukas y otros autores. Siempre sujetos a los imprevistos que puedan producirse por la actual situación, el primer tramo del festival estará dominado de nuevo por la música antigua y el Ciclo de Órgano y, con un total de 13 conciertos dentro y fuera de Donostia, volverá a ser uno de los más populares del festival. Esta vez no habrá ópera por Semana Grande, pero el recital de Xabier Anduaga con la Euskadiko Orkestra, con obras de Rossini, Donizetti y Sorozabal, será un digno sustituto para los amantes de la lírica. Supondrá, además, el reencuentro del tenor donostiarra con el público de su ciudad, tras su meteórico ascenso internacional desde que ganó el concurso Operalia en 2019.

La segunda mitad de agosto volverá a ceder su espacio a las orquestas, con actuaciones de la Euskadiko Orkestra el 19, la Bilbao Orkestra el 21 y Les Musiciens du Louvre el 29, con mucha música del Clasicismo (Mozart, Haydn, Beethoven) en los atriles. No faltarán tampoco grandes solistas como el ya mencionado Sokolov, Javier Perianes o Asier Polo; ni, mezclados entre todo lo demás, espectáculos de danza, música contemporánea y conciertos infantiles.

Aunque la Quincena Musical haya apostado por la resistencia en este año nefasto, negros nubarrones se asoman en el horizonte de las instituciones musicales. «Nuestro sector ya está muy tocado por este parón, pero con la crisis económica que se avecina, encima no van a llover recortes», cree Patrick Alfaya. «Espero que de aquí salgan cosas buenas, que durante esta pandemia la gente reflexione sobre muchos aspectos de la vida, la sociedad y la cultura, pero si esto se prolonga, sino encuentran una vacuna pronto, yo no sé qué va a pasar». Son palabras desesperanzadas, pero el director de la Quincena Musical sabe que la cultura nunca se rendirá: «Somos como la cucaracha, aunque caiga una bomba atómica no desapareceremos, por muy fastidiados que estemos».