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Gastroteka

Roscón de Olentzero


No vengo a mezclar política con gastronomía. Pero vale ya… si son magos, que ellos mismos se hagan las galletas, conviertan el agua en vino y dejen de gorronear en las casas de todas las personas que tan humildemente trabajan para ganarse su pan. Este 2020 viene siendo un año difícil para cualquiera; y a estos, si por trabajar un día al año, en cada casa les tenemos que hacer la ola, darles de comer y de beber... En fin, no me digáis que no tiene alguna similitud con la monar… ¡atxis!

¿Os imagináis a Juankar vestido de paje? Yo tampoco, pero me hace gracia. Pues eso, que mejor no hablar de reyes ni reinas. Vamos a hablar en clave Olentzero. Y hoy os voy a proponer romper con una tradición que para muchos es intocable. Comprar y comeros el rosco también durante las celebraciones navideñas, en favor de nuestro amado carbonero borrachín. No me explico que los reyes, bebiéndose todo lo que se han bebido hasta ahora, sigan conduciendo en camello. Será que el sistema de puntos no funciona con los camellos y que moverte por todo el país sobre un animal con una castaña del tamaño de San Mamés es totalmente lícito. Lo cierto es que todavía no me ha tocado ver un control en un belén… Hoy, todavía, sigue estando bien vista esta práctica, y esto me preocupa porque al pobre Olentzero, que tiene un pequeño problema con el vino, pero un corazón que no le cabe en el pecho, lo llamamos borracho. ¡Y eso que va andando a todos lados! Sí, borracho pero responsable. Saco a la espalda, porrón, pista y a repartir. Ya me gustaría ver por no mancharse la capa, de que serían capaces los otros tres. Si no estáis ya convencidos de que Olentzero se merece un rosco, no sigáis leyendo, porque, a partir de ahora, el rosco en este artículo es de Olentzero.

El roscón es un plato que, como la vida y la misma historia, se ha ido amoldando y ajustando a la época en la que ha vivido. De hecho, en unas pocas líneas vais a entender perfectamente por qué tiene más de Olentzero que de Reyes; se ha ido adecuando a cada momento histórico y es un plato anterior al nacimiento de Cristo. Decir que su origen está ligado al día de Reyes, no sería del todo correcto. El cristianismo y la cultura latina han tenido la culpa de que haya terminado entendiéndose así, pero lo dicho, su origen va más allá, y a más de un rey, no le va a hacer gracia.

El roscón tiene su origen en las fiestas saturnales que se celebraban en la antigua Roma. Estas fiestas o días de celebración saturnales festejaban que los días empezaban a hacerse más largos. Se conmemoraba “el día más oscuro del año”. Una de las actividades o características más reseñables es que, durante estos días festivos, los sirvientes y esclavos tenían “fiesta” o días libres para acudir con sus familias a celebrar o bien estos días o simplemente, que no tenían porque ejercer su labor. Entre las clases bajas era costumbre repartirse unas tortas redondas, que contenían higos, dátiles o miel entre otros dulces, y escondían en su interior un haba. Al que le tocaba el haba, se le nombraba “rey de reyes” a modo simbólico y se le ofrecían todo tipo de favores, servicios y comodidades por un tiempo limitado. Puede decirse que el haba simbolizaba la esperanza de una vida mejor para cualquier pobre de la época. El roscón, siendo una torta, probablemente de manteca, simbolizaba al pueblo y la unión entre las personas de la clase baja. Nosotros hoy lo llamamos roscón de reyes pensando que viene de… a saber. Por esta pequeña historia previa y el humilde origen que tiene esta receta, os digo que tiene más de Olentzero, más de clase trabajadora y menos de reyes.

Roscón, crema, nata o chocolate. Lo del relleno no es tan antiguo. Fueron los franceses los que mantuvieron el tema del roscón entre sus tradiciones más fervientes hasta hoy. Estos elaboraban la masa del roscón con nata fresca. De ahí que aparezca referenciado también como rosco de nata. Se deduce que lo de rellenar los roscos viene de intentar emular al rosco galo de nata. Y que, por supuesto, el primer rosco que se vio por el país fue, cómo no, relleno de nata. Ha evolucionado tanto y se nos ha ido la olla a tal nivel que un rosco sin relleno se vende como algo “novedoso”. Un “para que lo rellenes como quieras”. Estamos tan faltos de ideas, que es mejor cargar con la responsabilidad de rellenarlo de algo original al cliente. Como si quedara algo “original” con lo que rellenar un rosco… ¡ja! Otro punto al que no hemos prestado atención los últimos años es a la masa del propio rosco. Nos hemos perdido tanto en adornos y rellenos fuera de lugar que nos hemos dejado por el camino lo que más importa. La base, el sustento de toda bollería: la masa. Yo me conformo con una masa esponjosa, jugosa, ligeramente húmeda, sin un aroma a azahar excesivo, con su toque de almendra y sus toques dulces de fruta escarchada. Si cumple con esto, como si me lo rellenáis de anchoas. Me vale. Por que últimamente no hago más que ver anuncios de roscones baratos, ofertas de roscos y comentarios que justifican lo rico que está para lo barato que es.

No nos damos cuenta, pero este comentario esconde un gran problema detrás, y es que nos da igual la calidad si se ajusta el precio. Nos hemos vendido al precio y hemos vendido la historia de una receta que tiene mas años que el belén. No cuesta nada comprar el roscón en una pastelería, en una panadería, cada uno en la de nuestro pueblo. Es gente que, al igual que Olentzero, trabaja a destajo durante las noches de celebración navideña para que todos tengamos nuestro roscón en casa la mañana siguiente, igual que Olentzero con los regalos. Hacer un millón de roscos a mano es un curro que “pa-qué” y esta gente no puede competir en precio con una gran superficie. Por lo que ¡protejámoslos!

Si queremos que Olentzero siga siendo Olentzero y no “Papá Coca-cola Noel”, tenemos que hacer el esfuerzo de proteger lo nuestro. Para esto, el compromiso tiene que ser diario, pero se puede empezar con un simple gesto como regalar un rosco comprado en la panadería del pueblo, un día señalado de la Navidad, a la persona que más queramos. Si queremos proteger el pequeño comercio, nuestra cultura, nuestras recetas, gure hizkuntza (nuestro idioma), podemos empezar por cambiar las costumbres que nos rodean y alimentan un modelo de consumo perjudicial para todo lo que hemos mencionado. Ya os he dicho, que podéis empezar por llamar al roscón “de Olentzero” o ponerle frutas de color amarillo, rojo y morado para ir desmonarquizando la gastronomía.

Termino rimando, que la Navidad me inspira:

Olentzero se merece un roscón!

Si le damos uno,

seguro que nos deja de traer carbón!

Urtebarrigon!