Xandra  Romero
Nutricionista
SALUD

El estrés y las malas digestiones

La investigación biológica demuestra que, por diferentes que sean los problemas que nos afectan a las personas (índole física o psíquica), en todos los casos provocará una respuesta del organismo de tipo biológico, idéntica, estereotipada y medible, desencadenante de diversas secreciones hormonales, responsables de nuestras reacciones a cada oleada de estrés y que abarcan todo el complejo de funciones y órganos de la persona.

Según esto, las emociones agradables y desagradables son indistintamente generadoras de estrés y producirán respuestas diferentes del organismo: en muchos casos naturales y sin consecuencias, porque el organismo se podrá adaptar (situaciones que se denominan eustrés o estrés bueno); en otros casos, las respuestas que siguen a una demanda desproporcionada, intensa y continua llegan a superar las capacidades de resistencia y adaptación del organismo (distrés o estrés malo).

Así, una gran acumulación de estrés puede alterar los patrones de conducta de quienes lo sufren. De manera muy especial, los hábitos alimentarios y las conductas asociadas a ellos pueden verse seriamente afectados (ingestas inadecuadas o extemporáneas), o pueden, por el contrario, ser desencadenantes de formas de estrés originadas por alteraciones o desórdenes dietéticos. Por eso no extraña que el aparato digestivo se convierta en órgano diana de patologías asociadas al estrés propio de ambientes y ritmos insanos. El estrés puede alterar el apetito y el hambre y, como consecuencia, la correcta conducta alimentaria y la nutrición.

Como ya hemos adelantado anteriormente en esta sección, la exposición al estrés da como resultado alteraciones de las interacciones cerebro-intestino (“eje cerebro-intestino”), donde los principales efectos del estrés en la fisiología intestinal producen alteraciones en la motilidad (movimiento) gastrointestinal; cambios en la secreción gastrointestinal (aumento de los flujos digestivos, a veces irritantes); aumento de la permeabilidad intestinal; efectos negativos sobre la capacidad regenerativa de la mucosa gastrointestinal y el flujo sanguíneo de la mucosa; y por último, efectos negativos sobre la microbiota intestinal.

En este sentido, aunque muchas personas son conscientes de la comunicación que se produce entre el tracto gastrointestinal y el sistema nervioso central, son pocos los que conocen la capacidad del sistema nervioso central para influir en la microbiota o sobre la influencia de la microbiota en el cerebro y el comportamiento. Así, la alteración de la relación beneficiosa entre microbiota y nuestro organismo altera la función gastrointestinal. Como se ha mencionado anteriormente, se produce, comúnmente, una mayor vulnerabilidad a los estímulos inflamatorios en el tracto gastrointestinal.

De modo que, si en ocasiones o de forma continua en algún momento de tu vida sientes bien molestias a nivel superior, en el estómago, como pesadez, hinchazón, acidez o sensación de digestiones lentas; o bien del bajo vientre: intestinales, estreñimiento y flatulencias, no le eches la culpa indiscriminadamente a la comida; no elimines ningún alimento o nutriente de tu dieta. Antes, valora cómo ha sido tu alimentación durante el último tiempo, si estás expuesto/a a algún tipo de estrés (académico, personal, laboral, por enfermedad, etc.), registra cuándo y ante qué (alimento/emoción) se producen los síntomas digestivos. Acude a un nutricionista y/o psicólogo y, si dichos profesionales lo estiman oportuno, acude a un médico digestivo que te realice las pruebas convenientes. Solo después, si existe un diagnóstico concreto, pide ayuda a un nutricionista para que te ayude a realizar dichos cambios en tu dieta sin que concurras en una alimentación desequilibrada.

La mayoría de las veces, en ausencia de una enfermedad, con retomar hábitos de comidas en cantidades similares (evitando grandes ingestas y luego restricciones), regulando los horarios de las mismas, comiendo sin distracciones, tranquilo/a y masticando suficiente, evitarás digestiones largas o pesadas. También puede ser recomendable aumentar el consumo de fibra a través del aumento de las verduras, frutas, legumbres y frutos secos en tu dieta.