FEB. 07 2021 EL AGUA COTIZA EN BOLSA Escasea el agua, los buitres de Wall Street vuelan en círculo El agua ya cotiza en Wall Street. Es el colmo del capitalismo, la escasez de agua convertida en valor bursátil negociable. Una locura que mercantiliza la vida. Pero, ¿cómo es posible? ¿Y luego, qué? ¿Qué vendrá después? ¿El aire que respiramos, los rayos del sol? ¿Prohibirán a los chiquillos las pistolas de agua en los días de verano? ¿Y los nuevos propietarios del agua, lo serán también de los peces? ¿Firmarán contratos para hacerse dueños de la lluvia? Mikel Zubimendi Pero, ¿cómo es posible? Si el agua es el principio fundamental de nuestra existencia, si todos los seres vivos tenemos entre un 70% y 80% de agua. ¿Un pequeño grupo de grandes bancos serán dueños de nuestros cuerpos? ¿Las personas más pobres tendrán más sed? ¿Bañar a un recién nacido se convertirá en un artículo de lujo? ¿Un minuto como máximo por cada ducha? En esas andaba, impactado por la noticia, entre reflexivo y horrorizado, cuando la memoria, en una de sus increíbles piruetas, me trajo una visión que siempre me ha acompañado. Mad Max en el emirato vasco del agua. En uno de los maravillosos regalos que te da la vida, servidor tuvo la suerte de cenar con Ricardo Alarcón de Quesada, gran figura de la revolución cubana y entonces presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, en la sociedad Elurtxori de Hernani. Tras haber dado una conferencia sobre los vaivenes, las dificultades y desafíos de su país, suelto y relajado en torno a aquella mesa, nos dejó una advertencia premonitoria que uno lleva encima desde entonces como ropa de la que no se puede desvestir. Para nosotros, que andábamos a lo que andábamos y nos costaba mirar más allá de los avatares del momento, aquel «ándense con cuidado, que tienen mucha agua» que recordó Alarcón a los vascos, fue rompedor. Nos habló de las guerras del agua como las guerras del futuro. Ya no serían por petróleo, sino por el líquido vital. Siempre me han acompañado aquellas palabras. Dan que pensar, con las tasas de precipitación, el arco de nuestro cielo, con los innumerables ríos y humedales que dan forma a nuestros valles, con lugares emblemáticos como Artikutza y el milagro de la lluvia que allí acontece, con el gran Ebro al sur, uno llega a imaginar una especie de emirato del agua vasco, agraciado por la abundancia del preciado elemento, «Euskal Herria, uraren emirerria», que se diría en euskara. Seríamos ricos, hasta poderosos, pero seguiríamos estando aún más expuestos a la avaricia y la conquista. La batalla por el agua ahora se libra en Wall Street, una pésima noticia, no una distopía. Tras recordar a Alarcón, en otra de sus jugarretas, la imaginación me llevó a una película que vi con mi hijo hace poco, en tiempos estresados de confinamiento: “Mad Max. Furia en la carretera”. Recordaba las primeras entregas de la saga, donde el preciado líquido era la gasolina, pero en esta era diferente, todo giraba en torno al agua. El paisaje estaba marcado por la guerra del agua, los desiertos y las tormentas de polvo erosionaban la civilización. Un mundo verde aparecía en sus leyendas y cuando lo encuentran, era solo eso, leyenda, está totalmente destruido por la sequía y un suelo ácido. Todo el poder residía en un villano que controla el agua y la raciona de manera rastrera. El agua, nueva división de clase. El agua, o más exactamente, la falta de agua, es un elemento del núcleo duro de la historia. Es motivo de guerras, no tener agua es uno de los terrores más grandes de la humanidad, y la noticia, al menos a servidor, le ha reavivado esos fantasmas. “Mad Max” da pistas sobre cómo podría ser el futuro global si las cosas no cambian. Es una película que desde el principio, ya en las primeras palabras, te pone en guardia: «No te vuelvas adicto al agua porque, si lo haces, te molestará su ausencia». Hay muchos lugares tan reales y tan acordes a los modelos climáticos actuales, que da miedo. Los que tienen el dinero para bombear el agua desde las profundidades de la tierra son los que tienen el poder. Y ahora que el H2O es un nuevo valor bursátil, todo esto adquiere otro relieve, otra actualidad. Quizá la situación no es tan extrema como para crear señores de la guerra del agua en todo el mundo, pero las tensiones e intrigas aumentan, apuntan en esa dirección. Tal vez sea un poco más sutil, más político, pero se están poniendo las bases para que el mundo se divida en nuevas clases sociales, la de los que tienen agua y la de los que no tienen. Parece ciencia ficción pero no puede ser más real en un mundo donde 2.000 millones de personas no acceden al agua potable, donde las mujeres más pobres se pasan la vida acarreando el líquido vital sobre sus espaldas. Ahora cotiza en el mercado de futuros de materias primas de Wall Street debido a su escasez, según el índice Nasdaq Veles California Water (NQH2O), algo que no ha dejado indiferente a nadie. Dicho indicador se basa en los precios de los futuros del agua en el Estado de California, y empezó cotizando a unos 397 euros por acre pie, una medida equivalente a 1.233 metros cúbicos. Es decir, 40 céntimos de euro por metro cúbico, una cantidad desorbitada vista desde, permítaseme otra vez la licencia, nuestro Emirato del Agua, Euskal Herria. Apostar en el casino. En efecto, la primera reacción fue de horror, pero no de sorpresa, porque era algo que se veía venir desde hace bastante tiempo. Era otra vuelta de tuerca tras la cual poderosas personas y fondos bancarios invertirán en los peligros que afectan al acceso al agua. Apostarán a que cuanto menos llueva, mejor, más beneficio. Y atentarán contra una necesidad humana básica. A medida que el agua limpia se vuelve más escasa, los incentivos en el sistema capitalista funcionarán para convertirla en mercancía, para garantizar que la escasez sea una oportunidad para ganar dinero. No podemos vivir sin agua, somos agua y de ella dependemos para todo, para beber, lavarnos, cocinar… Pero todo esto no importa, ya se sabe que el capitalismo se beneficia de la miseria humana, y ahora los corredores de la Bolsa de Nueva York apostarán su dinero por la escasez de agua. Se podrá apostar en el “casino” de Wall Street sobre el precio del agua y subirán las apuestas si aumenta la probabilidad de escasez y sequías. Así funcionan los casinos de apuestas, algunos ganan dinero con el sufrimiento de otros. Este nuevo paso, verdaderamente despreciable y aterrador, establece ciertos incentivos perversos. Por ejemplo, en los casos en que los comerciantes del agua hayan apostado por la escasez, podrían ganar dinero solo con intervenir en la distribución del agua para limitar el acceso. Este tipo de abusos, por otra parte, inflar artificialmente el precio del agua para un beneficio económico particular por ejemplo, tampoco es del todo nuevo, ya se ha visto en Australia o en Chile. Río arriba, río abajo. Los buitres de Wall Street vuelan en círculo, mirando cómo la base de toda la vida humana está ahora oficialmente en el mercado. Lo llaman índice de futuros, pero podría perfectamente llamarse, como gritaban los punkies, un «No Futuro» que simboliza la entrada formal en una nueva era de Mad Maxificación, premonitoria de la transformación del agua de un derecho básico a un bien de lujo. Pero pensándolo bien, todo eso no es del todo nuevo, ese futuro lleva años dibujándose. Las guerras del agua son pasado, desde los albores de la historia, y también presente y futuro. Echemos un vistazo, por ejemplo, a Oriente Medio, esa región de países áridos en los que el agua es finita. Su población no para de aumentar y en algún momento, de manera inevitable, no habrá agua suficiente para todos. Abundan las señales de la escasez y las cicatrices de esa guerra. La presa de Ataturk, en el cauce del río Éufrates, permitió a los turcos transformar parte de las resecas llanuras de la antigua Mesopotamia en fértiles. Sin embargo, ha dejado a los vecinos río abajo, a Siria y particularmente a Iraq, más secas que nunca. El uso del agua procedente del río Jordán está siendo utilizado en exceso, de forma crónica, y como resultado, el nivel del Mar Muerto en su desembocadura, está bajando progresivamente. Algunos países de esa región, como Arabia Saudí, que prácticamente no tiene ríos, tiran de aguas fósiles que no se pueden volver a reponer. Practican la minería acuífera, extracciones masivas de reservas no renovables, y sus pozos se secarán algún día. Algunas naciones se ven en un futuro próximo desesperadamente seco y están empezando a considerar soluciones tan radicales como remolcar icebergs desde la Antártida en demanda de agua. Abramos el zoom. En toda África y en la India, los enfrentamientos locales y los levantamientos contra las autoridades y los proveedores privados se han vuelto comunes. Etiopía provocó una importante disputa con Egipto y Sudán cuando decidió construir la Gran Presa de Renacimiento en el Nilo para albergar una megacentral hidroeléctrica. El expresidente de EEUU, Donald Trump, hizo saltar las alarmas mundiales cuando pronosticó que Egipto no podría manejar la escasez de agua, que las aspas de las turbinas de sus barcos se hundirían en los sedimentos del Nilo y que, eventualmente, «volaría la presa». Confundir valor y precio. Quienes piensan que es una barbaridad que el capitalismo haga negocio con algo tan fundamental deberían revisar su factura del agua, con la que ya se comercia desde hace tiempo. Y en ciertos sectores como la agricultura intensiva aún más, pues su uso en ciertos cultivos es muy brutal. El titular es nuevo, sí, pero el agua y su gestión lleva años siendo objeto de mercadeo y especulación financiera. Ahora, se ha dado un paso más, se ha formalizado. Y no le faltan defensores. En la jerga de los operadores bursátiles es común escuchar que los inversores se adelantan a los acontecimientos. En otras palabras, que las acciones que suben ahora son un reflejo de ganancias posteriores y las que bajan, un adelanto de las próximas crisis. Esa muletilla no siempre se observa en la práctica, pero para el caso del agua parece ser atinada. Los fondos financieros perciben que una de las grandes dificultades para la economía global en los próximos años tendrá que ver con la falta de disponibilidad de agua en varias partes de un planeta, con cerca de dos mil millones de personas habitando en países con problemas de acceso al agua y con dos tercios de la población mundial que podría enfrentarse a graves problemas de escasez en los próximos años. Pero que los fondos de inversión apuesten por la escasez del agua es peligroso, incluso para quienes lo defienden. Supone normalizar la especulación, hacer negocio con un derecho humano básico y un recurso natural fundamental. Y la experiencia dice que, cuando los inversores controlan el agua, la gente inevitablemente sufre. Además, se confunde todo; especialmente el valor y el precio. No es lo mismo el agua para saciar la sed que para llenar una piscina privada, no es lo mismo que el petróleo, el oro o la carne de cerdo, por poner ejemplos de otros mercados de futuros. Sencillamente porque no poder llenar los depósitos con gasolina en el mundo sería un problema de mil pares de pistones, pero sin comparación posible con el de la falta de agua, sin la cual no podríamos vivir. Por eso el petróleo no es un derecho humano y el agua sí. Más que el volumen, el derecho de uso. El índice NQH2O, más que el volumen del agua, regulará los derechos de uso, el futuro del precio de arrendamientos y ventas de derechos de agua de las transacciones de cinco regiones de California. Antes se hacía de forma privada y no en un mercado de valores, donde según sus defensores, las transacciones son transparentes. Resumiendo mucho la mecánica, el derecho de uso y aprovechamiento de agua genera un título, que se convierte en un activo financiero, creando un mercado formal que ahora da el definitivo paso hasta el parqué. Anuncian el índice NQH2O como una herramienta «innovadora y pionera» –la primera de su tipo– para el suministro del agua con fines agrícolas, industriales o municipales. Casi tres cuartas partes del consumo de agua mundial está dedicado a la agricultura y la entrada del líquido azul en el mercado de futuros de Wall Street está relacionada con esta actividad. De hecho, hay razones para cuestionar si el mercado funcionará en cualquier lugar de la Tierra fuera de California, donde la producción agrícola, por valor de miles de millones de dólares, compite con un desparramado desarrollo residencial, una enorme demanda industrial y las necesidades ambientales de un suministro de agua dulce y limpia cada vez más dudoso. La idea californiana es permitir que los grandes usuarios de agua, como los agricultores de almendras, o incluso las ciudades, en esos lugares muy afectados por la sequía, compren agua por adelantado a un precio fijo. Eso les permitiría «protegerse» contra picos de precios inesperados que podrían aparecer si los suministros de agua se reducen drásticamente. Según “The Wall Street Journal”, si hubiera habido futuros de agua hace un año, un agricultor que los compró con fecha de verano al precio prevaleciente meses antes, podría haberse embolsado grandes ganancias cuando la sequía golpeó California y los precios se dispararon. Y esas ganancias podrían usarse para compensar el mayor costo de comprar agua real. Suena bien, ¿verdad? Pero, no. La sensación es que el mercado del agua dulce se volverá más valioso a medida que el cambio climático impulse nuevas sequías en muchas áreas agrícolas. Y, si se vuelve más valiosa, las personas que tienen dinero serán las que puedan pagarlo. Pero si se sigue por ese camino, ¿qué pasa con el que no tiene dinero y solo necesita un trago? California como laboratorio. Los 40 millones de personas sedientas de California, por ley estatal, tienen reconocido desde 2012 el derecho humano al «agua segura, limpia, asequible y accesible» para beber, cocinar y con fines sanitarios. Y es cierto también que el agua es un bien pesado con muchas restricciones, particularmente bizantinas en California, sobre cómo se puede mover. Algunos derechos de agua datan del siglo XIX, en regiones de abundancia de agua la doctrina legal dominante se basaba en los derechos ribereños: aquellos con tierras adyacentes a los ríos tenían derecho al agua del río, siempre que no interfirieran con los derechos de los usuarios río abajo. Eso no funcionó en regiones áridas y semiáridas, donde los usuarios del agua, como los mineros, estaban ubicados lejos de las fuentes. La doctrina dominante se convirtió en la «apropiación previa»: quienes primero extraen agua de una fuente por cualquier motivo pueden continuar usándola indefinidamente para el mismo propósito. A partir ahora, sin embargo, las cosas serán algo diferentes. Pongamos por ejemplo que una cooperativa de agricultores necesita millones de litros de agua en primavera para sus cosechas. Estamos en diciembre, faltan tres meses, la incertidumbre del precio puede ser la diferencia entre la ruina o poder prosperar. Si el agua está más barata en primavera, simplemente perderá el dinero del contrato que compró en diciembre. Y si está más cara, la diferencia de precios se la ahorrará. En otras palabras, el precio del contrato es como la prima de un seguro, se pierde si no hay siniestro. Ahora bien, ¿qué hay de los especuladores? Está demostrado que allí donde hay un mercado de valores existe la especulación. Siempre aparece ese tercero, que ni vende ni compra, en este caso agua, pero que puede adquirir y subastar para enriquecerse. Y al final del juego, los usuarios del agua tienen que pagar más para que otros se enriquezcan en el camino. Y eso sin olvidar el pasado reciente, la grave crisis alimentaria global de 2008, cuando el trigo, y en menor medida el maíz, sustituyó al ladrillo, al constituirse los mercados de futuros de productos alimentarios en un refugio seguro para los grandes bancos. En apenas tres años el precio medio de la alimentación en el mundo se incrementó de media un 80% y causó millones de muertes en los países del sur global. ¿Podría pasar ahora con el agua? ¿Cuántos millones de personas engrosarían las filas de la sed? Un preciado bien común. Ya sabíamos que en California no hay Guardia Civil. Sabemos así mismo que el problema del agua no es exclusivo de California, cuyo crecimiento demográfico y desarrollo económico acelerado explican también su escasez y su carestía. Sabemos que no hay que irse hasta allí para ver climas con un alto riesgo de sequía. Lo peligroso y perturbador aquí es que todo esto se expanda mucho más allá de California, que el mundo observe y piense que es el camino a seguir. Porque a partir de la experiencia, este valor podrá ser usado como referente para el resto del mundo en los mercados del agua, para inversores globales que buscan tener un indicador de escasez de recursos naturales. De ahora en adelante, las cotizaciones del agua subirán y bajarán con las previsiones meteorológicas. Las precipitaciones determinarán el precio; si falta lluvia y nieve, es de esperar un aumento bastante espectacular del precio. Si llueve mucho, no habrá actividad frenética y el precio bajará. Los economistas siempre han considerado el agua como un caso especial. Como el aire que respiramos, es más valiosa para la vida humana que el oro o el petróleo o incluso, a corto plazo, que los alimentos. Pero el del agua sigue siendo un negocio muy lucrativo para unos pocos, en forma de agua embotellada, generación hidroeléctrica, producción de alimentos, uso industrial, privatización de los suministros urbanos, desalinización o trasvases. Y esos mismos, ante la «escasez», una justificación que se repite una y otra vez, han decidido que la cotización en Wall Street ya no podía esperar más. En realidad, no es sino un paso, otro más, para privatizar el agua y convertir en objeto de compraventa un derecho humano, algo que abriría la puerta a cuestiones muy peligrosas que pueden transformar el agua tal y como se conoce. No entienden que agua es vida y biodiversidad, vértebra territorios y conforma paisajes e identidades, que es un preciado bien común y que por eso no puede ser de nadie y es de todos. Y por eso buscan el desplazamiento de lo público y la idea de bien común como principio básico de toda gestión hídrica, aunque eso suponga dictar condena contra millones de personas y futuras generaciones, condenarlas a sentir en carne propia lo que significa vivir sin agua.