7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Busca bien


Un hombre buscaba con dedicación debajo de una farola encendida en la calle, otro se le acerca y le pregunta: «¿Qué le pasa, ha perdido algo?», a lo que el hombre responde señalando a la oscuridad del otro lado de la calle: «He perdido cinco euros allí». Su interlocutor, extrañado, le responde: «Pero entonces, ¿qué hace buscando aquí?». «Bueno, es que aquí hay luz». Y es que a veces en las relaciones nos empeñamos en buscar donde alcanza nuestra percepción o entendimiento aquello que sabemos que está en otro lugar.

Como todos sabemos, cuando las personas nos comunicamos lo hacemos en varios niveles a la vez, por un lado están las palabras, por otro el tono, por otro el ritmo, o la repetición de los mensajes, el momento en el que se dicen, etc. De este modo, los diferentes canales de comunicación pueden enviar mensajes coherentes entre sí o discordantes, y cuando esto sucede, se genera una sensación de incertidumbre en quienes participan ante lo que está siendo dicho realmente. En general, las palabras concretas hablan del contenido social, común, que cualquiera podría entender si escuchara. Sin embargo, todos los demás canales lo que hacen es comunicar el aspecto psicológico del mensaje. Ahí es donde encontraremos emociones, intenciones, sensaciones, expectativas… En definitiva, en el cómo nos comunicamos reside lo que queremos decir o lo que asumimos de la relación con la persona que hablamos o con aquellas de las que estamos hablando. En el tono que utilizamos, las pausas, e incluso los gestos, hablamos de nuestro vínculo. Una mirada larga de contacto o un gesto de indiferencia modifican plenamente el mensaje concreto de las palabras, llegando incluso al punto de que el contenido deje de importar si el impacto en la relación es intenso. De hecho, esa es la razón por la que nos gusta ir al teatro o al cine, porque lo que se dice tiene intención, una que descubrir y “vivir”.

Este hecho hace también que a veces tratemos de resolver un desencuentro hablando solo de los hechos o de las palabras que se dijeron, en lugar de indagar sobre lo que se quería decir, lo que se pretendía o lo que estaba pendiente cuando se dijo esto o aquello. Pensamos que somos objetivos haciéndolo pero realmente lo único que estamos haciendo es copar ese espacio subjetivo del otro con el nuestro, con nuestra interpretación. La mayoría de los malentendidos entre gente que se quiere radica en este punto, en la ausencia de atención al mundo psicológico del otro, entendido este como ese compendio de maneras de entender el mundo que tiñen del todo las palabras dichas, y las escuchadas.

En este sentido es fácil, ante un conflicto de relación, darse cuenta al escuchar desde fuera de que ambas partes tienen una vivencia muy distinta de un mismo acontecimiento, e incluso de una misma palabra; de eso que, al mismo tiempo, todos damos por “objetivo”. Cuando damos las palabras o nuestras intenciones como “objetivas”, cuando pensamos que tenemos razón, centramos nuestra atención entonces en juzgar la mirada del otro en lugar de indagarla, vemos amenaza, en un intento supuesto de convencernos torticeramente, de darnos la vuelta a la tortilla, y de inmediato, nos defendemos.

Y cabe preguntarse: y después de tener razón, ¿qué? ¿Esta persona que tengo frente a mí es realmente alguien que quiere pasarme por encima? ¿Es un enemigo o enemiga? ¿Qué efectos tendrá a posteriori entre nosotros haber basado nuestra resolución en la “razón” sin tener en cuenta al otro? Cuando no podemos hablar de nuestro mundo interno, nuestra manera de sentir y pensar, cuando nos manejamos con conceptos “objetivos” y totales en las relaciones, creamos vencedores y vencidos, socavando así la confianza en el otro para posteriores desencuentros en los que tengamos –y queramos en el fondo– ponernos de acuerdo.