La «Operación Betizu» rasga el alba en Itoitz
El colectivo Solidari@s con Itoitz tenía apenas un año de vida, pero sus espectaculares acciones directas y no violentas habían abierto ya una nueva resistencia al proyecto más impopular del momento en Nafarroa: el pantano de Itoitz. A pesar de ser declarado ilegal, el monstruo de hormigón continuaba adelante. Los solidarios consensuaron en asamblea una decisión drástica: «cortar por lo sano». Y le pusieron nombre: «Operación Betizu».
Madrugada del 6 de abril de 1996, en algún lugar del valle de Longida, a poco más de 30 kilómetros al este de Iruñea. Hace mucho frío en el monte. Un grupo de voluntarios de Solidari@s con Itoitz conduce en la oscuridad a seis periodistas.
Unas horas antes, los ecologistas habían aclarado la misteriosa convocatoria que nos había llevado hasta el punto de encuentro: «No pretendemos ocultar nada; tenemos la conciencia tranquila y queremos hacerlo públicamente, asumiendo nuestra responsabilidad». Garantizan que no habrá daños personales. Es el momento de abandonar o seguir: «Vamos a paralizar las obras del pantano».
Tras meses de observación, la acción había sido planificada a conciencia y con todas las garantías imaginables. Los trabajos del pantano se ejecutaban durante los siete días de la semana y las 24 horas del día, excepto en Navidad y Semana Santa. Eligieron por ello la madrugada del sábado 6 de abril, víspera del Domingo de Resurrección y del Aberri Eguna. No habría nadie en la obra, excepto los guardas jurados que la vigilaban desde sus garitas perimetrales. Los días de vacaciones habían atraído además a decenas de personas a la acampada popular contra el pantano en Itoitz, en el fondo del valle, pero nadie imaginaba lo que estaba por ocurrir.
De la espera a la carrera. En plena noche, ocho de los solidarios se enfundan en buzos azules con una inscripción manuscrita a su espalda: «Desconstrucciones Itoitz». Portan en sus manos cinco aparatosas sierras mecánicas, conocidas como rotaflex, que los autores de la acción habían alquilado premeditadamente a una empresa filial de la constructora del pantano.
El acercamiento hacia las obras por el monte de la orilla izquierda es sigiloso y en absoluto silencio. Por señas, indican que hay que esperar acurrucados entre los matorrales. Pasan horas. Hasta que los activistas se colocan capuchas blancas en las cabezas y una avanzadilla se acerca al perímetro vigilado por los guardas de seguridad de la empresa Protecsa que custodian las obras con ayuda de la Guardia Civil.
Despunta el alba cuando llega desde algún lugar del linde del bosque el ruido de un ligero forcejeo y voces que no podemos distinguir. Unos activistas se han adelantado hasta la garita del vigilante jurado y con artes marciales lo reducen y maniatan. Le arrebatan su pistola reglamentaria y la arrojan al tejado de la caseta.
Tras el aviso de vía libre, comienza la acción a la carrera. Son las 7.15 y los ocho solidarios descienden hasta el contrafuerte en el que se asientan las estructuras que soportan los cables para el transporte de hormigón sobre la presa. Las sirgas cuelgan de lado a lado sobre el vaso del futuro embalse a modo de inmensa tirolina y soportan una tensión desmesurada.
Son seis cables-grúa de acero en espiral de 6,25 cm. de grosor y 800 metros de longitud, y aguantan cargas de hasta 140 toneladas. Conocidos técnicamente como blondines, desplazan cada día 4.200 metros cúbicos de hormigón en carretones. Sin ellos es imposible rellenar de cemento los 122 metros de altura de la presa. Son, en definitiva, «el corazón» de la obra del embalse.
Los ocho solidarios cubren ahora sus ojos con gafas de obra para protegerse de lo que todavía es una incógnita: cómo reaccionarán los cables ante la sierra. Encaramados en los contrafuertes y por parejas, empiezan a aplicar las rotaflex sobre las sirgas en medio de un ruido ensordecedor. En dos minutos comienzan a desplomarse los cables cercenados, que rasgan las primeras luces del día con chispas y estelas de llamas por la grasa que los cubre. Llegan también los ecos de los materiales derrumbados sobre el fondo vacío del pantano.
El ruido, las llamaradas y la velocidad de los acontecimientos provocan una sensación de caos; sin embargo, en poco más de tres minutos, los solidarios han cortado ya las seis sirgas y comparten gestos de euforia. Los periodistas se retiran hacia un talud para poner a salvo el material grabado hasta el momento y observar. Toca esperar. Todos intuyen que lo peor está por venir.
El estruendo ha llegado también abajo. Ha despertado a los acampados en Itoitz y ha activado al resto de vigilantes de la obra. Desde algún lugar, otros solidarios siguen los detalles y graban las conversaciones por radio de los vigilantes:
– ¡Están tirando cohetes desde arriba!
(...)
– ¿Son cohetes buenos o malos?
– Ya va la PGC [Guardia Civil] para allá.
(...)
– ¡Han cortado los cables arriba, macho...!
– ¡¿Que están cortando los cables?!
(...)
– ¡Madre mía! ¿Los gordos gordos?
– ¡¡¡Ha caído todo, todo, todo...!!!
– ¡La madre que me parió, la que han preparado! Pues eso tardan la hostia en cortarlo...
– La que han preparado, macho... ¡Joder!
Los ocho solidarios, ya detenidos y en el suelo, ante los primeros jurados y guardias civiles en llegar. Última imagen captada antes de comenzar los malos tratos.
Paliza al amanecer. Tras cortar los cables, los ocho solidarios se deshacen de las capuchas y gafas y se disponen en hilera en el alto del contrafuerte de cemento. Esperan a cara descubierta en un lugar visible. A sus pies, las sierras todavía en marcha pero en punto muerto.
Inmediatamente aparece por la calzada de servicio el primer vehículo de los guardas jurados. Los vigilantes de uniforme negro se muestran excitados y furiosos por la humillación. Uno de ellos llega a desenfundar su pistola durante unos momentos. Desde unos metros más abajo, insultan, amenazan y ordenan bajar a los solidarios, que aceleran sus máquinas para hacer ruido de modo disuasorio ante la violencia que se vaticina.
De su garita del monte desciende también el vigilante que había sido neutralizado. Aparenta estar desconcertado y en uno de los vaivenes tropieza con una de las cuerdas todavía enredada en sus pies, cae de bruces contra el suelo y se daña la nariz y cara.
Al percibir la llegada de la Guardia Civil, los solidarios levantan sus brazos en señal de que no opondrán resistencia ni ánimo de huir. Se responsabilizan de la acción y no lo ocultan ni esquivan. Mientras el primer guardia desciende de su vehículo con un fusil con bocacha, un jurado amenaza a gritos y con su porra a los solidarios, que acceden a la orden de descender e ir tumbándose en el suelo. Los siguientes guardias civiles en llegar hacen un amago de frenar la ira de los vigilantes privados durante unos momentos. Los periodistas deciden descender a la calzada de servicio e identificarse.
Mientras los jurados ordenan tumbarse boca abajo a los solidarios, los guardias intentan hacer lo mismo con los informadores. Las explicaciones también con las manos en alto no sirven de mucho ante el imperativo a gritos, agarrones y amenazas. Acaban también en el suelo, boca abajo. Alcanzan a ver los primeros malos tratos a los detenidos, pero los uniformados los voltean en dirección contraria para que no vean lo que ocurre. Y lo que ocurre es grave.
Son los momentos más tensos de la jornada. Los ocho solidarios ya están reducidos en el suelo y esposados a la espalda. Al griterío desaforado de jurados y guardias, se suman las llamadas de radio, los insultos y los golpes. Comenzamos a oír los alaridos de dolor por las patadas en la cabeza y el cuerpo, los tirones de pelo, los pisotones en los dedos, los golpes en los testículos, los porrazos en las espaldas... por parte de los guardas jurados ante la vista y permisividad de los guardias civiles que han accedido al lugar. A los gritos como «no vais a salir de aquí con vida», les suceden los interrogatorios sobre la pistola ‘desaparecida’; y las amenazas de muerte por lo ocurrido a su compañero de la garita.
La rabia se vuelve también hacia los periodistas. Jurados y guardias se ceban ahora con ellos y, entre amenazas y patadas a las cámaras, ordenan entregar todo el material gráfico. Los insultos «hijoputas» o «prensa de mierda» se cruzan con advertencias como «ya caeréis vosotros también» o insinuaciones sobre «la bañera». La violenta confusión reinante permite que uno de los carretes de fotos se despiste de la requisa y acabe oculto en una ropa interior. Allí está la última foto tomada de los solidarios ya detenidos en el suelo.
Tras más de media hora en estas condiciones, los guardias civiles se hacen finalmente con el control de la situación y conducen detenidos a los solidarios y los periodistas hasta el cuartel de Agoitz. Allá, los solidarios permanecen esposados y de pie contra la pared en la entrada del recinto, soportando nuevas agresiones verbales de los vigilantes privados. Uno de los activistas detenidos precisa ayuda para caminar como consecuencia de la paliza recibida en la zona de la presa; otro tiene un tímpano reventado.
Tras confirmar la requisa de todo el material gráfico encontrado, los agentes devuelven los equipos dañados a los informadores, que quedan en libertad a las 10.00 de la mañana.
«Una catástrofe». A media mañana, el eco de la acción de los Solidari@s con Itoitz se ha extendido más allá de los límites del pantano. La noticia circula ya por los medios de comunicación vascos y estatales, sembrando una mezcla de conmoción y euforia. Son las autoridades navarras las que muestran mayor frustración ante la perspectiva de paralización del pantano. El presidente del gobierno autónomo tripartito (PSN, CDN y EA), Javier Otano, anuncia mediante una nota de prensa que la interrupción de los trabajos se prolongará «durante meses». Fuentes del gobierno de Madrid ya vaticinan que, en caso de reanudarse las obras, deberán fabricarse nuevos cables en Inglaterra y su instalación podría demorarse hasta nueve meses.
El delegado del Gobierno español en Nafarroa, César Milano, se desplaza a la zona para comprobar in situ la magnitud del sabotaje y adelanta que los perjuicios podrían alcanzar los 400 o 500 millones de pesetas de entonces (entre 2,5 y 3 millones de euros). Y no oculta su desolación: «Es una catástrofe».
Por su parte, el colectivo Solidari@s con Itoitz emite otra nota por la que denuncia la obstinación de gobiernos y empresas constructoras en proseguir con un proyecto ilegal e impopular, y asumen la decisión de «comenzar a desmantelar las obras y plantar cara a la desfachatez, la mentira, el abuso y la insolencia». Y resumen la razón de su acción: «Es por algo llamado dignidad humana».
Recibimiento en la puerta de la cárcel de Iruñea a los ocho autores de la acción tras su puesta en libertad condicional en junio de 1996. En la imagen, Txomin Yubero.
Ocho horas en un furgón. Pero la jornada no ha concluido y la tensión continúa ahora en Agoitz. Efectivos de la Policía Judicial desplazados desde Iruñea se hacen cargo de las diligencias abiertas contra los ocho solidarios, que son trasladados al Juzgado de Primera Instancia de Agoitz para declarar. Para entonces han trascendido ya sus identidades. Son Iñaki García Koch, Urko Hernández, Julio Villanueva, Peio Lusarreta, Iñaki Erbiti, Txomin Yubero, Iñaki Trepiana e Ibai Ederra.
Ante la jueza, los ocho detenidos se niegan a declarar en castellano y anuncian que solo lo harán en euskara, pero no hay nadie disponible ese día en toda Nafarroa para ejercer las tareas de traducción.
Con el pretexto de los trámites, la Guardia Civil mantiene a los ecologistas esposados y encerrados en las jaulas de un furgón metálico durante cerca de ocho horas, a pleno sol, sin suministrarles agua ni comida. Sí pueden percibir, en cambio, los gritos de ánimo que les hacen llegar desde las cercanías las decenas de personas acampadas en Itoitz que se han congregado tras el abultado cordón policial para expresarles su solidaridad.
A las 19.00 horas, los ecologistas son trasladados a la cárcel de Iruñea, a la espera de su nueva comparecencia ante el juzgado tres días más tarde.
La onda expansiva de la “Operación Betizu” ha extendido ya una cierta sensación de éxito y alivio en algunos sectores de la sociedad vasca. Se suceden celebraciones espontáneas y muestras de apoyo y de admiración por la audacia de los solidarios, que incluso alcanzan un día más tarde a la celebración del Aberri Eguna en Hendaia e Irun, donde triunfan dos consignas voceadas por miles de personas en tono festivo: «Riau-riau, el cable se ha cortau» o «Tturrukuttukuttuku Itoitz ez ikutu, ttarrakattakattaka kableak moztu dira».