APR. 11 2021 PANORAMIKA Borrar la línea Iker Fidalgo En muchos contextos el arte contemporáneo sigue siendo entendido como un mundo perteneciente a la alta cultura. Aquellas maneras de creación cultural que remiten a una serie de entornos de una supuesta sofisticación solo alcanzable para unos pocos. A esta idea le favorecen todos los discursos elitistas que construyen desde un ensimismamiento basado en valores mercantiles o en tendencias pasajeras. Concebir la cultura como elementos únicos creados por momentos geniales y de inspiración, perpetúan una serie de esquemas que ahondan en la diferencia social. Además, parece negar cualquier relación viable de lo artístico con el hecho terrenal y cotidiano, desactivando así cualquier posible potencia política sobre nuestras vidas. Frente a esto, el concepto cultura de masas ha sido utilizado como todos aquellos productos culturales capaces de ser consumidos sin aparente necesidad de conocimiento previo. De fácil digestión y sin limitaciones a la hora de expandirse y ser compartida por todos los canales que encuentre a su alcance. Sin embargo, el arte también ha sabido aferrarse a estos lugares y ubicar su perspectiva dentro de ellos. Ha tenido la capacidad de entender los espacios fronterizos, emborronándolos y rehaciéndolos como si esa muga entre la alta cultura y la cultura de masas fuera apenas una línea marcada sobre la arena. La producción artística ha entendido que los códigos y los lenguajes son espacios de oportunidad y no de diferenciación. Esto propicia que muchas herramientas sean asumidas y utilizadas para conectar con otros públicos, emitir otros discursos y crear nuevos lugares de encuentro. Si la imagen nunca es inocente, tampoco lo es nuestra mirada. Y ante cada nuevo estímulo se activa nuestra experiencia visual y nuestra herencia. Como una suerte de mecanismo que va añadiendo piezas conforme vamos adquiriendo vivencias. A fin de cuentas, uno de los papeles más importantes de la cultura es ayudarnos a crear una visión crítica sobre todo lo establecido. Gracias a esto entenderemos cuáles son los caminos necesarios para seguir configurando una realidad que queramos habitar. Edu López (Donostia, 1965) es el protagonista de la exposición que se inauguró a mediados de marzo en la galería Espacio Marzana de Bilbo con el título “Flop”. Hasta el próximo 30 de abril podremos disfrutar de la nueva muestra de quien fuera premio Gure Artea en el año 1998. López nos presenta una serie de cuadros cuya disposición en sala desdibuja cualquier convencionalismo museográfico habitual. Nos permite entrar en lenguajes instalativos y pictóricos a la vez, haciéndonos cómplices de una producción compulsiva que nos lleva de un lado a otro. Piezas de diversos tamaños que abarcan desde cuadros de gran formato a pequeños dibujos montados sobre cartón pluma. En ellos, imágenes que nos hablan desde el cómic más reconocible a cuadros de trazo acuoso, plagado de texturas, matices y pigmento. A pesar del aparente hórror vacui, todo acaba siendo una propuesta organizada de manera armónica y equilibrada. Pequeñas ventanas a una experiencia fragmentada que se va completando según vamos observándolas en su conjunto. La Sala Jovellanos del Centro Cultural Montehermoso de Gasteiz vuelve a ser el escenario para la puesta en marcha de la colaboración anual del centro con la Facultad de Bellas Artes de la UPV-EHU. En esta ocasión Jugatx Astorkia (Berriz, 1992) nos presenta hasta el 18 de abril el proyecto “IMPR PANT”. La muestra funciona como una instalación que habita el espacio cuadrado de la sala. El motivo principal de la misma es introducirnos en los procesos más mecánicos de la construcción de imagen. Despegar las capas que componen los fenómenos de captación de luz, revelado y codificación, para acabar en un proceso casi cercano a la abstracción plástica.