Igor Fernández
PSICOLOGÍA

Al otro lado

El rencor puede ser uno de los sentimientos más insidiosos que puede experimentar una persona. Compuesto de múltiples sentimientos en los que se podría descomponer, el rencor se vive con una tensión similar a la de un atleta esperando el pistoletazo de salida. La acción hacia fuera que se derivaría de dar rienda suelta al rencor, en la mayoría de los casos se ha puesto en suspenso, se ha congelado, pero sigue manteniendo su energía potencial en la mente. Independientemente de por qué no se pudo hacer lo que uno o una quería para restablecer el equilibrio, quien siente rencor no ha renunciado a cerrar el asunto en cuestión, incluso aunque este hubiera tenido lugar en un tiempo y espacio lejanos.

Habitualmente, este sentimiento surge casi inevitablemente después de llegar a la conclusión de que algo importante se nos ha arrebatado, con mayor o menor beligerancia, y que, en aquel momento, no hubo manera de evitarlo, por lo que a la sensación de usurpación se suma la de impotencia. Y hablamos de conclusión porque, en cierto modo, tuvo que haber una cierta repetición de estas dinámicas hasta que se obtiene un patrón: en esta relación, en este tema, se me ha arrebatado algo importante y no he podido evitarlo. Esta impotencia, normalmente llevaría espontáneamente a la tristeza al comprobar que, de facto, después de muchos intentos, aquello se perdió definitivamente. Sin embargo, en lugar de sentirla, esta se puentea, y la manera de hacerlo es crear, inventarnos un espacio de oportunidad; un escenario virtual en el que uno o una tiene, de nuevo, la oportunidad que en la vida real no se dio: restaurar la pérdida, hacer el impacto deseado y, quizá, no solo no perder aquello, sino recuperarlo por los propios medios, e incluso, recibir algún tipo de reconocimiento, o disculpas.

Suelen decir que el rencor solo hace daño a quien lo siente porque, a menudo, toda la energía puesta en desarrollar estas escenas en la mente, se retira de alguna acción real. Puede que no sea posible, que cualquier acción hoy esté fuera de lugar, o incluso que los interlocutores reales ya no existan, sin embargo, la necesidad de cerrar el círculo, de restauración, permanece para estas personas. Como si pertenecientes a fantasmas se tratara, las voces de entonces se vuelven a escuchar, pidiendo terminar lo que se empezó.

La experiencia de la necesidad, y la imposibilidad al mismo tiempo, genera una contradicción interna que se trata de atajar poniendo en marcha la maquinaria, dándole vueltas a la cabeza, pero este proceso, como cualquier otro, genera residuos. En este caso, la irritabilidad con quien no tiene nada que ver con la antigua afrenta –pero se asemeja–, la amargura que cierra la puerta a otros sentimientos, y la tensión muscular. Es curioso porque, a pesar de ser sensaciones desagradables y de generar multitud de problemas al interferir con la vida, esto debe de ser mejor que sentir plenamente la pérdida, la humillación, o la agresión que nos dejó en falta, la derrota. Incluso aquellas personas que finalmente pueden resarcirse, impactar con su rencor a la persona con quien se originó, sienten a renglón seguido un vacío enorme, finalmente, ni más ni menos que el vacío de aquella pérdida real que no se puede y nunca se pudo restaurar.

Si nos paramos a pensar, el rencor nos remite al pasado, es más llevadero, evita sentir muchas cosas desagradables y nos da la ilusión de tener potencia, pero no puede, de hecho, cambiar el pasado. Y, a pesar de saberlo, es tan humano no querer soltar aquello que fue valioso… Sin embargo, del otro lado, también espera la oportunidad, la de caminar ligeros, ligeras.