Amaia Ereñaga
Erredaktorea, kulturan espezializatua
Interview
Darío Urzay

«Aquí ha habido mucha gente del arte que ha salido nítida en la foto, pero yo no, porque me he movido demasiado»

Fotografías: Conny Beyreuther
Fotografías: Conny Beyreuther

Desde fuera, el estudio no parece muy grande: una bajera en Sarriko, en una zona residencial de nueva factura. Dentro, ya es otra cosa. Cuando Darío Urzay (Bilbo, 1958) aparece con aire de estar pensando en lo suyo y una mascarilla con su “sello”, que puede reproducir tanto un universo como un virus bajo el microscopio. Eso es lo mismo que ha hecho ahora para el museo Puskhin de Moscú, para el proyecto online “100 Maneras de vivir un minuto”, en el que han participado videoartistas de todo el mundo. Llega y nos abre la puerta a las tripas de la creación según Urzay. Siempre de pie –«en el estudio nunca me siento»–, hacemos un viaje de una estancia a otra, de un suelo repleto de manchas de pintura a un taller de carpintería, del 3D a estructuras que cubren paredes a modo de gran bastidor, de esta Euskal Herria pandémica al Nueva York de los 90. Todo a través de la obra de este contador de historias con el que vamos enlazando anécdotas, dejándonos llevar de una estancia a otra. Esto, más que una entrevista, es una crónica-resumen de la mañana que pasamos con Darío Urzay, al que, por fin, se le ha reconocido con el Gure Artea 2021 una trayectoria de más de cuarenta años de ámbito internacional, con una obra que forma parte de los fondos de los mejores museos. Aunque para la opinión pública sea más famoso, mucho, por su polémica camiseta para el Athletic.

Por fuera, parece la entrada de un garaje. Estaba dudando de que dentro hubiera un estudio.

Ven, salgamos fuera un poco. Esto fue cosa del destino: está, por un lado, el nombre de la calle (un pintor del siglo XIX) y, lo que se ve detrás, es la escuela de Económicas; en su día, la Facultad de Bellas Artes. Yo estudié ahí cinco años y di clases otros cuatro, más otro en Leioa. Esa ventana que ves era mi clase de dibujo. La particularidad es que un día me mandaron un mensaje de un almacén de fotografía que hay en Bolueta, en el que me decían que el representante de Hasselblad [marca de cámaras fotográficas] venía a enseñar el último modelo. Pero se retrasó y decidí salir a la calle a fumar. Entonces fumaba como un carretero. En una columna había un anuncio de ‘Se vende estudio en Bolueta’. Tenía hora y media de espera, por lo que llamé. Entonces tenía un estudio alquilado en la avenida Mazarredo, pero pagaba un dineral y era un edificio industrial que no era muy alto, no llegaba a los tres metros dentro. El estudio de Bolueta era muy oscuro, pero me quedé con la cosa. Estuvimos con el representante de Hasselblad y a la noche, al llegar a casa, me pongo a buscar y aparece un anuncio estupendo, con 200 y pico metros cuadrados en Sarriko. Me extrañó: «Qué cosa más rara, en Sarriko», pensé. Llamé a la inmobiliaria, y me lo enseñó: era como la cueva del lobo, porque antes fue un almacén de embutidos. Había un secador de jamones en la parte trasera y todo estaba cerrado, sin luz, pero se podía abrir con permiso de la comunidad. Tenía las características de un edificio industrial, pero estando en la ciudad. Y la de la inmobiliaria me dice que le gusta mucho el arte, sobre todo la fotografía, «porque mi marido es el representante de Hasselblad». Se me pusieron los pelos como escarpias.

¡Una señal! ¿Pero cree en las señales?

En otras cosas no, pero en las señales del destino o percepciones telepáticas o en las intuiciones, sí. En el 93 o 94, yo tenía una novia sueca, Cecilia Anderson, en Nueva York... [y se dispara con otras nuevas historias, divertidas y extrañas, “marca de la casa”].

Un viaje al pasado: Nueva York, un bastidor y lo que hay detrás de las cortinas. Según el jurado del premio Gure Artea de artes plásticas y visuales, Darío Urzay «encarna como pocos al pintor de la época que le ha tocado vivir». Excepto por lo de circunscribir lo suyo a una disciplina –es un artista plástico que ha trabajado y experimentado con fotografía, videocreación... con todo, hasta el diseño–, la afirmación encierra una gran verdad. Sobre todo, al conocerlo en persona... o por su cuenta de Instagram, su último “experimento”, que va nutriendo con las imágenes con el objetivo de que las nuevas generaciones le conozcan. Como si fuera una biografía online, aunque por libre. Una línea de vida que está muy relacionada a la de grandes amigos como los también artistas Pello Irazu o Txomin Badiola, y donde aparecen nombres de aquel Nueva York de los 90 como los del pintor y cineasta Julian Schnabel y su mujer Olatz López Garmendia, a la que conquistó con una exposición de cuadros donde estaba escrito solo «Olatz»; o Alejandro Garmendia, el artista de historia trágica con el que tomaba vinos en El Quijote debajo del icónico hotel Chelsea; o la mecenas Delfina Entrecanales, o la artista Ángela de la Cruz, que «era como de Almodóvar: salía de farra y me contaba sus aventuras cuando volvía a las siete de la mañana»...

Su nombre había sonado para el premio Gure Artea varias veces, pero hasta este año, nada. Recibió un Gure Artea al principio de su carrera, en 1983, y ahora otro, casi cuarenta años más tarde. ¿Ha sido como cerrar un ciclo?

No solo eso. Hace dos años estuve nominado por dos personas del jurado, y mira quién salió elegida. Compara trayectorias y mira a ver quiénes eran los miembros del jurado, pero no hubo manera. Eso fue tela marinera, ¡me agarré un cabreo! Por eso, mi última exposición de Bilbao en solitario [“Darío Urzay. New York 1990”, galería Michel Mejuto] fue con obras de Nueva York de los 90. Esa exposición la hago por el cabreo que me había pillado, para decir: “En 1990 yo ya hice esto y más”. Fue como para haberlo recurrido con un abogado y haberlo ganado. Mirando las bases, estas dicen que se valorarán, para la trayectoria, las exposiciones internacionales, las obras en instituciones, las publicaciones y no sé qué. Coges los curriculums de ambos y no hay comparación. En política, se hubiera montado un pollo de cojones; en el arte y con los artistas, da igual.

Cuando me dieron el Gure Artea una de las cosas que dije es que yo siempre me he notado un poco desenfocado, porque me he movido demasiado y nunca he salido nítido en la foto. Aquí ha habido mucha gente que ha salido muy nítida por ser locales, pero yo no, me he movido demasiado… Hacía una exposición en Madrid, pero luego la hacía en París y después en Oslo. Pero desde mi anterior exposición han pasado cuatro años y el que no te ha seguido, al cabo de cuatro años, se dice, ¿y este tío? Creo que he sido poco profesional y gran amateur, en ese sentido. He sido un amante del arte, pero poco profesional, porque las relaciones políticas no me han interesado. Yo he sido más visceral, y eso quizás me ha hecho no estar mejor situado en el mundo del arte.

¿Qué es lo que le empujó, teniendo plaza de profesor en la facultad, a irse en 1987 a Londres y luego a Nueva York?

Yo quería vivir de mi trabajo, algo que no era muy habitual aquí. Muy pocos se dedicaban a ello, sí algunos como Chillida, Ibarrola u Ameztoy, pero, en general, los que estudiaban Bellas Artes se dedicaban a buscar un sueldo fijo. Pero yo decidí jugármela. Me marché a Londres con la beca que me dio Delfina Entrecanales [famosa mecenas y madrina de artistas internacionales; de los artistas vascos, amadrinó a Urzay y a Txomin Badiola], que iba a montar una fundación que ahora es superfamosa [Delfina Foundation]. Txomin vio la oportunidad , le dije que se lo diría a la señora, y esta me dijo: «Si lo digo yo, salís seguro». Y así fue. Estuvimos un año en Londres y fue todo un cambio vivir allí.

Finales de lo 80, una época dura.

El 87, sí era muy duro. Después de un año en Londres, que me separé y todo, pedí una beca del Gobierno Vasco para Nueva York y me fui para un año, que se prolongó y fueron cinco. Volví a Bilbao otros dos años, porque tuve un pequeño problema de inmigración, y luego regresé a Nueva York. En Bilbao era justo cuando empieza a hacerse el Guggenheim y me encargaron una obra, que me vino muy bien porque vi crecer al museo, porque yo vivo muy cerca. Lo veía todos los días, lo olía.

¿No sería uno de los que estaba en contra del Guggenheim de Bilbo? Oteiza era uno de ellos.

Todo eso me pilló fuera. Yo estaba solo en el estudio –con Txomin estuve un año, pero luego cada uno se fue por su lado, porque nos íbamos a sacar los ojos– porque había encontrado uno en el Soho y, en unos almacenes que estaban a la vuelta de la esquina, habían montado el Guggenheim del Soho. Yo lo veía y me decía: «¡En Bilbao, qué van a montar eso!». Sabía que iban a exponer a artistas vascos, pero yo pensaba que a mí no. Cuando en una exposición que tuve en la galería Windsor, Nancy Spector, que era el curador de entonces, vio una obra mía que le entusiasmó. Ella era la que decidía qué artistas iban a entrar en la primera tacada, y me mete a mí. Una sorpresa total. González de Durana me dijo: «Queremos que hagas una obra museable» y yo, como soy de Bilbao, dije: «No voy a hacer una, voy a hacer dos». Empezó siendo un tríptico de 1,5x3 metros pero se fue ampliando, porque yo quería una panorámica como de cine. Y me salió de 8,5 metros. Me dije: «Esto no me lo cogen ni de coña. Lo que se me ocurre es que les diga que son dos a elegir. Me la voy a jugar». Hice una azul y otra naranja muy espectaculares. Vino la mano derecha de Thomas Krens, Lisa Denison, con sus tacones, tacatá. Al verlo hizo un gesto, y no dijo nada [‘En una (Microverso I) fracción’, fue adquirida en 1997 por el museo. Urzay donó la ‘gemela’ al Guggenheim en 2013]. Yo siempre he seguido a mis obras. Las he seguido cuando he ido a exposiciones, y las he seguido cuando las he ido creando, porque no les obligo a ser de una forma, sino que ellas me iban diciendo cómo tenían que ser.

Sobre la pared de la parte de atrás, en el propio estudio, hay un bastidor gigante. En el suelo, restos de pintura, algunos cuadros pequeños. ¿Esto es en lo que está trabajando ahora?

Después de que se me inundara el estudio [en enero de 2020], me digo: «Tengo que cambiar de forma de pintar». Yo he pintado en el suelo los últimos veinte años, pero hay una señal que me está diciendo que algo tengo que cambiar. Los cuadros pesan mucho, por los materiales que utilizo, y yo ya tengo 62 años. Hay que simplificar e ir a algo más tradicional. Ahora voy a empezar como un estudiante de Bellas Artes, desde cero. Utilizo el suelo para empezar los cuadros, pero luego, para la vertical, me invento este sistema de caballetes y me pongo a construirlo. Pero llegó el confinamiento y no podía venir. Además, mi mujer es médico de cuidados intensivos en Cruces, imagínate lo que hemos vivido en casa: yo con los dos críos pequeños, con lo del colegio que tenía que estar encima… Fue un desgaste terrible. Luego, la situación personal, porque se habla mucho de sanitarios, pero ¿y toda la gente que vive con los sanitarios? Hubo quienes decidieron quedarse en un hotel, pero otros asumimos un riesgo y dijimos: «Vamos a seguir abrazándonos, besándonos y que sea lo que dios quiera». Por eso, de repente, con toda esta historia del covid, quiero volver a pintar tradicional. Quiero pintar óleo sobre lienzo, a ver qué soy capaz de hacer y ser contemporáneo, tanto como el que haga vídeo e instalaciones. Es tela: figúrate la de miles de años de historia que tiene la pintura. Esto son fondos, solo está empezado. Pero intuyo por dónde quiero ir.

Este bastidor llena toda la pared. Al lado, una especie de red gigante [para que la resina de los cuadros no se ensucie, porque necesita unas 7-8 horas para secarse]. Es verdad, como decía Txomin Badiola, que es un inventor.

Es un sistema de sujeción de cuadros en la pared, una especie de bastidor. Iñaki Gracenea el otro día me dijo que parecía un pentagrama. Es un remake de aquel que hice en Nueva York, cuando compartía estudio con Txomin. Tengo el túnel carpiano de la mano descojonado, me han infiltrado tres dedos y si quiero hacer un trazo grande o un barrido, lo hago así [coge el bastidor y hace un movimiento envolvente, como si bailara]. Puedo meter una brocha grande, dos o tres, y no necesito estar con la mano forzada. Fíjate, yo todo lo que he hecho en mi vida tiene sentido. Hay mucha gente, incluso críticos, que se inventan cómo yo hago las cosas. La gente es muy formalista, y sigue predominando mucho la noción de estilo. Entonces, formalmente tienes que tener un estilo. Si eres un pintor realista, déjate de ostias: tienes que pintar realista toda tu vida. Yo empecé pintando muy realista, pero era porque tenía la necesidad de pintar de esa forma en ese momento. En Londres hay un gran cambio en mi trayectoria, y Nueva York fue el resultado de lo que había empezado en Londres. A mí lo que me interesa, y Jackson Pollock es el paradigma de ello, es la noción de performance del artista: lo que queda en el lienzo es el registro de la huella del artista, la firma. Pero me dije: eso en realidad es un modelo, entonces se me ocurre hacer gestos en lienzos, gestos no repetidos. Puedes coger un gesto y repetirlo, pero yo no, quería hacer gestos que fueran espontáneos y que expresan un modelo a la vez. ¿Cómo conseguir eso? Haciendo un artilugio que te haga dos, tres o cuatro gestos simultáneos y que yo además –si te fijas, los cuadros son grandes–, voy pintando, y no veo lo que estoy haciendo. Lo único que sabe mi cuerpo es cómo se mueve en el espacio. Es lo que yo hago con el brazo en el espacio y, al mismo tiempo, utilizo la fotografía.

Es como en la serie de fotografías de la catedral de Burgos. Las vi en Instagram. Son imágenes de movimiento de un lugar totalmente estático.

Claro, yo cogía la cámara con la mano, ponía un segundo de exposición y hacía un movimiento en el aire durante dos segundos. Para la paleta de pintor, qué mejor que una catedral gótica, que tiene los rosetas, esa luz… Aunque ponía “Prohibido hacer fotografías”, yo iba y las sacaba, y los que cuidaban aquello me dejaban porque pensaban que estaba tarado. Usaba una Hasselbalt antigua, de las que se mira por arriba, y luego una Canon. Me hacía gracia, porque yo nací el día de Santa Lucía, el 13 de diciembre. Tàpies también nació ese día, aunque hay 36 años de diferencia, y Santa Lucía se representa con los ojos en la mano. Dijeron que «son fotos que hasta un ciego puede hacer», porque los ojos están en la mano. Era como una especie de guiño. Hice también esta serie ante el televisor, en Nueva York, cuando empezó la primera Guerra del Golfo, con una polaroid. Y me doy cuenta de que, como el televisor parpadea, aparecen como multiplicadas las imágenes, como fotogramas. Son las series “camarastrokes”.

La pandemia nos ha cambiado a todos, ¿también en la forma de trabajar? ¿Por dónde se empieza, por una intuición, por una idea?

Empiezo desde cero, con los bastidores. Necesito el soporte, porque la pintura es el rastro de los seres humanos en un soporte. En las cuevas, lo primero que inventaron era hacer la O con el canuto, que era un tubo en el que soplas y hace puntitos; luego esto se sofistica y se hace con la mano, y luego llega la sofisticación total, que es ponerle pelos a un palo.

La «fama» por el deporte: El Athletic, el Tour y otros aventuras deportivas. Las tripas de un ordenador en el suelo, un maniquí con la famosa camiseta del Athletic –aquella a la que llamaron de ketchup, cuando, en realidad, son venas rojas–, un diseño de un body para correr... y un maillot de ciclismo color carne, con la marca de un pie. ¿Pero es que tiene Darío Urzay una línea deportiva? El maillot tiene su historia porque, nos enseña las imágenes de los ciclistas en el móvil, fue utilizado en 2011 por el equipo Footon-Servetto (antes Saunier Duval y ahora UAE Team Emirates) en el Tour, el Giro y la Vuelta a España. «Es un color raro para el ciclismo –reconoce–, yo lo hice en 3D con un tono dorado y brillante, de modo que hubiera esa ambigüedad entre el tono del cuerpo y un dorado medio viejo. No consiguieron la tela e hicieron lo que les salió de las narices. Era muy extraño, porque la gente decía que parecía que los ciclistas iban desnudos. Joxean Fernández “Matxin” [director deportivo] me dijo: “¿Podrías hacernos algo raro?”. Y le hice este pie, que es el mío. Me hacía mucha gracia, después de comer, sentarme en el sillón y ver mi pie correr por Francia».

Pero, sin duda, el «culmen» de la historia mediática de este artista fue la camiseta del Athletic. Una historia rocambolesca, de esas que se dan solo alrededor del fútbol y que Darío Urzay nos cuenta con detalle. La “semilla” fue un logo para el equipo, que no cristalizó en 2002, y del que surgió en 3D el diseño de la camiseta. «Pero solo tendría sentido para jugar en Europa, no para la Liga –explica–. Así se quedó la cosa. Pasan dos años y el Athletic se va a clasificar para la UEFA, después de estar cuatro años sin jugar una competición internacional, sin ningún fichaje… un equipo anodino totalmente. Y digo: ¿Cómo le hago llegar esto al Athletic? Yo vivo en Mazarredo, al lado Athletic, pero entre un portal y otro hay una distancia abismal». Aunque parezca mentira, la “conexión” llegó a través de un directivo de un periódico donostiarra que, por casualidad, se lo comenta al equipo bilbaino. «Pasa una semana y suena el teléfono de casa, y me dicen: ‘Soy Kepa Junkera. Estoy haciendo un disco para el Athletic y podría entrar lo tuyo. Ahora estoy en el club”. ‘¿Dónde vives’. ‘En la puerta de al lado’. Se lo enseño en el ordenador, lo ve y me dice: ‘Me parece acojonante. Me han dicho que lo transmita’. Era viernes a la mañana y a las dos de la tarde me llaman. No sé qué les contaría, pero me dice el Athletic que querría verlo el lunes».

Prepara corriendo las animaciones y el lunes: «La escena es de película, qué pena no tener fotos: llegan a casa con el presidente, que era Ignacio Ugartetxe, porque se había muerto Javier Uria; otro directivo del Athletic, Iribar y Kepa Junkera. Un gato gris que teníamos se sienta al lado de Iribar, fíjate el animal qué percepción tiene de que ese tío es importante. No va donde el directivo. Les pongo la animación, no dice ninguno nada. Me dice Ugartetxe: ‘¿Nos lo puedes volver a poner? ¿Me puedo llevar el dvd?’. Se hizo ver que esto era un encargo del Athletic, cuando era más sencillo que todo esto: es un tío que se le ocurre una idea, la hace llegar al club y les intenta convencer de que esto es interesante. ¿Y cómo les convence? ‘Soy un artista de Guggenheim y si esto se sale a un campo en Europa, van a relacionar Bilbao con el arte y el Guggenheim, y, muy importante, no le va a gustar al 99% de la gente en el mundo, pero le va a gustar al 1%. Hagan números: ¿cuánto es el 1% de la gente que le gusta el fútbol en el mundo? Es la hostia. Yo les aseguro a ustedes que van a facturar unos 300 millones de pesetas como poco con esto’».

De la alegría al mazazo. El 14 de junio se presenta la camiseta en el Museo de Bellas Artes y la noticia copa portadas e informativos. «Hubo una gran manipulación, fue terrible –añade–. Las portadas hablaban de rompedoras y revolucionarias camisetas, parece que gustó. Pero al día siguiente, cambio. ‘As’: ‘El Athletic asesina a la tradición’. ‘Marca’: ‘Preguntamos a prestigiosos pintores de Bilbao y a todos les horroriza’. ¡Pintores de Bilbao, con una envidia!», explica. Lo peor fue la jugada de la nueva directiva, presidida por Fernando Lamikiz, porque el Athletic cambió radicalmente de postura e incluso dejó «olvidadas» las camisetas de Urzay en Bilbo para no utilizarlas en un partido de la UEFA en Turquía. Y lo que pasó fue que Urzay no lo perdonó, le quitó los derechos de la camiseta al equipo. Por cierto, se ha convertido en un icono, de esos preciados en internet.

¿Cuál fue la razón de la jugada? ¿Les dio miedo ir contra la opinión pública?

Por una parte, la parte más reaccionaria que puede haber en la sociedad vasca, que incluía a directivos y exdirectivos que querían mantener las esencias de tal y cual; por otra, la ignorancia, porque pensaban que las cosas no pueden ser de una manera y tienen que ser de otra, y también la política electoral, porque quería entrar como candidato José Alberto Pradera, el que fue diputado general. Yo tengo declaraciones suyas diciendo que la camiseta le había parecido patética, y al de algún tiempo le debieron decir algo porque cambió de opinión. Patético fue lo que él consiguió en los resultados. Entre la presentación de la camiseta y las elecciones pasó un mes, mes en el que tuve que dejar de ir en metro porque yo aparecía en los medios todos los días. Andoni Zubizarreta se portó de maravilla: me dijo que tenía que presentar la camiseta a los jugadores, que fuera en Suiza. Los periodistas deportivos dijeron: ‘Darío Urzay no convence a los jugadores’. Tuvo que salir un jugador para decir: ‘No ha venido aquí a convencernos’.