Una cuestión vital
El desempeño del arte pertenece a aquellas profesiones en las que lo vital y lo laboral forman parte de un mismo estrato. La necesidad de expresar, inherente a la especie humana, se une a un componente vocacional y asume lo artístico como forma de vida. Es por esto por lo que la creación parte de la subjetividad. Las vivencias conforman los elementos que acabarán por componer los procesos y sus resultados. La producción de arte es también una búsqueda. Una posibilidad de indagar en caminos tan íntimos como colectivos. La identidad, el lugar de pertenencia o los anhelos, son algunos de los ingredientes que salpican el trabajo en el estudio o en el taller. Después, la obra toma vida propia. En el momento en el que es expuesta o compartida, se expande sin control y es capaz de inspirar múltiples reacciones. En el fondo, el arte es una manera de relacionarnos. Utiliza lenguajes y códigos que interpretamos según nuestra manera de ver el mundo. A fin de cuentas, cada visita a una exposición es un diálogo entre su contenido y el público que acude. Con todo, no podemos olvidar que nada es absoluto. El arte contemporáneo, como toda manera de expresión, es siempre cambiante. Viven en un permanente estado de evolución que le ayuda a ser testigo y parte activa de aquello que sucede a su alrededor.
La Alhóndiga de Bilbo acoge hasta el próximo 26 de setiembre la exposición “Todos los conciertos, todas las noches, todo vacío”. La apuesta de verano del museo de la capital vizcaina recae entonces sobre los hombros de Ana Laura Aláez (Bilbo, 1957), cuya trayectoria encuentra una merecida mención en la ciudad que la vio nacer. El proyecto, comisariado por Bea Espejo, es una coproducción de la institución vasca junto con el Centro de Arte Dos de Mayo de Madrid (Ca2M), que consta de 47 piezas de las cuales 14 son inéditas. Aláez pertenece a una generación de artistas que se gesta en los años 80. Un contexto marcado por el desarrollo económico, años de convulsión política y búsqueda identitaria. A pesar de que el recorrido por su carrera es inevitable, la propuesta comisarial huye de una cronología retrospectiva y pretende crear relaciones, hilos y diálogos entre los trabajos presentados. La escultura y el lenguaje instalativo domina una puesta en escena dividida en cuatro grupos temáticos: “Objetos y extensiones abyectos”, “Excitación y vacío”, “Violencia y vulnerabilidad” y “Mito, sexualidad de mujer, ideología de camuflaje”. El textil pasa a ser un material de gran expresividad y aparece de manera recurrente en diferentes partes de la muestra. Existe una reivindicación de identidad en la propia imagen que proyectamos que nos ayuda a reivindicar nuestro propio camino. Desde una conciencia de género presente en todo su recorrido, la exposición da buena cuenta de un legado comprometido con su propio origen, cuyos lenguajes han influido en artistas de generaciones posteriores. A destacar la zona de documentación, en la que podemos acercarnos a procesos, maquetas y estudios previos, poniendo en valor la intimidad de lo inacabado y lo frágil.
La convocatoria “Tras la tormenta” dio lugar a la exposición “Soplo. Arnasketa Saiakerak” que, tal y como reseñamos en esta página, reunía a 25 artistas en cuatro sedes expositivas de Bilbo. Ahora, la sala Urazurrutia del centro BilbaoArte alberga hasta el próximo 27 de agosto, el resultado de la selección de los proyectos ganadores en una muestra colectiva. María Ibarretxe, Susana Talayero, Charo Garaigorta, Eduardo Sourrouille y Helena Goñi son los nombres cuyas producciones conforman este último paso del programa que comenzaba en el año 2020 y cuyo objetivo era apoyar al tejido artístico local durante la crisis causada por la situación pandémica.