La odisea del último tesoro de la República
Semanas antes de concluir la Guerra del 36, un armador de origen vasco, Marino Gamboa, compró en Londres un barco de nombre Vita por orden del Gobierno republicano. Su misión: trasladar a México un valioso cargamento que sirviera para ayudar a miles de exiliados. El viaje, capitaneado por el marino lekeitiarra José Ordorika, duró 42 días y estuvo repleto de incidentes por hacerse con su control.
De la tragedia de la Guerra del 36, y de cuarenta años de dictadura, emergen todavía capítulos sombríos que devanan los sesos de historiadores. Eso es lo que ocurre con la odisea del Vita, un barco de 62 metros de eslora adquirido a la desesperada por el gobierno de la II República a los británicos cuando la victoria fascista era ya inevitable. El objetivo no era otro que trasladar a México un cargamento compuesto por 200 maletas con oro y piezas valiosas confiscadas de las catedrales de Toledo y Tortosa, del Palacio Real de Madrid, Museo Arqueológico Nacional, la Casa de la Moneda, la Caja General de Reparaciones e, incluso, las últimas reservas de la Generalitat de Catalunya que Lluis Companys entregó en custodia al presidente de la República Manuel Azaña días antes de emprender su exilio. El yate, un velero de dos mástiles propulsado a diesel, soltó amarras el 4 de marzo de 1939 del puerto normando de Le Havre bajo el mando del experimentado capitán lekeitiarra José Ordorika y tras una travesía de 42 días asolada por tempestades atlánticas y contubernios internos, logró alcanzar la ensenada de Tampico. Aunque la luz de los investigadores ha comenzado a alumbrar registros y cartas manuscritas con órdenes expresas, algunas privadas, la odisea del Vita y la leyenda que acompañó a su cargamento revelan un paisaje subterráneo repleto de peligros en aquel sangriento periodo. Al menos dos rigurosas investigaciones han dejado al descubierto la pugna fratricida entre dos facciones del republicanismo, las maniobras del Gobierno Vasco para hacerse con su control y la codicia de los servicios secretos franquistas dispuestos a cualquier cosa para torpedear el traslado de aquel preciado botín.
El catedrático de Prehistoria de la Universidad de Barcelona, Francesc Gracia, y la profesora Gloria Munilla han dedicado años a rastrear datos y a recomponer documentos. En su libro “El tesoro del Vita. La protección y el expolio del patrimonio histórico-arqueológico durante la Guerra Civil” (Edicions de la Universitat de Barcelona, 2014), el barco se convierte en protagonista involuntario de una metódica reconstrucción sobre el accidentado viaje de aquello fondos a México, el último que el Gobierno republicano pudo arrebatar al fascismo. «Esto es una investigación histórica que explica hechos y que ha sido realizada sin ningún tipo de apriorismo partidista ni intención ideológica», recalca Francesc Gracia para zanjar cualquier lectura interesada de su libro. «Porque la herida de la Guerra Civil no está cerrada», subraya.
Arriba a la izquierda, Marino Gamboa, el armador de origen vasco que compró el Vita a los británicos; en el centro, telegrama enviado al PNV por el capitán del barco, el lekeitiarra José Ordorika –al que se puede ver a la derecha– anunciando la imposibilidad de cumplir las órdenes dictadas de poner el tesoro bajo su mando.
El libro, un nuevo hilo histórico en permanente revisión de casi 500 páginas, desenreda la lucha entre dos figuras republicanas marcadas por la guerra y sus excesos, Indalecio Prieto y Juan Negrín, a cuenta de un tesoro que terminó envenenando sus complejas relaciones personales. De aquella encarnizada pugna surgieron el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (Sere), dependiente del presidente del Gobierno de la II República; y la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (Jare) creada por el histórico dirigente socialista. Ambos rivalizaron fieramente hasta que uno de ellos logró hacerse con el control del cargamento. Es decir, Prieto y sus aliados. «Primero, el ministro de Hacienda de aquel momento, Martín Aspe, y, una vez perdida la guerra, la Diputación Permanente de las Cortes, que es quien recoge la representación del Estado republicano, confirieron a Prieto, en detrimento de Negrín, todos los poderes para disponer de aquellos recursos. Esa fue su legitimidad. También el presidente mexicano Lázaro Cárdenas, que jugó un papel decisivo para acoger a miles de refugiados, estuvo al corriente de toda la operación y optó por depositar su confianza en Indalecio Prieto», explica el historiador asturiano Octavio Cabezas, autor de la biografía más documentada escrita sobre uno de los dirigentes más controvertidos en la historia del PSOE (Ediciones Algaba, 2005) y que reserva un extenso capítulo al tesoro del Vita.
En cambio, para el derrotado en esta pugna, para Negrín, un científico de fama internacional y políglota, aquella desautorización supuso el derrumbe definitivo de su influencia política. Con un liderazgo puesto en solfa casi desde el comienzo de la guerra por su cercanía a la URSS, fue incapaz de trenzar alianzas para aplastar los cañones franquistas. Expulsado del PSOE en 1946, y rehabilitado 63 años después, acabó sus días en París devorado por la melancolía y llorado por un reducido grupo de seguidores. Sin embargo, como jefe del ejecutivo republicano planificó el inventario y evacuación de importantes colecciones de arte y joyas arqueológicas de incalculable valor para alejarlas de las manos de Franco, entre ellas el famoso “Oro de Moscú”, unas 500 toneladas de oro de las reservas del Banco de España cuyo valor monetario superaría los 12.000 millones de euros en la actualidad. Reunir el tesoro del Vita fue su último trabajo.
Juan Negrín e Indalecio Prieto, en un acto con el presidente republicano Manuel Azaña y el general José Miaja.
Maniobras del PNV. El botín se liquidó en 1942 por 5,3 millones de dólares, el equivalente a 79 millones de los actuales dólares, considerando la evolución de la inflación, el peso internacional de la divisa estadounidense y el coste de la vida, según cálculos de los investigadores. «Puede parecer hasta cierto punto exiguo si lo comparamos con el valor real de un conjunto histórico-artístico como era ese pero en aquel momento se trataba de una cantidad lo suficientemente elevada como para financiar a miles de personas que huyeron a México tras la guerra», añade el catedrático Francesc Gracia, un hombre de palabra medida que hoy continúa sumergido en su libro sobre el Vita que ya vislumbra la tercera edición. La batalla por administrar aquella fortuna, donde no faltaron astutas maniobras del PNV pese a que nada de la codiciada carga procedía de Euskal Herria, abrió una brecha desgarradora en el exilio que no se cerró hasta la conclusión de la dictadura. Según las indagaciones de Gracia, la última minuta proporcionada por la subasta que se hizo en su día de sus valiosas piezas, aproximadamente unos 800.000 dólares, fue empleada para financiar la campaña del PSOE Histórico de Rodolfo Llopis en las elecciones de 1976.
Portada del diario mexicano «El Universal» donde se anuncia el hallazgo de un tesoro en el lago del Nevado Toluca que pertenece al Vita.
La suerte del resto del cargamento es un enigma que se diluye en la memoria, el tiempo y una complicada trama que hubiera hecho las delicias de puntales de novelas de espionaje como John Le Carré. De hecho, el diario mexicano “El Universal” publicó en 1941 el hallazgo accidental en las lagunas del Nevado de Toluca, en el estado de México, de unas cajas de estaño con joyas y varios objetos de gran valor identificadas con el nombre de Monte Pío de Madrid, institución relacionada directamente con el cargamento del Vita. Las causas por las que esos bienes acabaron en el fondo de un lago sigue siendo un misterio insondable, aunque hay quien apunta a que se produjo tras un posible robo o el extravío de parte del tesoro.
No sólo fue eso. Algunos historiadores, como Gracia, hablan de favoritismos a la hora de conceder ayudas procedentes de las subastas de aquellos valiosos bienes, de apropiaciones indebidas, de repartos arbitrarios, compra de voluntades y una lucha encarnizada por dirigir un Estado que intentaba reorganizarse en el exilio. «Al término de la II Guerra Mundial, el gobierno presidido por José Giral pidió a Prieto y Negrín que rindieran cuentas sobre los fondos del Vita, algo que ambos, fundamentalmente Prieto, se negaron a hacer si antes el ejecutivo no avalaba políticamente su gestión de los fondos. Al no facilitar las liquidaciones del botín nunca sabremos con precisión ni cuándo ni cómo ni en qué gastaron la mayor parte del dinero», explica el historiador catalán. Y añade una valoración personal: «La del Vita es una gran sombra en el comportamiento de los dirigentes republicanos asentados en México». Algo que no comparte otro historiador de prestigio como Octavio Cabezas que durante años siguió la pista a archivos, cartas y registros con fino olfato detectivesco pero que no logró desentrañar ninguna trama “planificada” para socorrer a una parte exquisita de la élite exiliada como apunta Gracia. «Pudo producirse alguna irregularidad, no lo dudo, pero no fue algo generalizado. Los fondos obtenidos se utilizaron para crear industrias y el Colegio Madrid, un centro que fue fundado gracias a ayudas de la JARE que permitió cubrir las necesidades educativas de los hijos de los refugiados españoles en México, familias que se encontraban en una mala situación económica, proporcionando además gratuitamente manutención, ropa y transporte a los alumnos».
El análisis de la documentación proporcionada por la Fundación Indalecio Prieto y la correspondencia de los miembros de la Jare en México, en poder del Archivo Nacional de Catalunya, permitió a Octavio Cabezas explorar cómo que gran parte de los fondos del Vita fueron destinados a la ayuda de cientos de refugiados muchos de ellos vascos, en México, «alrededor de 20.000 personas entre 1939 y 1942», y en el Estado francés «donde algunos continuaron la lucha contra el fascismo y se enrolaron en los grupos de la resistencia a los nazis». Aquel dinero sirvió, según Cabezas, para instaurar una especie de «sistema de subsidios» que sirvió a miles de exiliados para pagar un alquiler retrasado, comprar medicinas o emprender algún negocio con el que rehacer sus vidas. Sin embargo, Francesc Gracia desvela que uno de las casos que más le sorprendió durante su investigación fue descubrir que «cuando empezaron a abrirse las valijas del Vita y se decidió devolver las pertenencias aprehendidas a aquellos propietarios exiliados, sólo lo hicieron a los que formaban parte del entorno prietista», afirma. Asegura que los comunistas y anarquistas quedaron excluidos del reparto.
La tripulación del barco, que aparece sobre estas líneas, formada por marineros vascos reclutados por Ordorika, casi todos de Lekeitio, Ondarroa y Mutriku.
Tripulación vasca. Otro de los pasajes frenéticos de la odisea del Vita fue el sigilo que rodeó su compra a un magnate británico de la aviación. Para ocultarlo de los sabuesos de Franco, unos tipos de colmillo retorcido que a finales de 1938 ya escrutaban sin rubor las misiones republicanas en el exterior, Negrín planeó la creación de una empresa tapadera –la Mid Atlantic Shipping Company– que sirviera al embajador de la II República en Londres para realizar la operación en secreto. Los encargados de ejecutarlo fueron un marino mercante fiel al gobierno de Azaña, Mariano Manresa; y un armador de origen vasco y pasaporte estadounidense que simpatizaba abiertamente con el PNV, Marino Gamboa, «un personaje de tramoya a quien encargaron reclutar a una tripulación de confianza, casi todos vascos», apunta Francesc Gracia. Optó por contratar como capitán del barco al lekeitiarra José Ordorika, militante del PNV, que se rodeó de una experta marinería compuesta de tripulantes también vascos. Finalmente, el Vita soltó amarras bajo bandera estadounidense el 4 de marzo de 1939 del puerto de Le Havre atrapado entre tres fuegos –el negrista, el prietista y el franquista–. Y en plena travesía atlántica le surgió un cuarto pujador: el Gobierno vasco, que apelando a la lealtad nacionalista del armador Gamboa, comenzó a espolearle para que les entregara el cargamento.
Según consta en el libro de Francesc Gracia, el entonces consejero vasco de Justicia ya en el exilio, Manuel de Irujo, ordenó por carta que se las ingeniara para poner aquel barco «con todo su contenido y sin pérdida de tiempo a disposición directa del Gobierno vasco. Creo que la primera medida que debes adoptar, una vez en posesión del Vita, es extraer del mismo cuanto sea capaz de ser guardado en otra parte». Días después, el ejecutivo de José Antonio Aguirre emitió un radiograma aún más contundente, casi como una llamada a la rebelión a bordo: «Altos intereses vascos exigen a usted (a Gamboa) como patriota que el vapor a su cargo no entre puerto alguno sin orden del PNV, que actúa acuerdo del Gobierno vasco. Salga alta mar radiándonos en euzkera posición constante a Ziarruiz 11 Avenue Marceau, París. Gamboa tome precauciones para imposibilitar acción representantes de Negrín. Apelamos patriotismo tripulación vasca entera. Vía Londres confirmamos este radio. Acúsenos recibo este radiograma».
En 1941 fueron descubiertas varias cajas con objetos de gran valor pertenecientes al cargamento del Vita en el fondo de la laguna del volcán mexicano Nevado de Toluca.
El papel del Gobierno mexicano. Pero para el armador aquella misión resultó imposible de ejecutar. Prieto y Negrín ya se batían en un duelo político insidioso mientras el Vita cruzaba el Atlántico con agentes infiltrados de la expeditiva Motorizada, la guardia de corps prietista, custodiando el botín y transmitiendo informaciones a tierra que finalmente resultarían decisivas para controlar el cargamento.
«Inicialmente, el Vita debía de atracar en Veracruz y entregar su carga al director del Comité Técnico de ayuda a los refugiados en México, José Puche, pero se encuentran con graves problemas. El primero, el del cónsul de EEUU, que ve con extrañeza la llegada de un yate con pabellón estadounidense y tripulación extranjera. Luego, está la filiación francamente fascista de los aduaneros de Veracruz que intentan obstaculizar la entrada del tesoro en el país», revela Octavio Cabezas. Finalmente, el Vita se desvió al puerto de Tampico por orden del presidente mexicano Lázaro Cárdenas. Y el cargamento se descargó en un pantalán de la PEMEX para ser trasladado a la capital con escolta de la guardia presidencial mexicana», sentencia Gracia.
Ochenta años después de la conclusión de la devastadora Guerra del 36, Francesc Gracia también desmonta por completo el papel altruista y humanitario que aparentó desempeñar el Gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas con el exilio republicano que llegó horrorizado a sus costas, algo que no comparte Octavio Cabezas. Según el historiador catalán, buena parte de la carga se malvendió, muy por debajo de su valor patrimonial, fundido en lingotes o desmontado en pequeños pedazos. «Había diferentes sensibilidades. La primera y más importante es entre la propia colonia española en México que ya residía allí y el exilio antifranquista recién llegado. Luego, de los propios mexicanos que veían con reticencias la llegada de tantos emigrantes de la Guerra Civil con una alta preparación técnica e intelectual. Por lo tanto puede entenderse que el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas intentara aprovechar la venta del patrimonio que trajo el Vita para aumentar sus propias reservas de oro ubicadas en el extranjero, en concreto, en EEUU», afirma.
Sin embargo, Octavio Cabezas ha logrado recabar durante su investigación la memoria de las cuentas obtenidas por la liquidación del Vita y de su cargamento: «Incluye la venta de oro, piedras preciosas y del propio barco. Además, un cargamento de radio procedente del Instituto del Cáncer de Madrid y de la Casa de Salud de Valdecilla fue devuelto a las instituciones sanitarias españolas. En 1946, hubo rendición de cuentas ante la Comisión administradora del Gobierno republicano en el exilio que concluye que todas las ventas de mercancías habían sido autorizadas, que se adoptaron medidas para que todas las operaciones tuvieran un rendimiento normal en el mercado y que evitaron, en la medida de lo posible, las sustracciones».
Respecto al destino del barco decir que fue uno de los grandes milagros de la historia. Años después de prestar sus servicios a la II República, fue reclutado por las fuerzas aliadas que taladraban la resistencia nazi en las costas normandas. Según los cronistas de la época, se fajó contra la Kriegsmarine del III Reich con absoluta destreza. Tras la contienda mundial protagonizó otra intrépida odisea bajo el nombre de Ben Hecht –en honor del oscarizado guionista de Hollywood que recaudó fondos para fundar el estado de Israel– al trasladar a Palestina a cientos de supervivientes judíos de los campos de exterminio alemanes. El Vita, rebautizado definitivamente como Santa María del Mare, disfruta hoy de una merecida jubilación en el puerto de Nápoles, convertido en atracción turística de acaudalados personajes que ni conocen ni sospechan de su ajetreada cronología. «Este navío es tan protagonista como lo son los propios personajes políticos» que intervinieron en el traslado de un fabuloso botín procedente de los fondos patrimoniales del Estado y que fue el resultado de «un compendio de algunas de las mayores tragedias del siglo XX», remachan al unísono dos de los principales investigadores de la odisea del último tesoro republicano arrebatado por los pelos de las tenebrosas garras franquistas, Francesc Gracia y Octavio Cabezas.