Igor Fernández
PSICOLOGÍA

Incoherencias y vanguardias

La palabra ‘coherente’ está cargada de connotaciones que rápidamente nos llevan a un juicio de valor, según el cual es más o menos bueno ser coherentes. De hecho, a menudo se utiliza como un cumplido y, al mismo tiempo, su contrario: lo incoherente, se observa con suspicacia, con desconfianza cuando lo vemos en otra persona; y con cierto pesar y autocrítica cuando lo reconocemos en propias carnes. No nos gusta vernos sintiendo ora esto ora aquello, o pensando una cosa y diciendo la contraria, etc. Si lo hacemos con conocimiento lo llamamos estrategia, pero si nos encontramos con esa discrepancia a toro pasado, la cosa cambia. A menudo no entendemos el porqué de estos cambios, ya que nos concebimos como un todo unívoco, que reacciona –o debería reaccionar– siempre de una forma previsible, estable.

Sin embargo, a lo largo del día, por no hablar de una época o de la vida en general, cambiamos de estado, de actitud e incluso de rol. Quizá es más fácilmente identificable cuando hablamos de este último concepto: rol. Sí somos capaces de entender o tolerar la diferencia que notamos cuando estamos en un rol laboral, a diferencia de un rol conyugal, por ejemplo. Es decir, entendemos –y nos parece bien– que vayamos a actuar y pensar diferente en nuestro trabajo y con nuestra pareja; con una madre y con un amigo; o cuando tratamos con un extraño, en comparación con cómo lo hacemos cuando nos encontramos con alguien más íntimo. Ahí no encontramos mucha disonancia, aunque sabemos que no somos, por así decirlo, ‘la misma persona’. Y quizá también esta idea nos pueda ayudar a entender cómo cambiamos también internamente, a pesar de encontrarnos en un mismo escenario o en un mismo rol.

Las personas, a lo largo de la vida, no solo nos vamos conformando ‘por capas’, por decirlo de algún modo, a medida que crecemos y nos desarrollamos, apropiándonos de cualidades distintas que vamos descubriendo a medida que avanzamos, sino que también vamos conservando de cada etapa estrategias útiles, que hemos aprendido a utilizar en la interacción con el mundo alrededor en cada una de esas etapas. De cada una de ellas también conservamos patrones de relación con otras personas o incluso asociaciones de estímulo-respuesta según la ocasión, y seguimos teniendo un gusto especial por algo que pasó hace muchos años, o temor a un tipo de situación que nos hizo daño en un momento del pasado.

Todas estas experiencias se acumulan en nosotros, en nosotras, con mayor o menor organización interna porque han demostrado ser útiles o importantes a lo largo del camino. Por así decirlo, en cada mudanza nos hemos llevado parte –no todo– de lo que nos había servido en esa etapa, constituyendo una biblioteca de recursos en los que pensar, pero también de reacciones que no se piensan. A medida que nos enfrentamos al mundo hoy, es como si nuestra mente hurgara en esa biblioteca para dar la mejor de las respuestas a una situación dada. En el caso de que sea una habitual, predecible y clara, normalmente reaccionamos de un modo más actual, más cercano a lo que sabemos hacer hoy y cómo nos vemos hoy; sin embargo, si se trata de una situación ambigua, estresante, demasiado estimulante o carente, entonces nuestra mente empieza a tirar de mecanismos con eficacia más probada, los que llevan más tiempo con nosotros y, por lo menos, nos han ayudado a mantener cierto control de las cosas cuando todo lo demás falla.

En resumen, no se trata tanto de ser ‘dos personas diferentes’ sino de ir poniendo en vanguardia a la parte de nosotros, de nosotras, que mejor respuesta ha demostrado en situaciones similares y que hoy puede dar a una situación determinada; si bien, eso no tienen por qué querer decir que sea lo más adecuado, por lo menos, es lo que tenemos más comprobado. Ser cambiantes es precisamente lo que nos permite adaptarnos, crecer y buscar.