JAN. 09 2022 PANORAMIKA Producir y consumir Iker Fidalgo Recién pasadas las navidades encontramos poco a poco la estabilidad de nuestra vida cotidiana. Volver al ajetreo diario con la resaca que dan las grandes comilonas, las compras compulsivas y la saturación lumínica. Por mucho que se intente es inevitable caer en determinadas inercias, pues todo se impulsa desde un contexto que nos abraza. Desde los parpadeantes escaparates, la publicidad y las ofertas de supermercado, todo es navidad y todos y todas estamos dentro. Las opciones de entretenimiento, más que nunca, están ligadas a las normas del consumo. Nuestro tiempo libre debe ser invertido en la compra de regalos y el paseo familiar por los adornos urbanos. Pero el ocio no siempre ha sido entendido así, sino que ha sufrido una evolución pareja a nuestra evolución cultural, hasta convertirse en lo que hoy conocemos. Desde la antigua Grecia existe el concepto de tiempo libre (como lo contrario al tiempo ocupado del trabajo) reservado a aquellos estratos sociales no esclavizados. También se da en la Edad Media, en la que se diferencia entre el ocio para el pueblo llano (controlado por la Iglesia) y la nobleza. La revolución Industrial impone un tipo de trabajo marcado por largas jornadas y el concepto de trabajo asalariado y surgen por su parte otras formas de consumo y reivindicaciones obreras. Es ya durante el S.XX cuando evoluciona el concepto y comienza a ligarse el inicio de lo que hoy entendemos como tiempo libre y su conexión con prácticas consumistas. En nuestros días incluso podemos tomar en cuenta la explosión del mundo digital como una nueva ventana de acceso a un contenido marcado por plataformas audiovisuales, aplicaciones con las que compramos deslizando un pulgar o asistentes de voz que saben de nuestros gustos musicales. Un esquema que necesitamos mantener y para lo que dedicamos nuestro tiempo de producción y nuestro salario. Como un círculo que no puede pararse para seguir manteniéndose. El arte forma parte de todo este entramado y a veces ocupa diferentes posiciones en el tablero de juego. Con todo, sigue siendo un espacio en el que encontramos cuestionamientos a nuestros modos de vida. Reflexiones en cuanto a los esquemas en los que nos desenvolvemos y un lugar al que acudir cuando necesitamos imaginar nuevas formas de estar en el mundo. El pasado 17 de diciembre, la galería SC Gallery de Bilbo inauguró una nueva exposición del artista Isaac Cordal (Galicia, 1974). La muestra, que podrá visitarse hasta el día 28 de este mes, supone la segunda participación individual de Cordal en el espacio bilbaino y lleva como título “24/7”. Un juego de cifras que se utiliza como expresión para referirnos a la dedicación completa del tiempo (24 horas, 7 días a la semana). En ella encontramos una mezcla entre escultura y maqueta. Como si fuera el escenario de grabación de una película de animación, el artista nos presenta de una manera quizás algo naíf una serie de personajes a pequeña escala que convierten a la galería en un gran escenario, en lo que supone una de las prácticas habituales de Cordal. Precisamente el diseño de las figuras y esta diferencia de tamaño nos permite introducirnos en un lenguaje que entendemos próximo y que nos identifica con las acciones que suceden. Nos topamos con rostros alicaídos dominados por la penumbra. Escenas oníricas que enfatizan una manera de relacionarnos con la vida basada en la dedicación constante a los tiempos productivos dominados por la alienación. Miradas vacías y solitarias que descansan en cajoneras convertidas en edificios. Habitáculos de descanso para las piezas de un gran engranaje que no descansa y que nos obliga a estar siempre alimentando la llama. De todas las piezas emana una atmósfera de soledad y rostros inexpresivos que simplemente se dedican a pasar por la vida que les ha tocado, sin otra opción que despertarse al día siguiente para seguir acudiendo puntual al inicio de una nueva jornada y esperar a que pasen los días mirando a un cielo gris. En algún momento alguna de las caras de los personajes puede que empiecen a parecerse sospechosamente a las nuestras, ¿no os parece?