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Guerra, paz y desencanto en la depresión ucraniana

Ucrania, ni paz, ni guerra

Los medios de todo el mundo han hablado de la posibilidad de una invasión rusa inminente que no acaba de producirse. Sin embargo, Ucrania vive inmersa en una crisis desde hace ocho años que no tiene vistas de solucionarse. Viajamos al centro y este del país para entender mejor este complicado escenario lleno de contradicciones.

Fotografía: Juan Teixeira

Ucrania ha vuelto de manera radical a las portadas de la mayor parte de los medios de comunicación internacionales. La principal razón para ello es la posible invasión rusa. Las causas que se esgriman para explicar este conflicto son tan diversas como el choque Rusia-Occidente, la división interna del país, los precios del gas, o la simple degradación de los esquemas geopolíticos reinantes desde el fin de la Guerra Fría. Sin embargo, si nos adentramos en Ucrania, vemos que, tanto las explicaciones como el sentido común, no siempre bastan para entender este rompecabezas.

Hace ocho años Ucrania giró hacia Occidente. Entonces las protestas del centro de Kiev, la capital del país, conocidas como Maidán (plaza en ucraniano), hicieron caer al Gobierno de Viktor Yanukovich después de que este se negara a firmar un acuerdo de cooperación con la Unión Europea. Para una parte de la población ucraniana y la mayoría de los socios occidentales, fue una revolución en la que «el deseo de libertad» de los ucranianos se impuso al acercamiento con la autoritaria Moscú. Para otros fue un golpe de Estado en el que una activa minoría nacionalista impuso su agenda de ruptura de los lazos centenarios con Rusia.

En todo este tiempo Ucrania ha perdido parte de su territorio, la península de Crimea anexionada por Moscú, y parte de la región del Donbass, donde los separatistas locales apoyados por Moscú han autoproclamado dos repúblicas independientes en Donetsk y Lugansk. En esa zona del Donbass se vivieron precisamente unos duros combates entre verano de 2014 e invierno de 2015 que dejaron más de 13 mil muertos. Desde entonces la región vive una guerra de desgaste, con muertos prácticamente cada semana, aunque sin movimientos de la línea del frente, a la espera de que se cumplan los denominados Acuerdos de Minsk.

Interior de un búnker soviético a las afueras de Dnipro.

 

«Pedro y el lobo». Por todo ello, no es de extrañar que los ucranianos de a pie se tomen los rumores de guerra con bastante poca credibilidad. Es el cuento de “Pedro y el lobo”, aunque versionado en Putin y sus tanques. El Gobierno de Kiev lleva tanto tiempo anunciando la llegada de esos tanques, que poca gente se lo cree. Y aun así en este invierno de 2021-2022 de repente la tensión ha aumentado, con las cancillerías de Moscú, Washington, Berlín o París haciendo horas extras para intentar evitar un conflicto que parecía inevitable.

Algo que no se notaba en la propia Ucrania y sus gentes. Un componente de ese conflicto que hay que conocer y entender, en todas sus contradicciones. Una de esas contradicciones se vive en la ciudad de Dnipro. Antes conocida como Dnepropetrovsk, esta ciudad del centro de Ucrania fue en época soviética uno de los principales centros de producción de los misiles, tanto militares como los destinados al programa espacial. Ahora la fábrica de Yuzhmash se ha convertido en unos inmensos hangares semivacíos. Y si antes de 1986 los extranjeros tenían prohibido entrar en la ciudad, ahora se puede conseguir el permiso incluso para visitar la propia fábrica. Un complejo que en sus mejores tiempos daba trabajo a más de 100 mil personas, y que ahora es una sombra de lo que fue.

Los trabajadores que quedan, muchos en edad de jubilación o cercanos a ella, añoran la época soviética, cuando hacían misiles para atacar otros continentes, algo que califica como «nuestro orgullo» uno de los ingenieros, y añade que ahora no es que no quieran enseñar a los visitantes algo de sus desarrollos militares, es que simplemente «no hay nada que enseñar». Todos sus programas, dedicados al espacio civil, están congelados. La ausencia del socio principal, Rusia, hace que este término de “congelación” suene realmente más a cancelación. Solo unos pocos encargos por parte de EEUU les dan algo de trabajo, pero incluso eso se va a acabar con los nuevos desarrollos de Elon Musk.

Dos mujeres caminan por la ciudad de Avdeevka, donde las condiciones económicas empeoran año tras año.

 

Pero no a todos les va mal en Dnipro. Una comunidad renacida y en auge es la comunidad judía de la ciudad. Tienen el mayor centro judío del mundo, siete torres que dominan la silueta de la ciudad y que se encuentran junto a la sinagoga. En este centro tienen hotel, restaurantes, salas de exposiciones, una clínica, un museo del Holocausto y numerosas instalaciones adicionales. Son además los responsables de la vacunación de más de un tercio de la población de Dnipro. Hablando con el presidente de esta comunidad, Zelig Brez, se puede ver otra de las contradicciones de la Ucrania actual.

Brez defiende la gestión del presidente Zelenskiy, a quien califica de una persona muy sabia, y el cual también es de origen judío, y añade que la comunidad judía de la ciudad tomará las armas para defenderse en caso de un ataque ruso. A la pregunta de cómo se siente la comunidad judía conviviendo con un nacionalismo ucraniano que glorifica a los colaboradores de los nazis, como lo fueron los ucranianos de la División Galitsina de la SS, Brez se muestra preocupado por el aumento de las simpatías filonazis en muchos países, pero opina que son una minoría que no representa al país.

Es llamativo además que la ciudad de Dnipro, junto a la región que la rodea, históricamente de amplia mayoría ruso-parlante, sean el origen de una gran parte de voluntarios que fueron a la guerra contra los separatistas pro-rusos en 2014-2015. Solo en el cementerio militar de la ciudad se encuentran enterrados aproximadamente 300 combatientes, parte de los cuales todavía están sin identificar, y otros, a pesar de que están identificados mediante pruebas de ADN, no son reconocidos por sus familiares. Un caso que, según explica Yulia, trabajadora del Ayuntamiento de Dnipro, es una medida de protección psicológica que se marcan las familias, a la espera de que un milagro les devuelva a su hijo, o realmente que el tiempo les haga aceptar su pérdida para siempre.

Ensayo de una obra de ballet en el Teatro-Ópera de Dnipro. La vida sigue en Ucrania ajena al conflicto.

 

Esta es otra de las realidades que se mezclan en la Ucrania actual y que es de difícil explicación. El cómo ciudadanos ruso parlantes cogieron las armas contra otros ciudadanos ruso parlantes. Hay quien lo explica mediante la educación patriótica de los tiempos soviéticos, otros mediante la movilización que practicaron los medios de comunicación. Otros lo achacan a una ola nacionalista que recorrió el país, quitando los referentes soviéticos por otros de ultra derecha.

Precisamente esa importancia de los elementos de ultraderecha en la sociedad ucraniana ha sido objeto de debate entre los especialistas en Ucrania desde 2014. Así unos defienden que su peso es marginal, que no tienen representación parlamentaria, y que las simpatías por estas ideas son mínimas entre los ucranianos. Sin embargo, también es cierto que fueron esos elementos los que participaron en el Maidán e hicieron posible la caída del presidente Yanukovich, que fueron esos elementos los responsables de masacres como la de Odessa en mayo de 2014, cuando quemaron vivas a más de cuarenta personas, ucranianos todos, que simpatizaban con Rusia.

También son parte de esos elementos de ultraderecha el denominado Cuerpo Nacional. Una organización neonazi, cuyo líder, Andriy Biletski, combatió en el Donbass, los que organizan en las últimas semanas multitud de entrenamientos para militares para la población civil en la capital de Kiev. Unos entrenamientos en los que enseñan a interactuar con vehículos blindados, orientarse sobre el terreno, seguir mandos básicos, unas nociones de combate urbano, primeros auxilios o la utilización de material explosivo y lanzagranadas.

Todos estos entrenamientos parecen de escasa utilidad real en caso de enfrentarse a un enemigo como lo sería potencialmente el Ejército ruso. Obviando el hecho de que la mayoría de bajas en las guerras actuales las produce la artillería y la aviación, y que la mayoría de combatientes fallecidos o heridos seguramente ni vieran al enemigo antes de ser alcanzados, estos entrenamientos simplemente militarizan a los ciudadanos. Especialmente a la gente joven que, a falta de recursos y alternativas, se pasan el fin de semana rodeados de armas, combatientes y folletos ideológicos de extrema derecha.

Judíos rezando en la sinagoga de Dnipro, la mayor del mundo y financiada por dos conocidos oligarcas ucranianos.

 

Plan para el fin de semana. Algunas de las personas que acuden a estos cursos opinan realmente que la invasión es posible y que hará falta tomar las armas para defenderse, pero la mayoría simplemente vienen a ocuparse unas horas en un “campamento de guerra” impartido por unos “patriotas de verdad”. Un plan para el fin de semana en el que uno puede ir en cuadrilla, solo y hacer nuevos amigos o en pareja. Algo que desde luego desde fuera parece un tanto surrealista, sobre todo porque parte de las personas corren con maquetas de AK-47 hechas de madera. Estos entrenamientos además se hacen en un viejo y abandonado complejo industrial, donde la estatua de un soldado soviético mira muda a lo que sucede a su alrededor.

Hay que viajar prácticamente a la línea del frente, a la ciudad de Avdiivka en el Donbass, para poner aún más de relieve la extraña situación que vive Ucrania. Este núcleo urbano está situado al norte de Donetsk y por sus afueras pasa la línea del frente. Sin embargo, en Avdiivka la población civil no entrena, pocos se toman en serio incluso los rumores de guerra. De los 40 mil habitantes que tenía antes de la guerra ahora quedarán en el mejor de los casos apenas la mitad. Trabajadores de la planta de coque, jubilados que no tienen a dónde ir y soldados.

Un miembro del batallón de extrema derecha Azov enseña a utilizar un lanzacohetes a un civil en Kiev.

 

La gente se ha acostumbrado al ruido de la artillería, a lo lejos a los disparos esporádicos, o no tanto, de ametralladoras durante la noche. No creen que Putin vaya a atacar. La mayoría repite como un mantra, «¿para qué lo iba a hacer?». Y añaden otro mantra: «Ojalá que todo esto acabe pronto». Quizás si el conflicto acaba de una vez se puede solucionar el mayor problema de la región, el demográfico, la gente joven se va para no volver. Se van a trabajar a Rusia o a países de la Unión Europea como Polonia.

De lo poco que funciona y sigue dando una inyección económica a la zona son las minas de carbón y la industria. Así, en Avdiivka sigue funcionando la planta de coque propiedad del oligarca Rinat Ajmetov. En toda la guerra, y a pesar de que los combates han transcurrido en sus cercanías, no ha recibido ni un impacto. Algo que no es tan raro en el Donbass, donde escuelas, estaciones de autobuses o simples barrios dormitorio siguen estando en las miras de los artilleros, pero las propiedades de los oligarcas, no.

Esta, la realidad oligárquica, es otro de los elementos que se mezclan en Ucrania para crear esta extraña situación actual. Por un lado, Ucrania declara que está en guerra con Rusia, pero sigue siendo uno de sus socios principales para el comercio y no han roto las relaciones diplomáticas. Por otro lado, el país, mediante el presidente Zelenskiy, dice estar en guerra con los oligarcas, pero estos siguen controlando la economía, los medios de comunicación e incluso buena parte de la clase política.

Un trabajador de la fábrica Yuzhmash donde antiguamente trabajaban miles de empleados fabricando alta tecnología espacial. Hoy en día apenas tienen encargos y las instalaciones languidecen.

 

Contradicciones. Un presidente de origen judío preside un país donde milicias neo-nazis entrenan a la población para enfrentarse al Ejército ruso en una invasión inminente que no acaba de llegar más allá de Crimea y Donbass. El país declara su objetivo de integración en la UE y la OTAN, pero la Policía secreta sigue arrestando a personas por publicar imágenes soviéticas en redes sociales. Es la contradicción ucraniana en estado puro.

Ucrania vive inmersa en esto los últimos ocho años, de los cuales siete años y medio van acompañados de guerra. La paz aun así se antoja difícil de lograr. Los acuerdos diplomáticos firmados en 2014 y 2015, los llamados acuerdos de Minsk, siguen sin cumplirse. Ucrania no hace las reformas necesarias para darle al Donbass la autonomía que esos acuerdos le deben proporcionar, y mientras eso no suceda, Rusia no va a retirar su armamento de ese territorio ni va a devolverle a Ucrania el control de la frontera.

Por ello, no parece que esto se vaya a solucionar en un futuro cercano. Y seguiremos con rumores de guerra cada cierto tiempo. Una preocupación que se vive mucho más en los medios occidentales que en las calles de una Ucrania, cansada de no estar en paz, pero tampoco en guerra.

* Nota de la redacción: Este artículo es un reportaje desde el terreno, escrito hace unas semanas. El artículo tiene elementos muy interesantes para conocer y evaluar la realidad ucraniana, pero no contemplaba la intervención rusa de esta semana. Por eso contiene afirmaciones que, desde la perspectiva actual, resultan chocantes. La revista se imprime unos días antes, por lo que no se ha podido editar. Pedimos disculpas a nuestros lectores y lectoras.