7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Son ilusiones


Cuál es la línea entre la productividad y el ocio? ¿Cuándo el ocio es productivo o la productividad el resultado de una actividad ociosa? Esta línea divisoria entre el trabajo y lo que no lo es parece delimitar y organizar nuestro tiempo, darle estructura en un ciclo que se repite semana tras semana. Sin embargo, este devenir a menudo requiere de la incorporación a nuestra voz interna, la que nos sirve de compañía para pensar en el mundo, una voz externa; algo así como la de una supervisora que, con mayor o menor benevolencia dirime lo que ‘deberíamos’ estar haciendo. Y, desafortunadamente, las veces que nos escuchamos decir “debes descansar”o “debes pasártelo bien” son menores que las que oímos “debes esforzarte más” o “no te quejes”.

La relación entre el tiempo que trabajamos y el que dedicamos a otras facetas de la vida, parece mantener un desequilibrio crónico, casi justificado internamente en forma de frases hechas. Y el desequilibrio, en general, nos conlleva un coste, nos desgasta, sea del tipo que sea. Cuando el coste es grande y empezamos a no poder asumirlo, de forma similar a cómo una gran deuda en un hogar o un negocio se coloca a un lado para seguir adelante, con nuestro estrés y el consiguiente desencanto somos capaces de negar que tal cosa existe, a pesar de los signos. Si acaso, podemos llegar incluso a pedir un nuevo ‘crédito’ para tapar el agujero. En este caso no es de dinero, sino de tensión, de crispación, e incluso de ruptura relacional; todo ello con tal de no detener la maquinaria. Y es que, a veces, pasarlo bien puede llegar a ser una auténtica revolución para según qué personas.

Generación tras generación hemos establecido creencias en torno al trabajo como algo diferente al disfrute o incluso a la vida personal, llegando en un extremo a generar la necesidad de escindir la experiencia de ocho horas diarias de la del resto del tiempo del día para poder soportarlo o convencerse de que debe ser así. Sin duda, hay ocasiones en las que el coste del esfuerzo debe ser asumido para cubrir una necesidad perentoria, como decíamos más arriba, pero en otras ocasiones, ese esfuerzo sostenido para satisfacer unas necesidades, mella profundamente los aspectos de la personalidad o las relaciones que podrían satisfacer otras, igual o más relevantes en el fondo. ¿Cómo decidimos cuáles son las necesidades que son imprescindibles cubrir y cuáles pueden esperar?¿Cómo hemos llegado a la convicción de que todo no puede ser, de que la vida implica estar en un suspenso de satisfacción de aspectos esenciales para nosotros, para nosotras?¿A quién favorece ese estado si no es a nosotros, a nosotras?

No seré tan ingenuo como para proponer aquí un cambio de sistema de vida, uno que esté dispuesto a dejar de ganar para hacer una vida más completa, más acorde a la crianza o la salud –en particular porque lo hemos creado nosotros, nosotras–, pero sí seré lo suficientemente ingenuo como para suponer que aún así seguimos persiguiendo la felicidad aunque seamos capaces de ponernos al límite; y, sin duda, como para mantener el convencimiento de que hay ciertos aspectos que ‘debo’ cuidar de mí mismo y que no son accesorios para que las cosas siquiera funcionen. Tanto es así que, a pesar de que yo decidiera no escuchar a esa otra parte más ‘blanda’ de mi persona, el cuerpo, que para estas cosas es mucho más expeditivo que su representación virtual que es la mente, me obligaría literalmente a cambiar de fase, a descansar, llegando a provocar la muerte si me ‘apagara’ en un momento inoportuno, como es la conducción por ejemplo. Así de relevante es el descanso. Si bien el ocio no está obligado por nuestro cuerpo, sí lo está la alternancia de actividades, de relaciones, de movimiento físico… Curiosamente, todos esos aspectos con el potencial de prevenir las enfermedades cardiovasculares, la obesidad o la ansiedad y la depresión. En fin, no sé yo si pensar en pasarlo bien, en cuidarse, son solo ilusiones.