7K - zazpika astekaria
GASTROTEKA

Comer en carretera


Habéis escuchado alguna vez esa reflexión que dice: «el valor de un producto es el que es». Lo que cambia es el precio, según la necesidad del que lo consuma por el lugar y el momento en el que esté. ¿Os suena? Un botellín de agua puede tener un coste de producción de menos de 10 céntimos de euro. Esto es un triple más grande que la catedral de San Mamés, pero se entiende. Estimo que no andará lejos y que incluso será menor. Como todo, depende del producto y su calidad entre otros muchos factores. Pero a lo que voy. Ese mismo botellín en un supermercado nos cuesta 60 céntimos, en un bar 1 euro, en un chiringuito de playa 1,5 euros y en una gasolinera 1,8. Si lo pedimos en un avión, puede que llegue a los 4 o 5 euros. Seguro que más de uno ya va entendiendo por dónde voy. Un mismo producto tiene un valor diferente dependiendo de dónde esté. A mayor necesidad, mayor valor y, por consecuencia, mayor precio.

Esta reflexión es el amuleto que tiene uno que llevar colgado en el coche, es más importante que la calderilla de la guantera o que la rueda de repuesto. Funciona para cuando vayamos a hacer más de dos horas de recorrido y nos veamos obligados a parar para descansar (y comer). Estas paradas suelen estar estratégicamente diseñadas y estudiadas para que coincidan con la hora del desayuno, el almuerzo, la comida o la cena. Venga, viciosillos, ¿a que vosotros también hacéis esto? Los que recorremos kilómetros por carretera tenemos más de una parada en la que sabemos que podemos comer bien, a un precio justo y sin desviarnos, demasiado o nada, de nuestra ruta. Por eso este amuleto, reflexión o regla, como queráis llamarlo, es tan importante de comprender. Es una de las claves para que el comer y el viajar puedan brindarnos una experiencia gastronómica del nivel que sea.

Pues sí familia, soy de los que organiza un viaje pensando dónde voy a parar a desayunar, comer o cenar y condiciono mi hora de salida para visitar, de camino a mi destino, la casa que el hambre y el cuerpo me pidan. Aquí os dejo otro pequeño mantra que aplicaros: «escucha a tu cuerpo y haz caso a las señales que este te envía». Pues el mío activa el GPS gastronómico nada más escuchar: “viaje”, “carretera”, “parada”, etc. Si mi cuerpo escucha “viaje a... pasando por Burgos”, mi estómago responde con un “Landa”. Es impresionante lo bien que mi cuerpo me conoce y lo mucho que me alegro de ello.

Parar en Landa y comerse unos huevos fritos con morcilla y terminar con una reinosa (hojaldre de azúcar) no tiene precio. De hecho, os confieso que alguna vez hemos ido a pasar el día a Burgos desde bien temprano por la mañana y hemos desayunado esto mismo en esta casa a la ida y cenado lo mismo a la vuelta. Sin duda, parada obligatoria en este oasis de la carretera Madrid-Irun.

Este es solo un ejemplo de los muchos pequeños oasis que podemos encontrarnos si nos hacemos una ruta desde Donostia o Bilbo para bajar hasta Cádiz. Pero entremos en harina. Seguro que en más de una ocasión nos ha llamado la atención parar a repostar y comer en una gran estación de servicio. Esos rótulos llamativos que acompañan ese orden perfectamente estudiado para que no se pierda un minuto del viaje tienen un precio. Y ¡qué precio! En mi último viaje, un bocata que rozaba un aprobado justito en cantidad y calidad, acompañado de un mini botellín de agua, superó los 12 euros.

Soy consciente de que para tener un tipo de servicio y hacer que estos restaurantes sean “rentables” el producto con el que trabajan y la manera en que lo hacen, tiene un precio. Lo sé. Solo digo que «mejores bocatas me he comido». Lo que ocurre es que muchas veces, en estos mismos kilómetros, pasamos por alto y de largo una serie de negocios familiares que siguen guisando a diario y que dan un servicio a viajantes y transportistas a un nivel que ni por el forro nos imaginamos. Hablo de poder comerte una guitarra de lomo con pimientos (bocata), un plato de garbanzos con bacalao, o unas chuletillas de cordero a la brasa preparadas por las manos de un señor o una señora que llevan cocinando más de 30 años.

Sabores de siempre, preparaciones humildes y representativas del punto geográfico en el que uno ha parado. Este tipo de negocios, que cada vez son más escasos, lo serán todavía aún más si seguimos tirando de comodidad y practicidad. Cuando desaparezcan del todo, subirán los precios de los botellines de agua de las gasolineras y restops y nos quejaremos de que nos ofrecen el mismo bocadillo en una parada de Burgos y en Jaén. Solo tenéis que mirar dónde han aparcado los camioneros a la hora de comer…

Viajar con identidad. Y no me refiero a conducir vestido de Loreak, Ternua o Salomón. Hablo de viajar apreciando en cada parada el valor de lo local allá donde estemos. Por muy cutre y anticuado que pueda parecernos un establecimiento de carretera, la historia y el valor de todo lo que hay detrás puede marcar un viaje por la autenticidad que consumir aquí supone. Es una manera gratuita de comparar las ofertas allá donde estemos y que, además, nos da la opción de disfrutar del producto local. Sí, es como todo. Los hay buenos y malos. Pero ahí está la gracia, en parar y probar. Seguir buscando e ir cambiando de paradas para ir descubriendo pequeños tesoros gastronómicos al borde de las carreteras. Además, seguramente nos cobren menos por una mayor calidad de producto.

Ni qué decir del valor de todo lo demás. Probablemente no tengamos una serie de facilidades que en otro tipo de establecimientos y paradas de grandes cadenas sí tengamos, pero los que amáis, amamos, lo gastronómico y hemos descubierto ya alguno de estos oasis, sabéis que merece la pena viajar así.

Ahora que se acercan fechas en las que todos planificamos, si no lo hemos hecho ya, las vacaciones de verano, tenéis la opción de hacerlo tal y como os lo propongo. Tomaos la propia ruta o el viaje en coche o furgoneta como una parte más en la que disfrutar de las vacaciones y conocer lugares, culturas y costumbres, en este caso, mediante la gastronomía de carretera. Aquí os dejo algunas pistas para iniciaros en esto del comer de camino a…

Landa (Burgos): Morcilla y huevos fritos / reinosas

Carlos Mary (Soria): Cabrito

Area 103 (Guadalajara): Bocatas

Cabo Vidio (Cudillero): Pescado

El lagar de milagros (Aranda): Tortilla y lechazo

Las tinajas (Bailén): Comida tradicional casera

Vuestro trabajo es seguir buscando y que entre todos compartamos esta información tan preciada. Lo dicho familia, haced caso a vuestro cuerpo. Si el estómago os pide lechazo, no le deis un bocata (a no ser que sea de lechazo).

¡Buen viaje eta on egin!