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CINE

«Crimes of the Future»


Otro de los veteranos que todavía consigue provocar a las audiencias es el canadiense David Cronenberg, cuyo regreso al Festival de Cannes con “Crimes of the Future” (2022) no pasó desapercibido. Sus imágenes de operaciones quirúrgicas marca de la casa impresionaron a ciertas sensibilidades, y hubo abandonos en la sala de proyección. Un buen síntoma, indicativo de que a punto de cumplir los 80, ha vuelto a sus orígenes, tal como queda claro en la recuperación del título de su primer trabajo realizado en 1970. Teniendo en cuenta que su nueva propuesta homónima responde a su particular sentido del horror filosófico, se dan aproximaciones a otras creaciones suyas anteriores, como puedan ser “Inseparables” (1988), o, sobre todo “Crash” (1996), en la que exploró a fondo la relación entre la carne humana y las máquinas a partir de la utilización de prótesis en la recuperación de miembros afectados por accidentes automovilísticos. Ahora va más lejos apuntando hacia un futuro cercano abierto a la integración en el cuerpo humano de todo tipo de tecnología externa, planteando una inquietante simbiosis fisiomaquinal.

Junto con las constantes temáticas están las formales, porque Cronenberg siempre colabora con Howard Shore para la composición de las bandas sonoras de sus películas, al igual que en su última etapa ha convertido a Viggo Mortensen en su actor fetiche. Es la cuarta estelaridad del actor argentino-danés tras “Una historia de violencia” (2005), “Promesas del este” (2007) y “Un método peligroso” (2011). La fidelidad se mantiene intacta, a pesar de que el cineasta ha tardado ocho años en volver a dirigir, ya que su último largometraje estrenado fue “Maps of the Stars” (2014), y ya había quien pensaba en un posible alejamiento de los rodajes.

Viggo Mortensen encarna en “Crimes of the Future” (2022) a un artista de vanguardia que en sus performances se somete a modificaciones de sus órganos corporales, y que tiene como ayudante a la misteriosa Caprice, interpretada por Léa Seydoux. Kristen Stewart completa el triángulo protagónico como una investigadora de la Oficina Nacional de Registro de Órganos que trata de evaluar los experimentos contra natura del tal Saul Tenser.

Como se podrá comprobar Cronenberg mezcla arte y ciencia con toda la intención del mundo, porque todas las invenciones del I+D se venden mediáticamente a modo de gran espectáculo. Cada vez más se intenta llamar la atención del espectador mediante mutilaciones físicas, implantes, transformaciones e incluso apéndices sin ningún sentido práctico más allá de la supuestamente ornamental. Todo ello se presenta bajo una apariencia transgresora, cuando en realidad responde a una moda estética todo lo agresiva visualmente que se quiera, pero una moda al fin y al cabo.

La reflexión que Cronenberg hace respecto al futurible creativo se basa en que para que las innovaciones transmitan algo es necesario conocer y experimentar el dolor, lo cual será complicado en un mundo del mañana en el que el sufrimiento vaya desapareciendo, de ahí que se busque sentir a través del castigo físico, reconvertido en una fuente de placer.

A tenor de dicha teoría la cirujía pasa a ser el nuevo sexo, y de hecho en la actualidad ya se puede observar como algunas personas encuentran una satisfacción morbosa en las operación de cambio de aspecto, aunque lleguen a la deformación de las facciones, como si esa exageración fuera una especie de manera de destacarse entre sus semejantes. Cronenberg imagina aparatos de apariencia orgánica interactuando con el paciente, hasta dar con formas desconocidas. El protagonista desarrolla nuevos órganos en un salto evolutivo que desconoce hacia donde le llevará, lo que corrobora la existencia de un concurso que premia al Mejor Órgano Original con una función desconocida. Esto sirve también de excusa perfecta para recuperar los efectos de maquillaje protésicos del cine fantástico.