7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Errar


La comunicación es muy compleja. El ideal de comunicación sería la plena traslación de conceptos, deseos, emociones, argumentos, necesidades, etc. de una mente a otra a través de actos, incluidas las palabras; y todo ello con un encaje ‘pleno’ en el entendimiento de otra persona quien es diferente a uno mismo, una misma. Por no hablar del medio en el que esa comunicación se dé. En otras palabras, a veces parece un auténtico milagro que podamos siquiera llegar a entendernos y, a lo largo del tiempo, está garantizado un grado de incomprensión o malentendido.

Con comunicación me gustaría enfatizar que no me refiero solamente a la transmisión de una idea, un mensaje lingüístico; sino, sobre todo, a lo que da forma a las relaciones íntimas: las intenciones, las emociones vinculares, los posicionamientos ante la presencia y existencia del otro junto a mí, quién soy yo para ti… Coordenadas que necesitamos tener claras pero que, a falta de conversaciones implicadas al respecto, deducimos de gestos, actos, maneras y tonos. Y precisamente esas categorías de la comunicación son las más sensibles a subjetividades –precisamente nos fijamos en ellas por la genuinidad que entendemos que hay–. Nos fijamos en si nos han preguntado lo que esperábamos, en si han tomado la iniciativa de dejarnos la comida preparada, etc., con la peculiaridad de que a veces esperamos que todo ello se dé sin que uno o una tenga que decirlo.

Los errores están garantizados en algún momento –y el error para considerarse como tal requiere de un fallo de cálculo, una mala interpretación, no una dejación consistente o una desimplicación– , la cuestión es qué hacer con ellos después. Como decíamos, muchas veces estos errores vienen derivados de la disonancia ante la sustitución de las palabras por los gestos, la sustitución de la explicitación de necesidades por la espera –y a veces la exigencia– de la percepción y toma de iniciativa del otro para cubrir las mismas, o simplemente no tomar en consideración las circunstancias de la otra persona. Y es precisamente en esos lugares donde nos convendrá parar cuando haya un desencuentro. Y esa palabra es importante: parar.

Si hay un error que ha dolido a alguien, que le hace sufrir en algún grado porque no nos hemos entendido, alguien tiene que parar a tomar en serio esa disonancia y evitar que crezca. Después de parar es importante tomar en serio las emociones, temores o fantasías que ese error ha generado, hablando de ello, sin necesariamente tener que defenderse de nada (recordemos que el error es puntual, no intencionado y consistente; eso es otra cosa), solo escuchar y tratar de entender que estábamos en dos lugares distintos sin saberlo ni decírnoslo. Después de escuchar dónde estaba cada cual (y para ello es importante que la persona que se siente agraviada también esté dispuesta a entender –esté o no de acuerdo, le guste o no– las circunstancias que han dado lugar a la incomprensión), es importante responsabilizarse del efecto de las propias acciones, al tiempo que cada cual se responsabiliza de sus propios sentimientos. Este punto es el más delicado porque es fácil que se quiera resolver de un plumazo haciendo prevalecer una de las posiciones, generando culpables, esgrimiendo el rencor de la víctima, etc.

Todo ello es muy humano pero no genera nada nuevo, no ‘crea’ entendimiento ni permite otro de los puntos importantes: aclarar qué necesita ser diferente la próxima vez. Esto puede incluir nuevas condiciones o necesidades que deben ser tenidas en cuenta en el futuro después de ese error; quizá alguien tiene que ser más explícito o alguien tiene que prestar más atención al lenguaje o ritmo propio del otro. Y, finalmente todo ello necesita estar envuelto en el deseo de que la relación mejore a partir de esto, un deseo central al que poder volver, como asidero, en el caso de que la tentación de culpar ponga en peligro el sentido último de estar hablando de ello.