Paredes que hablan, memoria efímera
La pared vacía, ese lienzo en blanco, viene siendo desde hace décadas el altavoz de quien no tiene otro medio para hacerse oír, para lograr que su mensaje llegue a la calle. En muchos casos el mensaje dura un fugaz instante antes de caer bajo el rodillo gris de la pintura uniformadora. Aunque en otras ocasiones, menos, la obra trasciende y alcanza incluso la categoría de arte o icono.
De una forma u otra, el mural no deja de ser hijo de su tiempo, espejo de una realidad concreta que narra las inquietudes populares de un momento determinado. Son, como el cartel o la pegatina, parte de la memoria de un territorio, cuentan una historia. El donostiarra Xabier Peñalver lleva más de cuatro décadas con su cámara de fotos al cuello, dejando constancia de esas paredes en las que alguien nos ha dejado su mensaje.
Una selección de las más de 4.000 imágenes que ha recopilado ha adoptado forma de libro y ha sido publicado por la fundación Euskal Memoria en un formato de gran calidad, con diseño de Maite Marañón y bajo el título “Euskal Herriko horma biziak / Paredes vivas de Euskal Herria”.
«Este es el trabajo monográfico número trece de Euskal Memoria, cada año publicamos uno. Euskal Memoria se fundó en 2009 por una serie de gente preocupada por conservar la memoria histórica de nuestro país, y en 2010 ya se publicó el primer volumen. ‘No les bastó Gernika’. Nuestra tarea es investigar, recopilar y difundir datos y cuestiones sobre la memoria popular de Euskal Herria», explica a 7K Joxerra Bustillo.
Este proyecto nace por iniciativa del propio Peñalver, «conocido por sacar fotos a diestro y siniestro en todo tipo de actos». Esta afición, unida a la de viajar, le llevaron a publicar el año pasado, de la mano de la editorial Txalaparta, el libro “Revolución, resistencia y memoria”, una guía con 350 destinos «por el mundo combatiente», visitando lugares emblemáticos para «el viajero y la viajera rebelde y militante».
Pero en este caso el material recopilado se queda dentro de las fronteras de Euskal Herria. Su pasión por fotografiar y archivar imágenes de murales se remonta al año 1981, exactamente al 12 de marzo, el día en el que enterraron en Bergara a Telesforo Monzón, histórica figura del abertzalismo.
«Yo soy arqueólogo, mi profesión es esa, así que el tema de la memoria siempre me ha interesado. Pero respecto a este tema, yo veía los murales y los grafitis, como todo el mundo, pero no los fotografiaba. Tenía cámara, que en aquella época no todo el mundo tenía. Estaba en Bergara acompañando a una periodista inglesa y a un fotógrafo irlandés de la revista ‘Time out’ de Londres, que habían venido a hacer un reportaje, y yo les ayudaba a contactar con gente con la que querían hablar», recuerda.
«Fuimos a ‘Egin’, y cuando estábamos allí llegó la noticia de la muerte de Monzón. Me preguntaron quién era, yo les expliqué y nos fuimos a Iparralde y seguimos a la comitiva hasta que lo enterraron. Tengo fotografías bajando el ataúd», prosigue su relato.
La jornada finalizó en la cercana localidad de Arrasate, y allí «había unos murales bastante espectaculares». El fotógrafo, recordemos que era irlandés, «tenía una sensibilidad hacia este tema, y me comentó ‘esto es un patrimonio’». El conflicto armado en el norte de Irlanda ha dejado para la historia numerosas paredes pintadas, tanto en el bando unionista como en el republicano, que con el paso del tiempo se han convertido incluso en lugares de peregrinaje para interesados en la historia o curiosos turistas. «Y ahí se me encendió la bombilla», exclama Peñalver.
«Estamos todos coleccionando pegatinas, se guardan carteles, todo va a los archivos correspondientes y se podrán fotografiar ahora o dentro de 50 años… Pero es que el mural, bien por la censura, que en aquella época, como ahora también, funcionaba mucho; o bien por el paso del tiempo, se destruye y no queda en ningún archivo», resalta el arqueólogo.
Archivos imprescindibles. «La aportación fundamental del libro es precisamente esa, que la mayoría del material recopilado ya no existe. La única forma de verlo es en este libro», interviene Joxerra Bustillo. «Además, una cosa es que esté archivado y otra cosa es que esté a disposición del público. Y en este caso la mejor sala de exposición es un libro», apostilla su compañero.
En este punto la conversación deriva hacia el ingente trabajo que vienen haciendo desde hace décadas los monjes benedictinos de Lazkao, con su enorme archivo de todo tipo de documentación, bajo la batuta del monje Juan José Agirre. En el caso concreto de las pegatinas, Euskal Memoria ha publicado tres volúmenes en los que se recogen unos 9.000 ejemplares que abarcan tres décadas y media, desde 1965 hasta 1999.
De vuelta a los murales, Peñalver apunta que en la época en la que empezó a recopilar imágenes «no se sacaban fotografías de estas cosas». En este sentido comenta que se hizo un llamamiento para que quien tuviera fotos de murales las aportara y «ha habido muy poca gente que hiciera una foto a algo que era ‘normal’, parte del paisaje, aunque le impactara al verlo».
Cabe recordar que hasta mucho más tarde no empezó la fotografía digital, por no hablar de los teléfonos con cámara. Había que poner un rollo y eran habas contadas, cada imagen gastada suponía un gasto de más dinero en el revelado y «entonces la gente no se planteaba dedicar una fotografía o una diapositiva a algo así. Ahora, con las digitales, se saca todo, aunque se borra casi todo y no sé qué quedará para después, pero ese es otro tema».
En cuanto al libro en sí –en cada foto aparece la fecha en la que se hizo y el lugar–, su autor explica que «está distribuido por temáticas, y la primera es la libertad de expresión, porque es lo que decide si un mural existe o no existe, si dura cinco minutos o dura más».
De hecho, se dedica un capítulo especial a la pequeña pared de la calle Erribera de Zumaia, en la que durante tres años se mantuvo un tira y afloja con el entonces alcalde de esta localidad guipuzcoana, el jeltzale Oier Korta. «Se dibujaba un mural y era borrado directamente por la normativa municipal. Se llegó a tal punto que los murales se pintaban a pleno día, con fiestas y todo tipo de actividades, y al día siguiente se borraba», rememoran.
«Llegó la aberración a tal punto que se pintó la pared de color rojo con un letrero debajo dirigido al alcalde que preguntaba ‘¿este color te gusta?’ –el rojo es identificativo de Zumaia, especialmente por su club de remo ‘Telmo Deun’–, y lo volvió a cubrir con gris», añaden. Hasta 97 murales fueron borrados por orden del alcalde
El último, el número 98, fue un ‘Guernica’ de colores obra del colectivo Kalea Guztiona Da, «que ya no borró porque quedaba poco para las elecciones, pero no salió bien parado y perdió por goleada», se ríe Peñalver.
«Hay temas que ya no se pintan, otros que continúan, la cuestión de los presos es la dominante casi siempre, aunque las reivindicaciones en cada época son diferentes. La cuestión feminista tiene mucha fuerza en los murales, el derecho a decidir… Y hay un tema, el de la guerra del 36 y la represión franquista, que antes no tenía ningún reflejo en los murales, solamente se pintaban ‘Guernicas’ –el cuadro de Picasso tiene un capítulo propio en el libro–, pero ahora empiezan a salir cosas», prosigue su explicación.
«Por ejemplo, temas como Lemoiz ya no se pintan, aunque lo antinuclear siguió con Garoña; el referéndum de la OTAN tuvo su momento, en los últimos años el Tren de Alta Velocidad… Unos temas suben, otros bajan, incluso llegan a desaparecer. Y hay temas que están menos reflejados históricamente, por ejemplo de la lucha obrera se hacía mucha más pintada, letras, que mural artístico. También he sacado fotos de eso, pero en este libro se recoge más dibujo», indica.
¿Y cómo se entera uno de que en tal pared de tal pueblo han pintado un mural que merece la pena fotografiar? ¿Se necesita una red de informadores? El arqueólogo donostiarra señala que «me he movido mucho y me sigo moviendo mucho por Euskal Herria, y esa es mi mejor red de información. Cuando empecé no había Whatsapp, ni móviles, y de todos modos, aunque alguien viera un mural, no se le ocurría llamarte. Me he movido mucho, por mi trabajo arqueológico y porque me gusta, y creo que me conozco todos los rincones».
Y luego está el plus que ofrece la experiencia, el conocimiento. «Con los años vas teniendo referencias, hay paredes que son míticas, que siempre se vuelven a pintar. Hay ubicaciones que, aunque la censura esté por detrás y las borre, porque también sabe dónde están, se siguen pintando. He hecho muchos recorridos por Euskal Herria solamente para sacar fotografías de murales, muchos miles de kilómetros». «Además, cuando he ido por otros motivos siempre he estado con la antena puesta. Y, si vas, encuentras. Hay zonas mucho más densas que otras, y luego también cuenta la proximidad geográfica, yo soy de Donostia y tengo más cubiertas las zonas más cercanas», sentencia.
Evitar el olvido. Preguntado acerca de si en su colección hay espacio para otras cuestiones, además de los murales, Peñalver puntualiza que «no me gusta la palabra colección, aunque es cierto que cuando se habla por ejemplo del Museo del Prado se habla de su colección de pinturas. Siempre me ha interesado la memoria de este país, desde los preneandertales que ando excavando en Deba, en Praileaitz; pasando por Basagain en la Edad del Hierro, que llevo 27 años excavando en Anoeta; y hasta esto. Y sobre todo me atraen las cosas que están ocultas, como lo que está bajo tierra, o lo que desaparece. Porque esto, si no se documenta, no va a quedar».
En este punto toma la palabra Bustillo para destacar que «miles de personas sostienen la fundación Euskal Memoria con su aportación anual, que en estos momentos está fijada en 65 euros. «Como contraprestación se les obsequia con un libro al año y dos revistas, una en verano y otra en invierno», explica Bustillo. También cuentan entre sus asociadas con un centenar de bibliotecas municipales. Cuando se publican los libros no salen a la venta al público general, son exclusivos para los socios y socias. «Antes no estaban nunca a la venta, pero ahora los ejemplares más antiguos sí, a través de las tiendas de Elkar y Txalaparta. Al margen de lo que te puedas encontrar más en internet».
El principal proyecto para este 2023 será la publicación del libro “Los últimos presos políticos vascos del franquismo”, de la mano del historiador Iñaki Egaña. «Abarcará desde 1958 hasta 1978, que es la época que estaba todavía sin recopilar, teníamos hecha la posguerra y también desde el 78 hasta 2011, este fue obra de Carlos Trenor», comenta.
«Vamos a incluir como anexo un listado con más de 15.000 nombres de presos políticos, desde la posguerra. También tenemos entre manos un proyecto sobre música popular, con canciones con contenido social, reivindicativo, canciones revolucionarias, himnos… Todavía está verde, pero bueno», añade. Proyectos, siempre nuevos proyectos.
«Las cosas que hacemos nosotros no las hace nadie, si no las hiciéramos nosotros no se harían, porque ninguna editorial comercial va a hacer un libro como este o como los de las pegatinas. Ni ninguna institución, ninguna Consejería de Cultura. Hacen otras promociones, concursos, premios, ágapes, fiestas y festivales, pero estos trabajos o los hace una fundación como Euskal Memoria o no los hace nadie», sentencia antes de la despedida.