Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

De mecanismos y organismos

El conjunto de las partes de una máquina en su disposición adecuada es un mecanismo, según la RAE; el conjunto de órganos del cuerpo animal o vegetal y de las leyes por que se rige, un organismo. Estas dos definiciones me sirven hoy como metáfora para señalar parte de nuestro funcionamiento con nosotros mismos, las relaciones y el mundo en general. Las personas estamos en constante evolución, en constante cambio y adaptación a un medio que, a su vez, cambia, evoluciona y se adapta internamente. Es un baile constante, una interacción constante y un desafío constante, mutuo, entre los individuos y su medio. Quizá, a lo largo del tiempo, podemos aprender las leyes que rigen en nuestro medio, las fuerzas que están en conflicto, las tendencias naturales y sociales del mismo, pero lo aprendemos realmente a base de interacción, de participación en el mismo de una forma sostenida, durante un periodo suficiente como para percibir el ritmo de sus ciclos, la repetición de sus tendencias.

Saber lo que va a pasar a nuestro alrededor, con nuestras relaciones y seres queridos, conlleva experiencia, perspectiva; y la variedad suficiente de situaciones distintas de las que decantar nuestras conclusiones. Mientras tanto, simplemente vamos caminando, haciendo lo que podemos y respondiendo más a nuestros impulsos individuales que a estas protoconclusiones que nos darán poco a poco cierta seguridad por la capacidad de predicción.

Pero, como digo, hasta llegar ahí –si es que alguna vez llegamos–, casi vamos improvisando instintivamente lo que tenemos que hacer para obtener lo que deseamos. Es un avance a veces tortuoso, sucio, incómodo. No saber y, encima, tener que actuar sobre un suelo resbaladizo nos desquicia y nos hace sentir profundamente inseguros cuando se trata de un asunto de relevancia. Pero no hay otra manera de aprender a vivir más que manchándose, cambiando, rompiendo algo y creando otra cosa.

A lo máximo que podemos aspirar en el camino antes de crear nuestros propios hitos es a coger una de esas conclusiones en formación sobre nosotros mismos, nosotras mismas, las relaciones o el mundo, hechas estas en un momento concreto del desarrollo, del aprendizaje –y no en otro más sofisticado, posterior–, sistematizarla, tecnificarla; convertir la pequeña adaptación a una determinada situación en un determinado momento, en una adaptación urbi et orbe, que pretendamos aplicar a un rango mayor de situaciones en un rango mayor de momentos.

En definitiva, construir un mecanismo de adaptación que fije no solo las maneras de relacionarnos con el mundo sino que cree la ilusión de arrojar siempre los mismos resultados. De esta manera, logramos algo maravilloso para nuestra necesidad de seguridad: nos hemos hecho dueños de nuestro destino –artificialmente–. Al coger una conclusión limitada y extrapolarla, esperamos del mundo la misma reacción que tuvo en aquel momento, la anhelamos incluso porque “ese es el orden de las cosas en mi vida”, es lo conocido.

El mecanismo no falla cuando lo aplicamos a situaciones más similares a las que lo originaron, aunque poco a poco, al alejarnos, al ponerlo en interacción con nuevos entornos o personas, su eficacia es menor, nos sirve menos para sentirnos seguros. Y es en este momento cuando nos ponemos a prueba como individuos, pero casi como especie, entonces elegimos entre nuestra naturaleza de organismos y nuestra creación como mecanismo: en ese momento decidimos dar un paso adelante igualmente y ver estallar por los aires nuestra ‘máquina’ a favor de una nueva creación, o damos un paso atrás en busca de un mundo donde nuestro ingenio sirva. Y, como el mundo no para, siempre tenemos que elegir.