Iñigo Garcia Odiaga
Arquitecto
ARQUITECTURA

No hay proyecto pequeño

A menudo las grandes obras eclipsan las más humildes, por mucho que estas tengan efectos inesperados. El lujo y el glamour parecen ocultar otro tipo de trabajo más callado y silencioso. Incluso las grandes figuras de la arquitectura mundial reciben encargos mínimos, necesarios, cotidianos; pero hay que reconocer que en la mayoría de las ocasiones estos trabajos menores son rechazados.

Llama la atención, por el contrario, la producción realizada por estudios internacionales como el de Kengo Kuma, que inaugura varios edificios todos los meses y cuya escala oscila desde el mobiliario a los grandes equipamientos, manteniendo siempre una misma línea de pensamiento y de trabajo, como si el tamaño del proyecto no fuese un elemento definitorio.

La firma del arquitecto japonés Kengo Kuma realizó este encargo singular y mínimo pero especial para la fundación Bosco Sodi. Kuma construyó este gallinero para pollos como una de las nuevas instalaciones en la Fundación de arte Wabi en Puerto Escondido, en la costa del Pacífico de México en el estado de Oaxaca.

A partir de la iniciativa del artista mexicano Bosco Sodi, la Casa Wabi logró aglomerar un conjunto arquitectónico de primer nivel, que funciona como centro multidisciplinar para fomentar un intercambio de ideas entre artistas y vecinos de la localidad.

Inicialmente la fundación fue creada por el artista Bosco Sodi en 2014 y su nombre se deriva del concepto japonés wabi-sabi, algo así como la “belleza de la imperfección, del accidente o de la impermanencia”. El proyecto del edificio principal fue llevado a cabo por el arquitecto japonés Tadao Ando.

Los espacios, tanto interiores como exteriores, fueron diseñados para acentuar el paisaje de la zona y el programa incluye seis habitaciones para artistas residentes, dos estudios compartidos, un salón de usos múltiples, una sala de proyección, una galería de exhibición, un jardín escultórico y múltiples espacios de esparcimiento.

Posteriormente a la obra de Tadao Ando, el arquitecto portugués Álvaro Siza fue invitado para realizar un pequeño proyecto: un pabellón de exposiciones. Se trata de un pabellón exento pero que geométricamente se relaciona con el esquema lineal del resto del conjunto. Una edificación resuelta con tierra prensada local, en una reinterpretación de las técnicas regionales de construcción en adobe y tapial, muy alejada de la paleta material habitual del arquitecto portugués.

Y, finalmente, Kengo Kuma fue invitado a diseñar un gallinero del que se obtienen alimentos para la fundación, y el gallinero es una representación de un hábitat colectiva y de sus relaciones.

Una escultura negra. Para recrear el mundo ascético e incoloro de las lejanas playas mexicanas, las tablas de madera –utilizadas para realizar la estructura y envolvente del edificio– fueron carbonizadas, un método tradicionalmente practicado en la parte occidental de Japón. Además de dotar de abstracción al conjunto, gracias al negro intenso de la madera quemada, ese tratamiento de carbonización protege la madera del clima y de la salinidad el mar.

El resultado es un proyecto con un sistema que permite la permeabilidad en todos sus paramentos, paredes y cubierta, facilitando una ventilación constante de ese espacio animal. Tal y como resalta Kuma fue realmente sorprendente obtener un encargo para un proyecto tan inusual, pero ciertamente tiene algo de experimental y, por lo tanto, de reto. Si bien el espacio protegido dentro de este pabellón se utilizaría para las actividades generales del gallinero, la estructura en sí, construida entrelazando tablas de madera, crea celdas individuales para el descanso de cada uno de sus habitantes. Además, la naturaleza permeable de este sistema de estructura hace que se convierta en una casa bien ventilada y sombreada.

Con este sistema estructural de tableros de 30 mm de espesor se resuelve la totalidad de elementos, ya que permite crear paredes y cubiertas o celosías que podrían soportar las cargas principales. Para las cargas horizontales, tratamos de evitar el refuerzo estructural habitual insertando elementos rígidos dentro de cada una de las celdas de la red. Estos elementos rígidos limitan localmente la deformación de la red y, por lo tanto, proporcionan el refuerzo general de la estructura.

El resultado final es una escultura negra posada sobre un territorio árido, de una dimensión que en la distancia tiene algo de indeterminación, ya que su retícula abstracta no refleja una dimensión conocida como podría ser la de una puerta o una ventana. En ese sentido, una obra menor que podría ser anecdótica se transforma en un objeto cuidado y artístico, que únicamente cobra un sentido real cuando en medio de su espacio abstracto aparecen unas gallinas picoteando el suelo.