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ARQUITECTURA

Construir la vulnerabilidad


La recién celebrada XXII Bienal de Arquitectura y Urbanismo de Chile, que se programó del 14 al 22 del pasado mes de enero, ha contado con una instalación de los arquitectos Smiljan Radić y Nicolás Schmidt. Para responder al encargo de construir un pabellón temporal, crearon una estructura inflable metalizada que se utilizó como escenario inaugural de la Bienal en la capital chilena y que fue escenario de la interesante programación desplegada.

La instalación se ubicó en la Plaza de la Cultura del Palacio de La Moneda, zona sur de la Plaza Bulnes, frente a la Avenida Libertador Bernardo O´Higgins en la capital chilena. Un espacio emblemático de Santiago de Chile, escenario de los grandes conflictos del país sudamericano, y en ese sentido un lugar de arquitecturas nobles y de valor histórico.

En ese escenario de solemnidad destacó sobremanera la propuesta de Radić y Schmidt, que consiste en una gran estructura hinchable plateada en forma de bolsa de 30 metros de largo, más de 20 de ancho y 6 de alto, situada en la zona de césped cercana a la avenida. Su imagen de fragilidad y temporalidad buscó acentuar y explicitar la idea del tema propuesto para la propia Bienal chilena, titulada Habitats Vulnerables.

La bolsa metálica. Esta edición del festival de la arquitectura y el urbanismo propuso abordar diferentes temáticas relacionadas con la vulnerabilidad de las ciudades y territorios. Entre ellas, la emergencia del déficit habitacional en un contexto en el que los campamentos, la informalidad y las ocupaciones ilegales de terreno se han incrementado en los últimos años en Chile.

A través de exposiciones, debates y conferencias, la Bienal buscó reflexionar e imaginar el potencial de la arquitectura y el urbanismo para plantear preguntas e imaginar respuestas que puedan conducir a reducir esos hábitats vulnerables y mejorar las formas de vida en tiempos de cambio y transformación. Relevando especialmente la importancia de la creatividad y la imaginación en la práctica y en el proyecto de la arquitectura y urbanismo, entendidos en su dimensión cultural y, por lo tanto, en su capacidad de provocar transformaciones culturales, sociales y tecnológicas en una suerte de cambio de era que parece ya inevitable, y sobre las lecciones aprendidas de la crisis social actual y la pandemia.

La gran bolsa metálica de Radić y Schmidt parecía que podría salir volando en cualquier momento, haciendo gala de una total inestabilidad. El objeto presentaba una singular imagen, gracias a las cuerdas que la envolvían y sujetaban al suelo como si de un globo aerostático se tratase. Incluso los lastres que la fijaban tenían un carácter efímero, son bolsas rellenas de litros de agua que, cuando finaliza el evento, simplemente riegan el jardín sobre el que se asientan, sin necesidad de grúas o grandes transportes. La estructura estaba unida a ocho grandes ventiladores que la mantenían constantemente inflada, creando un interior de hasta seis metros de alto similar a un iglú, donde se podían adoptar diferentes configuraciones, con una capacidad de hasta 250 personas, y un escenario.

El acceso se realizaba a través de pequeñas ranuras en los laterales de la estructura que permitían el paso de visitantes y asistentes a la programación mientras la pieza se mantuvo inflada.

Cuentan los asistentes al evento, que en un momento dado durante la Bienal, llegó hasta el Palacio de la Moneda una manifestación que acabó con unos leves disturbios. Parece que debido a esas protestas una piedra acabó impactando con el pabellón y provocando un corte en la membrana de forma que comenzó a deshincharse con casi 200 personas dentro.

Lo interesante del acontecimiento es que en la sala se encontraba Smiljan Radić, arquitecto responsable de la carpa, y que sin inmutarse sacó de su mochila un rollo de cinta americana y un cutter para con tranquilidad sellar la rotura y seguir con el evento.

Esta anécdota expresa mejor que cualquier otra circunstancia la vulnerabilidad del pabellón efímero, su sutileza y fragilidad. Pero por otro lado su resiliencia, es decir, su capacidad de adaptación frente a un agente perturbador o una situación adversa. Por que la realidad nos indica que más que pensar que las dificultades no llegarán nunca, es más inteligente estar preparados para afrontarlas desde la serenidad.

Esta actitud que demuestra el pabellón de Radić y Schmidt es el gran misterio, el secreto que toda arquitectura debería desentrañar, más si cabe en esta época de cambio de ciclo donde habrá que adaptarse a todos los cambios que están por llegar.