El valor del objeto
Es imposible desligar el arte del objeto. La fisicidad es un atributo que aparece constantemente en cualquiera de las disciplinas, corrientes o tendencias. En este sentido, no podemos obviar la necesidad que el arte ha tenido de crear siempre piezas únicas y no seriadas. Eliminando cualquier tentación que igualara la relación entre original y copia y permitiendo mantener un sistema en el que la obra es valorada casi como reliquia. En torno a esto entran aspectos económicos y mercantiles. Al valor cultural se le añade el valor monetario y cuestiones como el coleccionismo, la adquisición y la conservación. La explosión de la cultura digital revolucionó completamente estas condiciones.
En un contexto en el que incluso cuestiones como la fotografía o el cine eran valorados en base a sus copias (revelados o cintas), la digitalización de documentos y el nacimiento de internet irrumpieron en esta lógica. Cambiaron nuestra forma de mirar y de consumir la imagen. Comenzamos a entender que una proyección fílmica ya no es únicamente un acto colectivo en una sala oscura, sino que puede ser una pantalla del tamaño de nuestra mano durante un viaje en autobús. La velocidad irrumpió en nuestro paradigma de creación y distribución y el arte, como cualquier otro aspecto de nuestro mundo, se vio afectado. Aun y todo, y en medio de un presente cultural plagado de supuestas nuevas revoluciones a la vuelta de la esquina (inteligencia artificial, NFT, etc.), la materialidad de la obra sigue teniendo una relevancia inapelable, a modo de objetos rituales que a través de su propia presencia generan un relato colectivo. Aún permanece vivo un lugar en el que la pieza y su originalidad siguen condensando la esencia de lo artístico. Veremos cuál será el devenir de esta realidad.
El 9 de febrero, la sala Lau Pareta de Tabakalera de Donostia inauguró una exposición bajo el título “Batzuk”. Mar de Dios (Bilbo, 1992) ha trabajado con la comisaria Ane Lekuona para dar forma a este proyecto expositivo que podrá visitarse hasta el 16 de abril. La producción de la artista bilbaina se basa en la creación escultórica desde la cerámica. Nada más entrar, la sala se nos presenta como un muestrario. Una serie de plataformas rectangulares de color blanco sobre las que se sitúan las piezas, nos permiten rodear y bordear el suelo negro sobre el que se posan. La baja altura de las grandes mesas provoca una relación visual con los trabajos en la que podemos acercarnos para contemplar detalles, acabados y texturas. Las creaciones conviven entre ellas, manteniendo la distancia justa para ser miradas por separado pero sin obviar al resto de sus compañeras. El trabajo de Mar de Dios parece nadar en una borrosa barrera entre el diseño y el arte. En ocasiones vemos formas que remiten a objetos reconocibles y en otras objetos que quieren convertirse en obras. La factura desprende una innegable destreza técnica que encuentra su punto álgido en una gama cromática plagada de matices aterciopelados, colores intensos con acabados mate y ensamblajes de formas subrayadas con toques de esmaltes brillantes. A pesar de que encontramos motivos y resoluciones repetidas, la exposición huye de la serialidad y desafía al lenguaje de lo industrial. Parece querer conservar cierta voz propia que va más allá de su mera presencia. Puede que una de las funciones del arte sea la de evocar sensaciones a través de los objetos. De ser así, podemos asegurar que “Batzuk” cumple con creces este cometido.
El Museo Chillida Leku inauguró en noviembre una nueva revisión del legado de Eduardo Chillida (Donostia, 1924-2002). Hasta el 1 de mayo, una de las salas del Caserío Zabalaga acoge “Gravedad cero”. La relación del autor con la gravedad está presente en muchas de sus piezas, e incluso en muchos de sus proyectos públicos más reconocibles. Una treintena de obras que abarcan desde creaciones en papel, documentación fotográfica o escultura dan buena cuenta de esta faceta del escultor.