7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Libertad


Esta palabra grande no suele venir por estas líneas. Personalmente me da mucho respeto hablar de ella aquí, pero es cierto que a menudo pienso en ella mientras trabajo en mi consulta. Las personas que acuden a una consulta de psicoterapia de un modo u otro buscan modificar algo que sienten como inevitable en algún grado; quizá se trate de puentear una serie de pensamientos repetitivos e invasivos, emociones globales que no dan espacio a otras, patrones que se repiten en las relaciones en un ciclo de insatisfacción o síntomas físicos que no parecen tener relación con nada pero que constriñen la libertad de movimiento o el bienestar.

En esos casos las personas intentamos lo que está de nuestra mano para recuperar el control, es decir, conseguir el cambio en alguna de estas facetas de forma decidida y consciente, voluntaria, o bien que ese bucle de pensamientos, sensaciones, emociones, acciones o patrones deje de repetirse automáticamente para que sean otras tendencias las que tomen su lugar sin que tengamos que hacer esfuerzo. Tanto si queremos estar al cargo conscientemente, como si lo que pretendemos es que ciertas actitudes automáticas cambien por otras ‘entre bambalinas’, parece que cuando las personas queremos crecer, de lo que hablamos es de ganar algún grado de libertad. La libertad para adaptarnos a alguna nueva situación, bien porque las condiciones externas nos lo exijan o bien porque las necesidades han cambiado por dentro y necesitemos hacerles hueco, estará condicionada por las experiencias previas y la ‘flexibilidad’ interna. Algunas palabras –solo algunas– a tener en cuenta cuando hablamos de libertad psicológica son los imperativos, las necesidades, los patrones y los permisos.

Por un lado, nuestro devenir por el mundo está condicionado de base, no podemos sobrevivir sin tener una estructura en la que movernos, que nos permita predecir, un marco de acontecimientos suficientemente estable como para experimentar la vida con la suficiente relajación como para después pasar a otros asuntos; tampoco podemos vivir sin estímulos, sin acontecimientos, alimentos, eventos externos a nosotros que nos muevan y nutran; y tampoco podemos vivir sin relaciones, las que nos sostengan y nos protejan, nos completen y ayuden a adaptarnos al medio. Nuestros actos estarán, en términos generales, ‘limitados’ por estas búsquedas biológicamente imprescindibles para la supervivencia. Junto a estos imperativos tendremos que atender a nuestras necesidades, a las que no podemos renunciar, pero sin las que podríamos sobrevivir en una situación extrema.

En la búsqueda de satisfacción de estas estaremos desde el principio asociados con las personas con las que crecemos y de esa interacción aprenderemos ciertos patrones de relación que aplicaremos en adelante, confirmándolos o refutándolos en cada fase vital. Y el hecho de que lo hagamos de una u otra manera tiene también que ver con algo más: el permiso que se nos da y que conquistamos a lo largo del tiempo para abrir nuevos caminos. Quizá no es explícito pero, idealmente, hay relaciones a lo largo del desarrollo en las que se nos anima a explorar, a crecer, a ir más allá de lo recibido, a digerir, criticar, traducir o rechazar los marcos de referencia de origen a la luz de nuevas experiencias. De ese permiso también depende que busquemos la satisfacción de todo lo anterior, de lo que marca nuestra biología y las necesidades relacionales que tenemos en torno a los vínculos que construimos, pero que lo hagamos de la forma más ajustada a lo que vivimos y a lo que proyectamos.

Quizá la libertad tiene que ver con la responsabilidad de actualizar nuestras referencias y patrimonios en el mundo que nos toca vivir –y la creatividad imprescindible para ello–, creando a cada paso nuevas referencias para nosotros mismos y para otros, que a su vez serán refutadas o mantenidas por los siguientes, si les damos o se ganan el permiso interno para hacerlo.