Igor Fernández
PSICOLOGÍA

Por la vía del deseo

El poeta uruguayo Mario Benedetti decía en uno de sus poemas titulado Grietas, ‘[…]hay una sola grieta decididamente profunda, y es la que media entre la maravilla del hombre y los desmaravilladores. […] señoras y señores, a elegir, a elegir de qué lado ponen el pie’. Y señala en su escrito cómo, para él, hay muchas grietas que nos separan, todas ellas remediables, dice, pero esta última requiere de decisión. Al ponernos a pensar en todas las cosas que pueden ir mal en la vida, la lista puede ser interminable, las escenas que podemos ver en nuestra cabeza, profusas y variadas pero, al final, la realidad suele devolvernos que no es cierto lo que se dice de ‘todo lo que puede salir mal, saldrá mal’, no. Lo habitual es que, de todo eso que imaginamos que nos puede pasar, nos pase solo una pequeña parte, normalmente una muy pequeña de entre todo el repertorio. Cabe pensar que esa estadística se deba a la preparación fruto de la preocupación, pero también cabe pensar que se deba simplemente al hecho de que no fueran a confabularse los astros en nuestra contra en primera instancia.

¿Hay una posibilidad de elegir si las cosas nos van a ir bien o no? Parece un contrasentido pensar en diseñar lo que está por venir –sin incurrir en aspiraciones esotéricas–, pero es innegable que nuestra actitud ante las cosas hace que al menos quienes nos rodean se sientan atraídos o reticentes ante nosotros, lo cual crea futuro. Futuro en el sentido de lo que esas personas esperarán o lo que podremos hacer juntos si este es el punto de partida.

Por otro lado, el futuro, entre otras cosas, está compuesto en su germen por el deseo. Nada de lo que conseguimos sucede espontáneamente si alguien no hace un movimiento inicial, e incluso cuando decidimos continuar por la vía del conservadurismo, quizá sea nuestro deseo de estabilidad y predictibilidad lo que nos mueva… A no movernos.

Obviamente, todos estamos sujetos al marco del contexto en el que vivimos pero, ese marco, incluso en las situaciones más desfavorecidas, siempre permite el movimiento; por un lado el movimiento de preservación y, por otro, el de creación. Todos los que estamos aquí ahora tenemos la posición innegociable desde la que tenemos que crear nuestra vida, y lo hacemos desde que nos levantamos, con cada decisión que tomamos. Podría incluso pensarse que desear sea parte de una responsabilidad, ya que la tendencia de cualquier sistema establecido –interno o externo– es a la estabilidad si nada lo interrumpe o cambia su trayectoria, momento en el cual cambia su naturaleza. Y desear, probablemente, sea el impulso imprescindible para cambiar cualquier cosa.

Durante mucho tiempo, esa palabra ha sido asociada con el descontrol, el riesgo, la aleatoreidad o el capricho, al punto de ser objeto de represión o devaluación, o incluso fuente de sufrimiento por la frustración resultante a veces, y no es de extrañar, porque su interlocutor inevitable es el miedo. Lógico, como digo, porque el deseo nos mueve a lugares no transitados aunque cercanos, y es un impulso a veces no exento de entropía, de potencial de destrucción de lo establecido (por nosotros mismos, nosotras mismas)… Y otras veces es solo un paseo por nuestros paisajes internos de vidas deseadas, hechos acción. De hecho, el impulso a desear es tal que nos ocupamos en perseguirlo al tiempo que nos esforzamos en aplacarlo, lo despistamos llevándolo a sitios que no son, lo retorcemos hasta convertirlo en capricho u obsesión, pero en su naturaleza última no deja de ser una forma genuina y espontánea de decir al mundo ‘este soy yo; esta soy yo’. Y el mundo necesita de esa declaración, al menos en su organización humana, espera pacientemente a los deseos para evolucionar, en una pregunta como ‘¿en qué me convertiría si estas personas hicieran realidad sus deseos?’