Berta García

Tarjetas prepago

Son un tipo de tarjeta de débito y funcionan como tal, pero sin vínculo a una cuenta bancaria. En otras palabras, su saldo corresponde al dinero que haya sido cargado previamente por la persona titular. Una vez se agota, la tarjeta deja de ser operativa y se requiere una nueva recarga para seguir utilizándola.

Este tipo de tarjetas resultan muy útiles y seguras, sobre todo para los pagos en línea (on line), para los menores de edad y jóvenes, pero en general para todos porque nos permiten controlar los gastos y evitar problemas asociados con la pérdida o uso fraudulento de la tarjeta. Adicionalmente, otra de las características de estas tarjetas es la posibilidad de reembolso de forma que el titular puede recuperar todo o parte del saldo almacenado en cualquier momento. Y es que mucho han cambiado en cuanto a prestaciones, pues nacieron mediante Directiva europea en 2009 y su utilidad y seguridad eran restringidas, pero, debido a las continuas innovaciones tecnológicas, se han ido ampliando campos y normativas ad hoc. Ahora existen dos tipos de tarjetas: las físicas para poder operar en cualquier comercio, restaurate, etc; y las virtuales que, además de permitirnos los pagos en compras on line, se pueden usar a través de un móvil que tenga una aplicación de pago.

Para los menores son una opción segura (y para sus tutores “controladores” más), si bien es requisito que la persona contratante sea mayor de edad; en el caso de los jóvenes, también resulta una opción interesante, sobre todo para los que no disponen de una cuenta bancaria porque no cuentan con ingresos fijos u otras circunstancias personales.

Eso sí, aunque la mayoría de tarjetas prepago son gratuitas, podrían tener unos mínimos gastos de emisión y mantenimiento, según las condiciones de la entidad emisora. Y, en caso de pérdida, habrá que actuar de igual forma que con las tarjetas convencionales, bien por teléfono o a través de la aplicación con la que se gestiona la tarjeta.