Igor fernández
PSICOLOGÍA

Trabajo no remunerado

Muchas personas ejercen alguna tarea con las personas con las que viven, una tarea transversal y ‘secreta’ en las diferentes relaciones que tienen que, sin una visión de conjunto, pasaría desapercibida. Por ejemplo, algunas de ellas pueden ser complacer a los demás, hacer que el clima en casa esté calmado, estimular a quien esté triste y alegrarle, o ser quien tome las decisiones sobre lo que haremos juntos.

Las tareas a las que nos referimos surgen de la necesidad de alterar algo alrededor para que las personas involucradas con nosotros nos provean mejor de lo imprescindible, pero si estos no colaboran surge la posibilidad de buscar maneras de manipular ese entorno, y modificar o controlar la conducta de los demás. Este tipo de posicionamientos es habitual en la infancia y la adolescencia, momentos en los que las personas dependemos de los demás para cubrir nuestras necesidades pero no tenemos el poder fáctico para hacer que los adultos se adapten si no quieren o no saben; entonces, la máquina creativa se pone en marcha.

El razonamiento puede ser algo como “si hago que mis padres estén contentos, van a jugar conmigo -que es lo que necesito y no obtengo si están tristes-”; o “si yo propongo cosas para hacer juntos, no me tengo que encontrar con que el otro no tiene mucho interés en buscarlas”. La buena noticia es que a veces funciona y conseguimos cambiar el entorno sin que nadie se dé cuenta, la mala noticias es que a veces funciona y conseguimos cambiar el entorno sin que nadie se dé cuenta. Y es que, cuando lo logramos, se crea una especie de superstición, en la que creemos que ciertos gestos propios hacen cambiar el mundo para convertirse en ese mundo ideal o al menos necesario para nosotros.

A partir de entonces, es difícil parar la rueda, no temblar al pensar en ‘dimitir’ y enfrentarse al efecto de la superstición. Porque algo terrible puede pasar en nuestra fantasía si dejamos de ejercer como ‘el pacificador’, ‘la animadora’, ‘el solidario’ o ‘la que propone’. Y, realmente, lo que necesitábamos en el momento de aceptar ese ‘trabajo’ y ahora, es que el mundo (los otros) tomara en serio nuestras necesidades, se dejara impactar por ellas y cambiara voluntariamente para incluirnos, se anticipara, nos tomara en consideración… -y, normalmente, las fantasías terribles a las que aludíamos tienen que ver con que nada de esto suceda si dejamos de ejercer las tareas asignadas y adoptadas-. Y necesitábamos que desapareciera el secreto de lo que no funcionaba.

Hoy, ya adultos, probablemente tenemos otras herramientas para hacer que nos vean y consideren, para que nos atiendan como necesitamos -como pedirlo, por ejemplo-; Y si aún así no funciona, podemos marcharnos, buscar otras relaciones de igual a igual, en las que no seamos ‘empleados’ de nadie, pero probablemente hoy ya el coste no compense la tarea.