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PSICOLOGÍA

Esa agitación entusiasta


Nuestro propio cuerpo es un misterio. Nos miramos con admiración cuando alguien nos cuenta cómo el cerebro hace esto o lo otro, cómo funciona el corazón, etc. y cómo todo eso sucede sin que nos enteremos, o al menos sin que sea necesario activar conscientemente los mecanismos, sin prestarles atención, voluntad o esfuerzo. Simplemente, la cosa marcha. La mente que tanto valoramos para comprender el mundo, y en la que terminamos viviendo, va montada en una máquina autónoma con sus propios planes, organizada a favor de la supervivencia. Así que hay ocasiones -no pocas-, en las que es preciso interpretar lo que nuestro cuerpo hace autónomamente para adaptarnos mejor y negociar con él -no siempre podemos seguir sus intenciones o inercias- .

Así que es imprescindible una «traducción» de las sensaciones a los pensamientos o conclusiones sobre su naturaleza. Y, como en todos los idiomas, hay «palabras» que suenan muy parecidas aunque tengan sentidos muy distintos. La sensación de agitación es una de ellas. Esa inquietud incómoda que nos tensa, aumenta la alerta, agita la respiración o la retiene, y que a veces se hace presente apartando a las demás sensaciones e incluso ideas, irrumpe.

A veces la llamamos ansiedad o angustia porque -aparte de ser palabras populares que parecen servir para todo- es intensa y no tiene una explicación aparente, lo cual nos asusta. Y es este susto, y no la agitación previa necesariamente, la que termina angustiándonos. Sin embargo, a veces esa agitación puede ser una buena noticia, y es que, esa angustia comparte sensaciones con otras experiencias de signo muy distinto: el entusiasmo y la transformación, por ejemplo. La agitación no deja de ser una activación orientada a la acción, un signo de que es necesario tomar alguna acción para cambiar algo, dar respuesta a una nueva circunstancia ambiental, o elegir un camino. Y el cuerpo, que tiene una capacidad de anticipación sabia, va ordenándose incluso antes de que podamos entenderlo.

Si en lugar de negarlo o tomarnos mil pastillas para acallarlo, seguimos el sentido de la acción, quizá nos encontremos con una nueva fase que está pugnando por salir, como una mariposa trata de atravesar la tensión de la crisálida para emerger. Y no puede hacerlo sin ese esfuerzo, sin esa incomodidad. Cuando tratamos de retenernos, de disociarnos de reprimir facetas importantes que quieren vivir en un mundo donde antes no tenían cabida, el impulso vital se revuelve, y notamos su fuerza, que nos agita… Y nos confunde.

A esa fuerza vital podríamos bien llamarle entusiasmo, que se convierte en una buena experiencia al darle su valor, al dignificar nuestra activación no como algo que reprimir sino como algo que habla de nosotros, de nosotras, que está vivo. Así que, preguntémonos al sentir esa agitación ¿Tengo miedo, o tengo ganas?