Amaia Ereñaga
EL ARTE COMO SALVACIÓN

Abel Azcona, catarsis se escribe a hostias

“Pederastia” escribió el artista Abel Azcona en 2015 en Iruñea con 242 hostias consagradas. Esa acción de rebeldía, que le valió una larga persecución judicial e incluso el exilio, cuelga ahora en el Museu de l'Art Prohibit de Barcelona. Más aún, a unos 130 km de allí, en Lleida, el centro La Panera dedica al artista navarro una amplia retrospectiva. Justicia divina, que se dice.

(Joel Codina)

Buscando la paz mental uno se puede liberar, pero también gritando mucho y soltando toda la mierda o haciéndote daño, incluso». La frase es de Abel Azcona, en la actualidad, uno de nuestros artistas con mayor proyección internacional, y también posiblemente el más polémico y perseguido. A su vez, uno de los más reconocidos y seguidos por el público; no hay más que echar una mirada a sus redes sociales. Con «soltar toda la mierda», Azcona viene a contraponerse a una de sus “madres” artísticas, la serbia Marina Abramovic (Belgrado, 1946), la “madrina de la performance”, con la que ha colaborado, y artista icónica que se ha convertido ella misma en obra e historia viva de una disciplina artística impactante cuando menos.

Según parece, Abramovic debe de estar actualmente en un momento vital más tendente a buscar la paz interior a través de la meditación, aunque su trayectoria artística ha sido, como la del navarro, muy extrema. De Abel Azcona se puede decir, por contra, que está en guerra: en guerra con las estructuras caducas, tanto sociales o religiosas, como mentales y culturales; en guerra contra los abusos a la infancia, en guerra contra la hipocresía... Una guerra en la que la parte más sangrante y dolorosa se la lleva, se la produce, él mismo.

 

Pero estas son las reglas de juego que se ha marcado a sí mismo. Y él, su cuerpo, su dura historia personal, los ha convertido en un objeto político. De forma muy sucinta, aquí algunos apuntes sobre su línea biográfica: nacido el 1 de abril de 1988 en Madrid, hijo de una mujer politoxicómana y prostituida, quien lo abandona. Lo reclama como hijo, aunque no lo sea en realidad, la pareja de su madre, también politoxicómano, quien se lo lleva a Iruñea. Aquellos primeros años son un relato continuo de maltratos y abusos hacia el crío, y de ahí pasa a ser adoptado por una mujer de una familia del Opus Dei. Del abandono a la culpa. Y de la culpa a sentirse rechazado, a arrastrar toda esta historia, con depresiones y muchas preguntas.

En esa búsqueda, que la hace primero en las calles y, luego, a través del arte, Abel Azcona va a tumba abierta, arriesga hasta poner en peligro su propio equilibrio mental. Todo lo hace de forma muy descarnada... y valiente: después de seis denuncias, siete querellas, tres juicios y dos años en Lisboa, debido a la orden de búsqueda y captura que pesaba contra él, ahora está en un momento dulce en lo artístico. Y también, muy activo: actualmente, en paralelo, expone en el centro de arte contemporáneo La Panera de Lleida, que le dedica hasta el 28 de enero del próximo año una retrospectiva titulada “Les meues famílies 1988-2024” -por cierto, esperan traerla a Euskal Herria-, y dos de sus obras han pasado a formar parte del Museu de l’Art Prohibit de Barcelona. Viene de un 2022 también repleto de reconocimientos, como la exposición “Volver al padre”, que le dedicó la sala Amos Salvador de La Rioja el verano pasado y con la que fue entrevistado en 7K. También ha hecho una serie de performances con Marina Abramovic en los Amsterdam, en los que se inyectó heroína en cada brazo. Hasta caer derrumbado.

«Yo he trabajado durante quince años sobre la figura materna. Luego he trabajado la figura paterna en ‘Volver al padre’, y tenía pendiente de alguna manera enfrentar esos dos discursos sobre la maternidad y la paternidad, porque no los había expuesto de forma conjunta», explica el artista navarro. La falta de empatía, la crueldad, los malos tratos... la necesidad de defensa de los vulnerables en la propia institución familiar, eso es lo que saca a la luz Abel Azcona. Como apunta el catálogo que le ha dedicado La Panera, la suya es «una de las trayectorias artísticas fundadas en la violencia biográfica y sistémica más relevantes del arte contemporáneo».

ENTRE LOS CENSURADOS ESTOY A GUSTO

La fotografía, de casi nueve metros y donde se lee “Pederastia”, cuesta subirla a su emplazamiento. Ha sido colocada en una de las salas del Museu de l'Art Prohibit. Situado en la Casa Garriga Nogués, un edificio modernista muy cercano al Passeig de Gràcia de Barcelona, este museo, que abrió sus puertas a finales de octubre pasado, es una rareza, ya que exhibe parte de la colección de piezas censuradas, agredidas, denunciadas y prohibidas a lo largo del mundo adquiridas por el periodista Tatxo Benet. Hay piezas de artistas como Warhol, Picasso, Goya, Ai Wei Wei, Banksy, Gustav Klimt, Miquel Barceló o Mapplethorpe. Por cierto, que a la colección pertenecen también las “Crónicas del País Vasco, 1987-2001” y la fotografía de la radiografía del cráneo de Miguel Ángel Blanco, del fotógrafo navarro Clemente Bernad, aunque todavía no está expuesta. A la vista del público sí que están dos obras de Abel Azcona: “Proyecto Amén, 2015-2021” y “La Pederastia, 2015-2021”.

 

Año 2015, Iruñea, Abel Azcona asiste a 242 eucaristías durante varias semanas y se guarda las hostias con la intención de crear con ellas la palabra “Pederastia”. 242 era el número de casos denunciados hasta entonces de abusos sexuales a niños por parte de miembros de la Iglesia católica en Hego Euskal Herria; cifra anterior a que se supiera del último y más reciente informe del Defensor del Pueblo, evidentemente. En Nafarroa, tierra del Opus, Abel conocía muy de cerca el mundo más derechista, conservador y ultracatólico. No en vano, la mujer que lo adoptó pertenecía a lo más rancio de la derecha navarra.

Y se despertaron las iras de los sectores más reaccionarios, que es lo que, en realidad, Abel Azcona buscaba: manifestaciones, demandas, querellas y juicios por profanación, blasfemia, y la acusación de un “delito contra los sentimientos religiosos”. Fue el inico de ocho años largos de persecución. “Amén” se exhibió aquel año en Iruñea, con motivo de la exposición “Desenterrados” que acogió la sala municipal de Conde de Rodezno y, un año después, llegó a la localidad barcelonesa de Berga. Se le abrió una causa tras una denuncia del colectivo Abogados Cristianos y hasta 2021 fue una losa que le persiguió, hasta el extremo de que, tras decidir no presentarse a las citaciones judiciales, Abel Azcona tuvo que refugiarse dos años en Lisboa.

 

En enero y febrero del año que viene el artista cerrará en Barcelona su obra más perseguida con una performance: «Voy a incluir 10.000 tweets de amenazas de muerte que recibí, las ocho querellas criminales y las siete denuncias judiciales, con documentos, para que la gente las pueda leer enteras. También voy a incluir los vídeos de amenazas de muerte, que tengo de todo tipo, también de los Morancos, y material como camisetas, vídeos, pegatinas, campañas que se hicieron... Lo tengo todo todo recopilado y todo va a estar disponible para que se vea», explica Abel Azcona.

Y apunta: «La Iglesia católica -y en la Iglesia católica pongo a todos: PP, Vox, Abogados Cristianos, la Fundación Francisco Franco... todo ese elenco de estrellas-, lleva diez años intentando que yo solo figure en los medios como un ser polémico, como un ser que odia la diferencia, como ser amarillista que solo usa el arte para provocar. Lo que no les interesa es que se hagan exposiciones como la de La Panera o la de La Rioja, en las que se ve mucho más, con mucho contenido personal, donde son piezas que están muy pensadas y muy trabajadas, donde se escucha todo el discurso y se oyen todas las voces, donde se ve que, cuando yo digo que soy un hijo de puta, que soy un enfermo mental, que fui violado tal día no me lo invento como dicen los católicos, sino que ahora he puesto esos abusadores encima de una peana para que cuenten cómo abusaron. Entonces todo eso me da un peso personal y un peso discursivo que se carga la parte polémica».

 

MADRES BIOLÓGICAS, MADRES ARTISTAS

«Yo siempre digo que el mayor acto de amor que he tenido en mi vida son los tres intentos de aborto de mi madre. A partir de ahí, nazco como objeto político y narro todas estas historias de abandono, de dolor, de prostitución de mi propio cuerpo, y las narro sin límites. Son piezas muy viscerales, muy catárticas, y sí que creo que esta es una exposición que remueve», reconoce el artista sobre “Mis familias 1988-2014”, la retrospectiva que le dedica al centro La Panera, de Lleida.

De alguna manera, con ella Azcona cierra un ciclo. Aunque, como pasa siempre en la vida, y más en la suya, al círculo le van saliendo ramificaciones, historias paralelas y reencuentros de última hora: uno, con su hermana por parte paterna -no es su hermana biológica, pero sí legalmente-; dos, con su madre biológica, que ahora ha aparecido y se ha puesto en contacto con él.

 

Quienes vieron “Volver al padre” (Sala Amos Salvador, de La Rioja, entre junio y agosto del año pasado), sabrán que su “padre” -aquél que le reclamó como hijo aunque no lo era e, inexplicablemente, a quien fue dado por la clínica donde nació sin comprobarlo-, cuando Abel tenía tres años, lo secuestró. Fue el 27 de abril de 1991. El pequeño ya vivía con su familia adoptiva, pero aun así Manuel y su pareja de entonces se lo llevaron a un pueblo de Extremadura, donde lo retuvieron seis meses. Treinta años más tarde, para “Volver al padre”, Abel lo hizo participar en una performance y subirse a una peana, ambos cogidos de la mano. «Esta es la primera vez que un artista pone a sus abusadores y maltratadores sobre una peana para contar cómo me han abusado. La exposición es radicalmente extrema, porque es la única forma en la que entiendo el arte, que es ser radical».

La retrospectiva incluye trabajos como este, pero hay también una reproducción del pañuelo antiabortista que su familia adoptiva le ponía en el cuello, o una placa en la que se lee: «Aquí nació Abel Azcona cuando únicamente era Abel. Su madre, como acto de amor, luchó para que no naciera. Tras tres abortos no concebidos, Azcona sobrevive como cuerpo y objeto político. El aborto es y puede ser una de las mayores medidas de protección a la infancia. 1 de abril de 1988, en la clínica Montesa de Madrid». También está una de las cartas cruzadas con su hermana Soraya, su hermana legal pero no biológica; es hija de Manuel y su pareja, quien maltrataba también a Abel. Fechada en Getxo, el 3 de agosto pasado, Abel le pregunta sobre si su infancia fue como la suya, marcada por «malos padres, dejadez, abandono y maltrato (...). Me gustaría que profundizaras en el maltrato, en los mensajes me hablaste de abusos. Como ya sabes, yo fui abusado tanto físicamente como sexualmente y es algo con lo que tengo que lidiar (...). ¿Te maltrataban físicamente? ¿Abusaban de ti? ¿Te echaban de casa si no llevabas dinero o droga? ¿Te intentaron cambiar por droga o dinero? ¿Te dejaron en casa sola de bebé semanas seguidas como a mí? ¿Prostituyeron tu cuerpo?».

 

Soraya y Abel eran de encontrarse por primera vez en la exposición durante la jornada de ayer, 25 de noviembre. La catarsis del dolor en forma de performance. «Después de tatuarme mi número de expediente de adopción en la cara [relataba el artista días antes], me voy a levantar, me voy a subir a las peanas, las mismas peanas a las que se subió Manolo, que fue el hombre que nos abusó, y se va a subir mi hermana». También era de leerse en directo la prueba de ADN, para saber si quien dice ser su madre lo es.

¿El arte es, entonces, curativo? «Yo no respondo a la imagen del resiliente perfecto, que ha superado esto, porque soy un pedazo de cafre, soy un drogadicto, soy una cabra loca, pero soy muchas cosas. No soy la imagen del resiliente para nada. Pero sí es verdad que, gracias al arte contemporáneo y a la performance, estoy vivo. No me ha cuidado la vida, pero me ha cuidado el arte, los artistas y mis compañeros».