JAN. 28 2024 PSICOLOGÍA El cómo Igor Fernández Preguntamos a alguien una dirección en un lugar que no conocemos. La persona mira alrededor y comienza a dar instrucciones mientras señala, dice «siga recto dos manzanas y gire después a la derecha». El problema es que, con la mano, indica hacia la izquierda. Ante las prisas no lo aclaramos y al llegar a la esquina tenemos incómodamente que elegir entre la palabra (derecha) y el gesto (izquierda). ¿Cuál elegiríamos para orientarnos? Esta viñeta pretende ilustrar la encrucijada de la incongruencia entre lo verbal y lo no verbal. Cuando hay incongruencias la orientación es difícil porque tenemos que escoger entre el ‘qué’ y el ‘cómo’ para orientarnos en la relación. Y es que, hagamos lo que hagamos entre personas, la relación será el vehículo para hacerlo; y el arte de las relaciones a menudo es un arte sin palabras. De hecho, las personas confiamos más en conocernos por nuestras maneras que por nuestras declaraciones. Y vamos bien encaminados, encaminadas. El discurso hay que construirlo antes de compartirlo, lo que lo convierte en algo mucho más planificado que los gestos, la velocidad del habla, la mirada… Bien cuando el otro trata de manipular, bien cuando se reprime sin saberlo, algo va a trompicones en esa pareja entre lo verbal y lo no verbal, y como participantes de esa relación en ese momento, notamos la incomodidad (el momento de decisión en la esquina del párrafo inicial). Pero, ante la duda, el cuerpo. Tirar de ese hilo es útil, bien para comprender las intenciones de otra persona, bien para ayudar a encontrar mayor precisión sobre una realidad interna confusa. Desarrollar maneras de hablar -o quizá solo pensar- de ese aspecto no evidenciado, nos permite orientarnos más precisamente en la relación. Preguntas como «¿Por qué usas ese tono?», o «¿Qué te pasa?» se dirigen a lo que normalmente cuesta controlar, por lo que habla de lo espontáneo, lo genuino, y por tanto lo vulnerable; a veces por oculto, a veces por desconocido. Saber que cuando alguien está enfadado eleva la voz, mira más directamente, o agita los brazos; saber que cuando alguien está asustado titubea y es parco en palabras; saber que cuando alguien está triste está más callado o callada, menos proactivo, o que cuando alguien está avergonzado de sentir cualquiera de las anteriores se puede mostrar incongruente, permite ampliar la realidad de la conversación al nivel de la experiencia, no solo del discurso. Y ahí nos encontramos realmente, o podemos reaccionar con más precisión, aún sin palabras, ante el enfado, el miedo o la tristeza, por ejemplo, y ajustar más las cosas que simplemente dándole más vueltas al discurso. De hecho, cuando alguien se acerca a nuestra emoción desde el respeto, dándose cuenta de que quizá haya algo importante de lo que no estamos hablando, sin forzarlo pero incluyéndolo, nos sentimos vistos, vistas… Para bien o para mal.